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– Sólo coja al cabrón que lo hizo, comisario. Al menos haga eso, por mí y por Davey. ¿Lo hará?

Grace le prometió que haría todo lo que estuviera en su mano.

Capítulo 70

Mark Warren, totalmente sudado, sacudió la llave en la cerradura de la puerta de su piso, aterrado por un momento de que se hubiera atascado. Luego empujó la puerta con temor, entró, cerró con llave y corrió la cadena de seguridad.

Obviando el montón de correo que lo esperaba, dejó el maletín, se arrancó la corbata, se desabotonó el cuello de la camisa y tiró la chaqueta y la corbata en el sofá. Se sirvió cuatro dedos de Balvenie, puso unos cubitos del congelador directamente en el vaso y, luego, bebió unos tragos del whisky.

Abrió la bolsa de piel del portátil y sacó el sobre acolchado que había recibido antes, sosteniéndolo con el brazo extendido y sin atreverse apenas a mirarlo. Lo dejó sobre una mesa negra lacada al fondo de la habitación y sacó la nota que ya había leído antes, en el despacho. Luego fue a la mesita de café, bebió otro trago generoso de whisky y se sentó.

La nota era breve y estaba impresa a ordenador en un folio A4. Decía: «Que la policía compruebe las huellas dactilares y verás que es tu amigo y socio. Cada veinticuatro horas le cortaré un trozo cada vez mayor. Hasta que hagas exactamente lo que yo te diga».

No iba firmada.

Mark bebió un poco más de whisky y apuró el vaso. Volvió a llenarlo -otros cuatro dedos gruesos, pero con los mismos cubitos- y leyó la nota otra vez. Y otra. Oyó una sirena fuera, en algún lugar, y se estremeció. Luego sonó el timbre de la puerta y entró en un estado de pánico confuso. Mientras se acercaba a la pantalla de la cámara de circuito cerrado, esperó desesperadamente que fuera Ashley. Tenía el teléfono apagado cuando la llamó desde el despacho y seguía del mismo modo cuando había vuelto a llamarla hacía unos minutos, mientras subía en el ascensor.

Sin embargo, no era Ashley; era la cara de un hombre al que comenzaba a ver demasiado para su gusto, el comisario Grace.

Durante unos instantes se planteó si pasar de él, dejar que se marchara y volviera en otro momento; pero quizá tenía noticias.

Descolgó el auricular y le dijo a Grace que entrara, luego pulsó el botón que abría el pestillo electrónico de la puerta.

Tras lo que parecieron sólo unos segundos, Grace llamó a la puerta. Mark apenas había tenido tiempo de recoger la nota y el sobre acolchado y esconderlos en un armario.

– Buenas noches, agente -dijo Mark al abrir la puerta.

De pronto fue consciente de que tenía la cabeza un poco embotada por la bebida y de que se le notaba en la voz. Estrechó la mano de Grace guardando las distancias, para que el policía no oliera el alcohol en su aliento.

– ¿Le importa que entre unos minutos o está ocupado?

– Nunca estoy demasiado ocupado para usted, agente. Estoy aquí para ayudarle las veinticuatro horas al día, los siete días de la semana. ¿Qué novedades hay? ¿Quiere beber algo?

– Un vaso de agua, por favor -dijo Grace, que se moría de sed.

Se sentaron el uno frente al otro en los hondos sofás de piel. Grace le observó unos instantes. El hombre estaba hecho un manojo de nervios, parecía un poco descoordinado y olía mucho a alcohol.

– ¿Qué ha comido hoy? -le preguntó Grace mirándolo detenidamente a los ojos.

Los ojos de Mark se movieron hacia la izquierda un instante y luego volvieron al centro.

– Un sándwich de pavo y arándanos, de un delicatessen que hay a la vuelta de la esquina. ¿Por qué?

– Comer es importante -dijo Grace-. Sobre todo cuando se está estresado. -Ofreció a Mark una sonrisa de ánimo y, luego, bebió un sorbo de agua del vaso, de tacto caro, que le había dado-. Tengo un pequeño misterio, Mark, y me preguntaba si podría ayudarme.

– Claro, lo intentaré.

