Siguió con los apartados.
– Ciclos de las reuniones.
Grace anunció que habría reuniones informativas todos los días a las ocho y media de la mañana y a las seis y media de la tarde. Les informó de que el equipo informático de Holmes llevaba trabajando desde el viernes. Leyó la lista del apartado «Estrategias de investigación», que incluía el punto «Comunicaciones/Medios», que informaba de que estaba previsto que la desaparición de Michael Harrison figurara en el programa de televisión Alerta criminal de aquella semana si para entonces aún no había aparecido.
El siguiente punto era «Pruebas forenses». Grace informó de que estaban analizándose muestras de tierra del coche de Mark Warren junto con las recuperadas de la ropa y las manos de los cuatro chicos muertos. Mañana deberían de tener un informe preliminar de Hilary Flowers, la geóloga forense a la que habían consultado.
Luego, llegó al apartado titulado «Inquietudes varias del investigador jefe», y detalló su preocupación por las actitudes y anomalías en el comportamiento de Mark Warren y Ashley Harper, y por el descubrimiento de la cuenta bancaria de Inmobiliaria Doble M en las islas Caimán.
Cuando llegó al final del informe, recapituló:
– Los escenarios alternativos, tal como yo los veo, son los siguientes:
»Uno: Michael Harrison está encerrado en algún lugar y no puede salir.
»Dos: Michael Harrison está muerto. Bien como resultado de su encierro o bien ha sido asesinado.
»Tres: Michael Harrison ha desaparecido deliberadamente.
Luego preguntó a su equipo si tenía alguna duda. Glenn Branson levantó la mano y preguntó si el cuerpo del hombre sin identificar hallado en el bosque tenía relación con los hechos.
– A menos que haya un asesino en serie en Ashdown Forest que mata a chicos de veintinueve años, no lo creo.
La respuesta de Grace arrancó una risita ahogada a pesar de la gravedad de la situación.
– ¿Quién va a encargarse de este homicidio? -preguntó Branson.
– La división de East Downs -contestó Grace-. Nosotros ya tenemos bastante entre manos.
– Roy, ¿has pensado en seguir a Ashley Harper y a Mark Warren? -preguntó Branson.
Era una opción que había considerado, pero poner una vigilancia efectiva de veinticuatro horas sobre alguien podía suponer necesitar hasta treinta personas -tres equipos trabajando en turnos de ocho horas- para un trabajo sencillo; más si era complicado. El desembolso en personal era astronómico y Grace sabía por experiencia que sus jefes sólo aprobarían la vigilancia si era absolutamente necesaria -como en una posible redada importante de narcóticos o cuando la vida de alguien corría peligro-. Si no hacían algún progreso pronto, quizá tendría que cursar la solicitud.
– Sí -dijo-, pero, de momento, aparcaremos el tema. Aunque lo que sí quiero es que alguien examine todas las imágenes de cámaras de circuito cerrado de Brighton y Hove del jueves pasado, desde el amanecer hasta la una de la madrugada del viernes. Mark Warren cogió el coche, un todoterreno BMW, los detalles están en el expediente. Me gustaría saber adonde fue. -Luego añadió-: Ah, sí, y Michael Harrison tiene un yate amarrado en el club náutico de Sussex. Alguien debería asegurarse de que sigue allí. Quedaremos como unos imbéciles si organizamos una búsqueda y descubrimos que se ha largado en el barco.
Miró a la detective Boutwood.
– Puedes limitar las imágenes de las cámaras de circuito cerrado a partir de los informes de los teléfonos móviles. Sólo tienes que coger las cámaras de la zona donde se registró actividad. ¿Algún progreso?
– Aún no, señor. Me pondré con ello mañana a primera hora. Hoy no puede ayudarme nadie.
Grace miró su reloj.
– Mañana tengo que ir al juzgado a las diez. Puede que me necesiten todo el día o puede que no. Así que primero nos reuniremos aquí a las ocho y media. -Se volvió hacia Branson-. Nuestro contacto en East Downs es el inspector Jon Lamb. Ya ha puesto a trabajar a su equipo. Estaría bien que hablaras con él.
