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A Michael le estallaba la cabeza. A su alrededor, la oscuridad daba vueltas y vueltas, aún más deprisa ahora.

– Estás bien. Veinticuatro horas más en esa tumba y ya podrías haberte quedado allí, pero ahora te pondrás bien. Yo haré que recuperes las fuerzas. Eres afortunado, me entrené en los marines de Australia. Cuerpo de transmisiones. Lo sé todo sobre supervivencia, no podrías estar en mejores manos, Mike. Yo diría que eso vale mucho, ¿tú, no? Hablo de dinero, Mike. ¡De mucho dinero! ¡De pasta gansa!

– Mmmm.

– Pero me temo que necesitaré una prueba de autenticidad, Mike. ¿Entiendes qué significa? Una prueba de que eres tú. ¿Me sigues?

Michael cerró los ojos al recibir otro destello de luz. Luego volvió a abrirlos y vislumbró el reflejo de un cuchillo.

– Esto te dolerá un poco, pero no tienes de qué preocuparte, Mike. No voy a hacer lo mismo que Kathy Bates, no estoy loco, no voy a lisiarte. Sólo necesito una prueba de autenticidad, eso es todo.

Entonces, Michael, en su delirio, sintió un dolor atroz en el dedo índice izquierdo. Soltó un grito agónico y un tornado de aire le subió a mil por hora por la tráquea y chirrió a través de la cinta adhesiva como un alma en pena.

Capítulo 65

Cuando llegó a Brighton poco antes de la medianoche, Roy Grace estaba muy despierto. El expreso largo que le había preparado Candille parecía tener el efecto del combustible de un cohete sobre su nivel de energía. Sin ninguna razón en particular, decidió dar un pequeño rodeo y pasar por delante de las oficinas de Inmobiliaria Doble M, situadas en la calle que había justo debajo de la estación de Brighton.

Mientras se acercaba, le sorprendió ver el BMW de Warren estacionado enfrente. Aparcó delante, se bajó y miró hacia arriba. Vio que había luz en la tercera planta y, de nuevo, por puro capricho, se dirigió a la puerta principal y pulsó el botón de Doble M en el panel.

Al cabo de unos momentos, oyó la voz de un Mark Warren frágil y cauteloso.

– ¿Sí?

– Señor Warren, soy el comisario Grace.

Hubo un largo silencio.

– Suba -dijo Mark Warren al fin.

El cerrojo emitió un sonido áspero y agudo y Grace empujó la puerta. Subió tres tramos de escaleras empinadas y estrechas.

Mark abrió la puerta de cristal que daba a la recepción. Estaba blanco como el papel y, en opinión de Grace, muy intranquilo.

– Vaya sorpresa, agente -dijo con torpeza.

– Pasaba por aquí y vi que había luz. Me preguntaba si podríamos charlar un momentito. He pensado que le gustaría que lo pusiera al corriente.

– Mm… Sí, gracias.

Mark lanzó una mirada nerviosa a la puerta abierta detrás de él, que daba a un despacho en el que era evidente que estaba trabajando. Luego llevó a Grace hacia una dirección distinta, a una sala de juntas fría y sin ventanas. Encendió las luces y le ofreció una silla en una mesa de reuniones brillantísima, pero antes de sentarse, Grace se metió la mano en el bolsillo y sacó el brazalete que le había dado Ashley.

– He encontrado esto en las escaleras. ¿Es de alguien que trabaja aquí?

Mark lo miró.

– ¿En las escaleras?

Grace asintió.

– De hecho, sí, es mío. Tiene imanes minúsculos en cada extremo, lo llevo por el codo de tenista. Yo… No sé cómo ha llegado allí.

– Suerte que lo he visto -dijo Grace.

– Pues sí, gracias.

Mark parecía muy confuso.

Grace se fijó en una hilera de fotografías enmarcadas en las paredes: un almacén en el puerto de Shoreham, una casa adosada alta de la época de la Regencia y un moderno edificio de oficinas, que reconoció haber visto en London Road, a las afueras de Brighton.

– ¿Son todos suyos? -preguntó.

– Sí.

