Habría sido una semana vacía de no haber sido por el juicio contra Hossain y ahora por la operación Salsa. Aunque, por experiencia, sabía que pocas semanas acababan como había esperado.
Le dijo a Eleanor que cambiara la hora de todo excepto de sus comparecencias en el juzgado, luego revisó el correo y dictó respuestas a las cartas más urgentes del montón. Repasó los mensajes de correo electrónico y, como iba justo de tiempo y era mal mecanógrafo, también dictó las respuestas a éstos. Luego recorrió el laberinto de pasillos hasta el centro de investigaciones, en el que ya comenzaba a sentirse como en casa.
La sesión informativa de las ocho y media sobre la operación Salsa fue breve. Durante la noche anterior, no se había producido ninguna novedad -aparte de lo que había averiguado por Max Candille, que se guardó para sí, y de la visita a las oficinas de Doble M. Esperaba que para la siguiente reunión, a las seis y media de la tarde, hubiera alguna noticia.
Grace se dirigió a Lewes, deteniéndose por el camino en una gasolinera para comprarse un sándwich de huevo y beicon, que aún masticaba cuando subió las escaleras del juzgado a las diez menos diez. El día ya se le estaba haciendo demasiado largo.
Las diligencias de la mañana comenzaron con los alegatos a puerta cerrada del fiscal al juez y lo único que Grace pudo hacer fue pasearse por la sala de espera, mientras dictaba unas cosas a Eleanor por teléfono y hablaba con Glenn Branson un par de veces. No tenía tiempo de ir a su despacho y volver durante el receso del almuerzo, así que acabó yendo al dentista, a la revisión de los seis meses y, para su alivio, tenía los dientes bien, aunque el odontólogo le reprendió por no cepillarse las encías con el esmero suficiente; pero al menos no tenía caries: les tenía pavor, siempre se lo había tenido.
Al regresar al juzgado a las dos, supo que no iban a necesitarle para el resto del día y volvió a su despacho. Como la operación Salsa le absorbía ahora mucho tiempo, se estaba retrasando con el resto del papeleo e hizo lo que pudo para ocuparse de lo más urgente.
Tuvo una tarde tranquila, justo hasta las seis, cuando llegó a la reunión en el centro de investigaciones. Supo al instante por las caras de los miembros del equipo que había novedades. Fue Bella Moy quien le dio la noticia.
– Acaba de llamarme Phil Wheeler, Roy, el padre del chico asesinado que encontramos ayer por la tarde.
– Cuéntame.
– Me ha dicho que no sabía si era importante, pero que al parecer su hijo le dijo que había estado hablando con Michael Harrison por walkie-talkie… desde… el jueves.
Capítulo 68
Ashley se acercó por detrás a Mark, que estaba encorvado sobre su mesa delante de la pantalla del ordenador, intentando ponerse al día con su trabajo. Debía desde hacía tiempo al arquitecto, al verificador de cantidad y a la empresa de construcción respuestas a un montón de mensajes de correo electrónico sobre problemas planteados por el Departamento de Urbanismo acerca del proyecto más ambicioso de la empresa hasta la fecha: la nueva urbanización de veinte casas de Ashdown.
Ashley deslizó los brazos alrededor de su cuello, se inclinó hacia delante y le acarició la mejilla con la nariz. Él aspiró el perfume embriagador de su colonia fresca y veraniega y el ligero olor cítrico de su pelo.
Con los ojos cansados, Mark levantó los brazos y le puso las manos en las mejillas.
– Todo va a salir bien -le dijo.
– Claro que sí. A nosotros todo nos sale bien, ¿de acuerdo?
– De acuerdo.
Inclinándose más hacia delante, Ashley le dio un beso en la frente.
Mark lanzó una mirada al despacho, hacia la puerta abierta, receloso todos los segundos del día y de la noche de que alguien pudiera entrar.
Ella volvió a besarle.
– Te quiero -le dijo.
– Yo también te quiero, Ashley.