– Lo llamaré dentro de unos minutos.
Grace se quedó callado, examinando las páginas de su resumen para comprobar que no se había dejado nada. Necesitaba saber más sobre la personalidad de Michael Harrison y sobre su relación empresarial con Mark Warren, y también sobre Ashley Harper. Luego, miró a su equipo.
– Es domingo y son casi las siete y media de la tarde. Creo que deberíais marcharos a casa y descansar. Me temo que nos espera una semanita complicada. Gracias por renunciar al domingo.
Branson, que llevaba unos pantalones anchos modernos y un jersey elegante de algodón con cremallera, salió con él al aparcamiento.
– ¿Qué opinas, perro viejo? -le preguntó.
Grace se metió las manos en los bolsillos.
– He estado demasiado metido en el caso estos dos últimos días. ¿Qué opinas tú?
Branson se golpeó los costados con las manos, frustrado.
– ¡Tío! ¿Por qué siempre me haces lo mismo? ¿Es que no puedes responder a mis preguntas simplemente?
– No lo sé. ¿Me das tu opinión?
– ¡Mierda, a veces consigues cabrearme de verdad!
– Vaya, o sea, que te vas de fin de semana con tu familia a pasarlo bien, me dejas a mí haciendo tu trabajo, ¿y te cabreas?
– ¡De fin de semana con mi familia a pasarlo bien! -exclamó Branson, indignado-. ¿A conducir tres horas de ida y otras tres de vuelta por la M 1, con una esposa quejica y dos críos que no dejan de gritar lo llamas tú pasarlo bien? La próxima vez los llevas tú a Solihull y yo me quedo aquí a hacer cualquier trabajo de mierda que quieras. ¿De acuerdo?
– Trato hecho.
Grace llegó a su coche. Branson dudó.
– Bueno, ¿qué opinas?
– Que no todo es lo que parece, Horacio, eso es lo que opino.
– ¿Lo que significa?
– No puedo expresarlo mejor, todavía. Mark Warren y Ashley Harper me dan mala espina.
– ¿Cómo de mala?
– Muy mala.
Grace le dio a su amigo una palmadita afectuosa en la espalda, luego se subió al coche y condujo hasta la verja de seguridad. Mientras se incorporaba a la carretera principal, con sus vistas panorámicas de Brighton y Hove que llegaban hasta el mar, el sol aún alto sobre el horizonte en el cielo cobalto y despejado, pulsó el botón del CD para escuchar Riddles, de Bob Berg, y mientras conducía empezó a relajarse. Y, durante unos instantes deliciosos, apartó la mente de la investigación y pensó en Cleo Morey. Y sonrió.
Luego, volvió a centrarse en el trabajo: en el largo viaje de ida y vuelta al sur de Londres que le esperaba. Si tenía suerte, quizás estaría en casa a medianoche.
Capítulo 62
Mark, vestido con una sudadera, vaqueros y calcetines, paseaba por su piso con un vaso de whisky en la mano, incapaz de tranquilizarse o de pensar con claridad. El televisor estaba encendido, pero sin volumen. En la pantalla, el actor Michael Kitchen caminaba impasible por un paisaje del sur de Inglaterra desgarrado por la guerra que le resultaba vagamente familiar, algún lugar cerca de Hastings, le pareció reconocer.
Había cerrado con llave por dentro y corrido la cadena de seguridad. La terraza era segura, impenetrable, al ser un cuarto piso, y, además, a Michael le daban miedo las alturas.
Fuera, ya casi era noche cerrada. Las diez. Dentro de tan sólo poco más de tres semanas, sería el día más largo del año. A través de las puertas de cristal de la terraza, observó una única luz flotando en el mar. Un barco pequeño o un yate.
Habían pasado semanas desde que él y Michael habían salido a navegar en el Doble MM, su yate de regata. Hoy había planeado ir al puerto deportivo y trabajar un poco en él. No se podía abandonar un barco durante mucho tiempo; siempre había algo que goteaba, se corroía, se rompía o se desconchaba.