– ¿Sigue insistiendo en que no tenía ni idea de ningún plan para enterrar a Michael Harrison en un ataúd?
Sus ojos recorrieron todo el lugar en unos segundos.
– Por supuesto. Ni idea.
– Bien, gracias. -Grace examinó su Blackberry un momento-. También tengo un número y me preguntaba si podría ayudarme con él, Mark.
– Lo intentaré.
Grace le leyó el número que figuraba escrito en el mismo diagrama.
– 0771 52136 -repitió Mark. Al instante, sus ojos se movieron deprisa hacia la izquierda. Modo «recuerdo»-. Parece el móvil de Ashley, pero le faltan un par de números. ¿Por qué lo pregunta?
Grace apuró el agua y se levantó.
– Lo encontramos en casa de Davey Wheeler, el chico asesinado. Junto con las indicaciones que le he dado.
– ¿Qué?
Grace se acercó a la ventana, abrió la puerta del patio y salió a la terraza de tablones de teca. Agarrándose a la barandilla de seguridad de metal, miró abajo a la calle bulliciosa desde el cuarto piso. No era una gran distancia, pero bastó. Siempre había sufrido de vértigo, nunca le habían gustado las alturas.
– ¿Cómo consiguió este chico el número de teléfono de Ashley y las indicaciones para llegar a nuestro terreno? -preguntó Mark.
– A mí también me encantaría saberlo.
Una vez más, los ojos de Mark cruzaron la habitación. Grace se preguntó si era el armario. ¿Había algo ahí dentro? ¿Qué?
A Grace, aquel hombre y Ashley Harper le daban tanta mala espina que quería solicitar órdenes de registro para inspeccionar de arriba a abajo sus casas y las oficinas; pero conseguirlas no era fácil. Había que convencer a los jueces para que firmaran las órdenes y, para convencerles, había que aportar pruebas. Ahora mismo, respecto a Mark Warren y Ashley Harper lo único que tenía en realidad era una intuición. Ninguna prueba.
– Mark, este terreno suyo, ¿es fácil de encontrar? Las indicaciones, la cabaña blanca, el guardaganado.
– Hay que conocer el desvío. No está señalado, sólo hay un par de estacas. No queríamos que llamara la atención.
– Me parece que es ahí donde hay que buscar a su socio, y hay que actuar deprisa, ¿no le parece?
– Por supuesto.
– Me pondré en contacto con la policía de Crowborough, que ya está rastreando la zona, pero creo que sería esencial que usted estuviera allí. Al menos para señalarles la zona exacta. ¿Puedo arreglarlo para que pasen a recogerle en la próxima media hora?
– Bien. Gracias. Eh… ¿Cuánto tiempo cree que me necesitarán?
Grace frunció el ceño.
– Bueno… Lo único que necesito de usted es que nos muestre la entrada, el desvío, y nos lleve a donde comienza su terreno. Quizás una hora en total. A menos que quiera unirse a la búsqueda personalmente.
– Claro, quiero decir… Haré lo que pueda.
Capítulo 71
Mark cerró la puerta después de que Grace saliera, corrió al baño y vomitó en la taza del váter. Luego vomitó un poco más.
Se levantó, le dio a la cisterna y luego, se limpió la boca con agua fría. Tenía la ropa empapada en sudor y el pelo aplastado contra la cabeza. Con el grifo abierto, casi no oyó que sonaba el teléfono fijo.
Descolgó el auricular justo antes de que sonara por última vez y la llamada fuera desviada al contestador.
– ¿Diga?
– ¿Eres Mark Warren? -dijo una voz de hombre con acento australiano.
Algo en la voz hizo que Mark recelara al instante.
– Este número no figura en la guía. ¿Con quién hablo?
– Me llamo Vic. Estoy con su amigo Michael. Él me ha dado su número. En realidad, le gustaría hablar un segundito con usted. ¿Se lo paso?
– Sí.
Mark agarró con fuerza el auricular y se lo pegó a la oreja, temblando. Luego oyó la voz de Michael, era claramente la voz de Michael, pero emitió un sonido que Mark no había oído nunca. Era un grito de dolor que parecía comenzar en el fondo del su alma y luego estallar, como un tren saliendo de un túnel, en un crescendo de absoluta e insoportable agonía.