– ¿Sí? No me has demostrado mucho cariño estos últimos días -le reprendió ella.
– Ya, claro, ni que tú me hubieras estado comiendo a besos.
– Vamos a olvidarnos de eso.
Le mordisqueó la oreja, luego le desabotonó la camisa, deslizó las manos dentro y comenzó a acariciarle los pezones con los dedos. Notó que reaccionaba casi al instante, oyó que cogía aire de repente, sintió que se le tensaba el pecho. Sacó las manos, alargó el brazo y con un clic del ratón cerró el programa, luego le susurró al oído:
– Fóllame.
– ¿Aquí?
– ¡Aquí y ahora!
Mark se levantó, un poco nervioso, y miró su reloj. -Los limpiadores vienen sobre las seis y media. Estarán…
Ashley le desabrochó el cinturón de los pantalones del traje y le bajó la cremallera. Luego, de un tirón rápido, le bajó los pantalones y los calzoncillos a la vez.
– Pues tendremos que echar uno rapidito, ¿no? -Se paró y miró un momento, como agradecida, su pene erecto, luego dijo-: Vaya, ¡parece que alguien se alegra de verme!
Luego, lo tomó en la boca.
Mark miró por la ventana. Estaban a plena vista de los edificios del otro lado de la calle. Intentó echarse a un lado y casi se trastabilló con los pantalones y los calzoncillos. Se bajó, le desabotonó torpemente la blusa, metió las manos dentro y le desabrochó el sujetador. Al cabo de un par de minutos, desnudo excepto por los zapatos y los calcetines, estaba tumbado encima de ella, penetrándola; el olor polvoriento a nailon de la moqueta dura se mezclaba en su nariz con los olores de Ashley.
Luego, oyeron un pitido agudo procedente del interfono.
– ¡Mierda! -dijo él, muy nervioso-. ¿Quién coño será?
Ashley lo apretó más fuerte contra ella, arañándole la espalda con las uñas.
– No hagas caso -le dijo.
– ¿Y si es Michael, que viene a ver si hay alguien?
– ¡Eres un cagado! -dijo, soltándolo.
Obviando el comentario, Mark se puso en pie, salió de la habitación cojeando hacia la mesa de la recepción que normalmente ocupaba Ashley y miró el pequeño monitor de la cámara de circuito cerrado. Vio a un hombre, en pie frente a la puerta de la calle, con un casco de motorista que sujetaba un paquete. Mark pulsó el botón de «Hablar».
– ¿Sí?
– Un paquete para el señor Warren, Inmobiliaria Doble M.
– ¿Quiere dejarlo en el buzón?
– Necesito que lo firme.
Mark renegó.
– Ahora bajo.
Volvió a vestirse, metiéndose los faldones de la camisa en los pantalones, y le lanzó un beso a Ashley.
– Vuelvo enseguida.
– No te preocupes por mí -dijo muy seria-. Seguiré sin ti.
Mark bajó corriendo las escaleras, abrió la puerta y recogió un pequeño sobre acolchado con una etiqueta escrita a máquina dirigido a él, pero sin ningún dato sobre quién lo enviaba, de un hombre bajo y fornido vestido con ropa de cuero con la leyenda «Mensajeros Vía Rápida» impresa en la parte delantera. Firmó el resguardo de entrega, cogió el duplicado, cerró la puerta y volvió a subir las escaleras.
El nombre del remitente escrito a mano en el resguardo decía «Contratistas JK». Mark no tenía ni idea de qué había dentro. Había tantísimo papeleo para los formularios urbanísticos que iba hundiéndose poco a poco bajo la montaña. Seguramente serían un montón de dibujos técnicos del verificador de cantidad. Despilfarrando como siempre, al mandarlos por mensajero cuando podría haberlos enviado tranquilamente por correo. Ya lo abriría más tarde. Ahora mismo, sólo tenía una cosa en la cabeza, Ashley, tumbada desnuda en el suelo del despacho. Y estaba cachondo, loca, vertiginosa, lozanamente cachondo.