– Un par de cámaras de circuito cerrado grabaron un BMW X5 registrado a su nombre, a última hora del jueves por la noche, circulando en dirección a Brighton desde Lewes… -Grace hizo una pausa para sacar su Blackberry del bolsillo-. Sí, a las 0.29 de la madrugada y otra vez a las 0.40. -Grace decidió no decir nada por el momento sobre los resultados de los análisis de tierra que le habían dado antes en la reunión informativa. Se inclinó hacia delante, como un león acechando a su presa-. ¿Quizá fue a dar un paseo nocturno por Ashdown Forest?

Ahora observó los ojos de Mark sin apartar la mirada. En lugar de desviarse hacia la izquierda, hacia el mismo lado que cuando había respondido a la pregunta sobre el sándwich, el lado de los recuerdos, se movieron frenéticamente, hacia la derecha, luego hacia la izquierda, luego de nuevo hacia la derecha, y acabaron decidiéndose muy claramente por la derecha: en modo «construcción». Pensaba salir de ésta con una mentira.

– Puede que sí -contestó Mark.

– ¿Puede que sí? ¿Conducir por un bosque a medianoche no es un poco insólito? ¿No lo recordaría con más claridad?

– Para mí no es insólito -respondió Mark y, al coger su bebida, todo su lenguaje corporal cambió de repente. Ahora le tocaba a Grace inquietarse, y se preguntó qué estaba pasando. Mark se recostó en el sofá e hizo girar el whisky en el vaso, los cubitos tintinearon-. Verá, es donde estamos desarrollando nuestro próximo proyecto inmobiliario importante. Nos dieron el permiso de obras preliminar hace un par de meses para construir veinte casas en un solar de dos hectáreas en el corazón del bosque y ahora estamos trabajando en los detalles, ya que los grupos ecologistas se muestran muy hostiles. Voy al bosque continuamente, día y noche. Tengo que comprobar los factores ambientales y una parte importante es el impacto en la flora y la fauna de noche. Estoy elaborando un informe que avale nuestra solicitud.

A Grace se le cayó el alma a los pies. Era como si hubieran tirado de una alfombra, deprisa pero con inteligencia, de debajo de sus pies. Acababa de malgastar casi mil libras de su presupuesto en el análisis de tierra y se sentía estúpido. ¿Por qué no habían recabado esa información? ¿Por qué ni Glenn ni nadie del equipo lo sabía?

El cerebro le iba a mil por hora e intentó reducir y dar un poco de tracción a sus pensamientos. Mark Warren aún parecía un manojo de nervios y a Grace no le daba la impresión de que fuera porque estuviera preocupado por su socio. La agresividad que había mostrado en la boda indicaba algo más, pero no sabía qué.

Luego, por tercera vez al menos en los últimos diez minutos, vio que los ojos de Mark miraban en dirección a un punto al fondo de la habitación, como si allí hubiera alguien. Grace tiró a propósito la funda del Blackberry al suelo y, al agacharse a recogerla, volvió la cabeza hacia donde Mark no dejaba de mirar, pero no vio nada significativo. Sólo el elegante equipo de música, obras interesantes de arte moderno y algunos armarios.

– He leído lo de ese joven…, el del depósito. He visto el artículo en el periódico de hoy. Muy triste -dijo Mark.

– Es posible incluso que sucediera en su terreno -dijo Grace, por probar.

– No sé exactamente dónde sucedió.

Mirándolo fijamente otra vez, y recordando las palabras en la hoja de papel de carta que había encontrado en el cuarto de Davey, Grace dijo:

– Si coge la A 26 en Crowborough justo después de una cabaña blanca, luego cruza un guardaganado doble, ¿es ahí dónde está el terreno?

No hizo falta que Mark respondiera. Grace vio todo lo que necesitaba saber en el movimiento rápido de sus ojos, el ceño fruncido, el encorvamiento de todo su cuerpo y el cambio de tonalidad de su rostro.

– Podría ser, es posible, sí.

Ahora Grace comenzaba a verlo todo claro.

– Si su grupo iba a enterrar vivo a su amigo en un ataúd, tendría sentido hacerlo en un terreno que es de su propiedad, ¿verdad? ¿Un lugar que conociera?

– Supongo…