– ¿Y qué puedes decirme de Michael Harrison? -preguntó Grace.
El médium saltó de su silla, salió de la habitación, deteniéndose para lanzar besos a los gatos, y regresó al cabo de unos momentos con un ejemplar del News of the World.
– Es mi periódico preferido -informó a Grace-. Me gusta saber quién se tira a quién. Es mucho más interesante que la política.
A Grace también le gustaba leerlo, a veces, pero ahora no iba a reconocerlo.
– Estoy convencido -dijo.
El médium pasó un par de hojas y luego levantó el periódico para que Grace viera el titular con la fotografía de Michael Harrison debajo.
– «La búsqueda del novio ausente» -leyó.
Luego, el propio médium lo miró unos momentos.
– Vaya, mira, aquí incluso te citan. «"La desaparición de Michael Harrison es ahora una investigación principal para nosotros", declaró el comisario Roy Grace, de la policía de Sussex. "Hemos reforzado los efectivos para peinar la zona en la que creemos que se encuentra…"»
Luego volvió a mirar a Grace.
– Michael Harrison está vivo -dijo-. No tengo ninguna duda.
– ¿En serio? ¿Dónde? Tengo que encontrarle. Para eso necesito tu ayuda.
– Lo veo en un lugar pequeño, oscuro.
– ¿Podría ser un ataúd?
– No lo sé, Roy. Está demasiado borroso. Creo que no tiene mucha energía. -Cerró los ojos unos momentos y movió la cabeza despacio de izquierda a derecha-. No, tiene muy poca. Está casi sin batería, el pobre.
– ¿Qué quieres decir?
El médium volvió a cerrar los ojos.
– Que está débil.
– ¿Cuánto? -preguntó Grace, preocupado.
– Se está apagando, tiene el pulso débil, demasiado.
Grace lo miró, asombrado. ¿Cómo sabía aquello Max? ¿Estaba conectado con el éter? ¿O sólo lanzaba suposiciones a partir de una corazonada?
– Este lugar pequeño y oscuro, ¿está en el bosque? ¿En ciudad? ¿Bajo tierra o en la superficie? ¿En el agua?
– No lo veo, Roy. No puedo decirte.
– ¿Cuánto tiempo le queda? -preguntó Grace.
– No mucho. No sé si lo conseguirá.
Capítulo 64
– Verás, el tema es éste, Mike. No todas las personas tienen su día de suerte el mismo día. Así que tenemos una situación un poco irregular. Hoy es tu día de suerte y es mi día de suerte. ¿Cuánta suerte es eso?
Michael, débil, temblando de fiebre y casi delirando, miró hacia arriba, pero lo único que vio fue oscuridad. No reconoció la voz del hombre. Parecía un híbrido de acentos australiano y del sur de Londres, hablando deprisa, con inflexiones rápidas y nerviosas. ¿Era Davey con otro de sus acentos? No, no lo creía. La cabeza le daba vueltas. Estaba confuso. No sabía dónde se encontraba. ¿En el ataúd?
¿Estaba muerto?
Tenía la cabeza a punto de estallar y la garganta seca. Intentó abrir la boca, pero no podía separar los labios. Le corría hielo por las venas.
«Estoy muerto.»
– Estabas en un ataúd mojado horrible, todo empapado y reumático. Ahora estás en una cama cómoda, seca y calentita. Ibas a morir. Ahora quizá no mueras, ¡pero quiero recalcar que las probabilidades no son muchas!
La voz se desvaneció en la oscuridad. Michael estaba hundiéndose, bajando por el hueco de un ascensor, bajando, bajando, las paredes pasaban deprisa. Intentó gritar, pero los labios no se movían. Algo le presionaba con fuerza la boca. Sólo podía emitir gruñidos de pánico.
Luego, otra vez la voz, muy cerca, como si el hombre fuera en el ascensor con él.
– ¿Sabes lo que es el gato de Schrödinger, Mike?
Aún seguían bajando. ¿Cuántos pisos? ¿Acaso importaba?
– ¿Estudiaste física en el colegio?
¿Quién era ese tipo? ¿Dónde estaba?
– Davey -intentó decir, pero lo único que le salió fue un murmullo.
– Si sabes algo de ciencia, Mike, sabrás lo que es. El gato de Schrödinger estaba dentro de una caja y estaba vivo y muerto a la vez. Como tú en estos momentos, amigo mío.