Mark jugueteó con el brazalete unos momentos, luego se lo puso en la muñeca derecha.

– Impresionante -dijo Grace, señalando las fotografías con la cabeza-. Parece que el negocio funciona.

– Gracias. Nos va bien.

Consciente de la bronca que le había pegado Ashley después de haber sido tan desagradable con el comisario en la boda, Mark se esforzó mucho por ser educado.

– ¿Puedo ofrecerle un café o algo?

– Estoy bien. Gracias de todos modos -dijo Grace-. ¿Van al 50 por ciento, usted y Michael?

– No, él es el accionista mayoritario.

– Ah. ¿El puso el dinero?

– Sí, bueno, dos terceras partes. Yo puse el resto.

– ¿Y no hay problemas entre ustedes por este desequilibrio? -preguntó Grace observando su lenguaje corporal detenidamente.

– No, agente, nos llevamos bien.

– Bien. Bueno… -Grace reprimió un bostezo-. Mañana por la mañana vamos a intensificar la búsqueda por la zona. Como quizá ya sabrá, hoy hemos tenido una falsa alarma.

– El cuerpo del joven. ¿Quién era?

– Un chico de aquí, un joven que era un poco retrasado, por lo que me han dicho. Algunos policías locales lo conocían, al parecer. Su padre tiene un negocio de grúas y reparación de coches accidentados. Trabaja bastante para el Departamento de Tráfico.

– Pobre. ¿Lo asesinaron?

– Parece probable -dijo Grace con cautela. Luego, mirando de nuevo a Mark detenidamente, dijo-: ¿Es cierto que usted y Michael Harrison tienen una cuenta bancaria en las islas Caimán?

– Sí, tenemos una empresa allí, Inmobiliaria Internacional HW -contestó Mark sin vacilar.

– ¿Dos terceras partes y una?

– Correcto.

Grace recordó que al menos había un millón de libras en esa cuenta. Una suma más que considerable.

– ¿Qué clase de seguro tienen usted y Michael? ¿Tienen pólizas a favor del otro, como socios que son?

– Tenemos el típico seguro de vida. ¿Quiere ver la póliza?

– Ahora no, pero en algún momento me gustaría, sí. ¿Quizá podría enviármela por fax al centro de investigaciones mañana?

– Por supuesto.

Grace se levantó.

– Bueno, por esta noche no le molesto más. ¿Está ocupado? ¿Trabaja a menudo los domingos por la noche?

– Me gusta ponerme al día con el papeleo el fin de semana. Tengo que aprovechar que los teléfonos no suenan.

Grace sonrió.

– Conozco la sensación.

Mark vio cómo la cabeza del detective desaparecía por las escaleras, después cerró la puerta y se aseguró de echar el cerrojo. Luego regresó a su despacho, volvió a encender el ordenador y siguió con la ardua tarea que había empezado hacía un par de horas: leer las copias de seguridad diarias de la Palm de Michael, retrocediendo semana a semana, y borrar cualquier referencia a la despedida de soltero.

Ashley había pasado la tarde haciendo lo propio con los portátiles de Peter, Luke, Josh y Robbo, diciendo a sus familias que buscaba pistas sobre el paradero de Michael.

Abajo, Grace cerró la puerta principal y cruzó la calle hacia su coche, pero tardó unos momentos en subirse. Se apoyó en el puerta del copiloto y miró hacia arriba, a la ventana del tercer piso, pensando. Pensando.

Mark Warren no le caía bien. Ese hombre era un mentiroso, y estaba nerviosísimo por algo. Ashley Harper también era una mentirosa. Le había dado a propósito un brazalete que no era de Michael.

¿Y qué hacía exactamente el brazalete de Mark Warren en casa de Ashley?

Capítulo 66

– Dios mío, Dios mío -gritó Michael retorciéndose de dolor, y levantó la mano izquierda tanto como le permitió la cinta adhesiva que le envolvía el cuerpo, inmovilizándole los brazos a los costados. La sangre le goteaba del dedo índice cortado a la altura de la primera falange. Miró las luces cegadoras-. ¿Qué es esto? ¿Qué coño estás haciendo?