Mark tuvo que apartarse el teléfono de la oreja. El rugido murió, luego oyó que Michael gimoteaba. Entonces volvió a chillar.
– No, por favor, no, no. ¡No, no, no, no!
Luego oyó de nuevo la voz de Vic.
– Apuesto a que te preguntas qué le estoy haciendo a tu colega, ¿verdad, Mark? No te preocupes, lo descubrirás cuando llegue en el correo de mañana.
– ¿Qué quieres? -preguntó Mark, aguzando el oído, pero ya no oía a Michael.
– Necesito que transfieras un dinero de vuestro banco en las islas Caimán a un número de cuenta que voy a darte en breve.
– No es posible, aunque quisiera hacerlo. Hacen falta dos firmas para realizar cualquier transacción, la de Michael y la mía.
– En la caja fuerte que tenéis en el despacho de vuestra empresa hay documentos firmados por los dos en los que le dais poderes a un abogado de las islas Caimán. Los guardasteis allí el año pasado cuando os fuisteis a navegar una semana y esperabais cerrar un trato inmobiliario en las Granadinas que no prosperó. Olvidasteis destruir los documentos. Menos mal, ¿no?
Cómo coño sabía ese hombre eso, se preguntó Mark.
– Quiero hablar con Michael. No quiero oírle gritar de dolor, sólo quiero hablar con él, por favor.
– Por hoy ya has hablado suficiente con él. Voy a dejar que pienses en esto, Mark, y ya nos pondremos al día más tarde, tendremos una charla íntima. Ah, y Mark, ni una palabra de esto a la policía. Entonces sí que me enfadaría de verdad.
La llamada se cortó.
Al instante, Mark pulsó el botón de rellamada al último número entrante, pero no le sorprendió oír que la voz automatizada decía: «Lo sentimos, este número no está disponible».Volvió a marcar el número de Ashley. Para su alivio, contestó.
– Gracias a Dios -dijo-. ¿Dónde estabas?
– ¿Qué quieres decir, dónde estaba?
– He estado intentando localizarte.
– Bueno, he ido a que me dieran un masaje. Uno de los dos tiene que mantener la calma, ¿vale? Luego he pasado a ver a la madre de Michael y ahora estoy yendo a casa.
– ¿Puedes pasarte por aquí, ahora, ya?
– Hablas como si arrastraras las palabras, ¿has estado bebiendo?
– Ha pasado algo, tengo que hablar contigo.
– Ya hablaremos por la mañana.
– No puedo esperar.
El tono imperativo de su voz hizo efecto.
– De acuerdo -dijo Ashley a regañadientes-. Sólo que no sé si es buena idea ir a verte. Podríamos quedar en un sitio neutral. ¿Qué tal un bar o un restaurante?
– Genial, ¿un sitio donde todo el mundo pueda oírnos?
– Pues tendremos que hablar bajito, ¿vale? Es mejor a que me vean entrando en tu piso.
– ¡Dios santo! Estás paranoica.
– ¿Yo? Tú no eres el más indicado para hablar de paranoia. Di un restaurante.
Mark pensó un momento. Un coche de policía lo recogería dentro de media hora. El terreno estaba a una media hora en coche. Quizá sólo estaría diez minutos allí, luego media hora más para volver. Eran las ocho de la tarde de un lunes; los sitios estarían tranquilos. Le sugirió quedar a las diez en un restaurante italiano cerca del Teatro Real, uno que tenía un salón grande en la parte de arriba que casi seguro que estaría vacío aquella noche.
No lo estaba. Para su sorpresa, el restaurante era un hervidero; había olvidado que tras el festival de Brighton la ciudad aún estaba muy animada, con los bares y restaurantes abarrotados todas las noches. La mayoría de las mesas de arriba también estaban ocupadas y lo encajonaron en una mesa estrecha detrás de un grupo escandaloso de doce personas. Ashley aún no había llegado. El lugar era típicamente italiano: paredes blancas, mesas pequeñas con velas metidas en el cuello de botellas de chianti y camareros gritones y enérgicos.