Michael sintió que la conciencia lo abandonaba. Ahora el ascensor se balanceaba sobre unas cuerdas; la oscuridad parecía pasar a toda velocidad, una y otra vez. Cerró los ojos. Luego notó una explosión de calor y vio rojo a través de los párpados. Abrió los ojos y los cerró con fuerza de inmediato para protegerlos del resplandor cegador.
– Creo que no deberías quedarte dormido. Tienes que mantenerte despierto, Mike. No puedo dejar que te me mueras, me causarías muchos problemas. Te daré más agua y glucosa dentro de un rato, debo darte comida despacio. Me entrenaron para todas estas cosas, estás en buenas manos. Entrenamiento en la selva. Sé cómo sobrevivir y ayudar a otros a sobrevivir. Has tenido suerte de que fuera yo quien te encontrara. Tengo que mantenerte despierto. Hablaremos un rato, nos conoceremos un poco mejor, estableceremos vínculos, ¿de acuerdo?
Michael intentó hablar de nuevo. Tan sólo emitió un murmullo. Intentaba recordar la sensación de que lo sacaran del ataúd, de estar sobre un sitio blando en una furgoneta; pero ¿eso no fue en la despedida de soltero? ¿Era ese tipo quizás uno de sus amigos? ¿No estaban muertos? ¿Mark? Ahora sólo quería cerrar los ojos y dormir.
Agua fría le azotó la cara y se sobresaltó. Abrió los ojos de inmediato, parpadeando en la oscuridad acuosa.
– Sólo te mantengo despierto, no pretendo molestarte, colega.
Ahora la voz parecía más australiana que del sur de Londres.
Michael tembló. El agua lo había espabilado unos segundos. Intentó mover los brazos, comprobar si aún estaba dentro del ataúd, pero no pudo. Intentó mover las piernas, pero tampoco lo consiguió; era como si las tuviera atadas. Intentó levantar la cabeza, tocar la tapa, pero apenas tuvo fuerzas para levantarla unos centímetros.
– Supongo que te preguntarás quién soy y dónde estás.
Michael volvió a cerrar muy fuerte los ojos cuando una explosión de luz lo deslumbró y le hirió las retinas como una quemadura solar. Emitió otro gruñido.
– No pasa nada, Mike, no te molestes en intentar contestar. Es cinta adhesiva, es complicado decir algo con eso. Ya hablaré yo, tú sólo escucha, hasta que te encuentres mejor, claro. ¿Trato hecho?
Michael estaba perplejo, pero profundamente inquieto al mismo tiempo. Nada tenía sentido. Se preguntó si estaría soñando o alucinando.
– Primero, Mike, voy a explicarte las normas de la casa. Nada de preguntarme quién soy ni dónde estamos. ¿Entendido?
Michael volvió a gruñir.
– Ya te lo recordaré más tarde de todos modos. ¿Has visto alguna vez esa película de Stephen King, Misery?
Michael oyó la pregunta en su cabeza confusa, pero no estaba seguro de si iba dirigida a él o a otra persona. Misery. Le parecía recordarla. Kathy Bates. Intentó preguntar si era la película en que salía Kathy Bates, pero no podía mover los putos labios.
– Mmmm -dijo.
– Qué gran película. ¿Recuerdas? James Caan está retenido por una admiradora loca, Kathy Bates, que le rompe las piernas con un mazo para que no pueda escapar; pero en la novela no era así, ¿lo sabías, Mike? ¿Lo sabías?
– Mmmm.
– En realidad, en la novela le cortaba una pierna y se la cauterizaba con un soplete. Hay que ser bastante rarito para hacer eso, ¿no te parece, Mike?
Michael se quedó mirando la oscuridad, intentando distinguir los rasgos, poner una cara a la voz, comprobar si venía de arriba, de abajo o de dentro de él.
– ¿Te parece o no te parece, Mike?
– Mmmm.
– Llevo cinco días escuchándote, Mike. A ti y a tu coleguita, Davey. Imagino que te resultaba frustrante hablar con él. A mí también me habría pasado, de haber estado en tu lugar. -El hombre se rio-. Es bastante jodido. Te quedas atrapado ¡y la única persona en todo el mundo que sabe que estás vivo es un puto retrasado! -Se quedó callado unos momentos, luego prosiguió-. Yo también estaba allí contigo, Mike, por supuesto, pero no quería interrumpiros. Así es el código de los radioaficionados, no te metas en la conversación de otro. Bueno, en cualquier caso es mi código. ¿Cómo estás?