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Había pasado lo mismo con Ashley, al principio. Durante esa primera entrevista, seis meses atrás, fue Michael, como siempre, quien habló y Ashley pareció cautivada por él y apenas miró a Mark. Después, ella le dijo a Mark que había hecho teatro, porque deseaba desesperadamente el trabajo y la habían avisado de que quien, en realidad, controlaba la empresa era Michael.

Durante el primer mes más o menos, Mark había visto el interés que mostraba Michael por Ashley. Conocía suficientemente bien a su amigo como para leer las señales: coqueteaba con ella con sus chistes, preguntas, halagos e historias sobre sí mismo, exactamente igual que flirteaba con todas las mujeres que le gustaban. Mark había observado el coqueteo continuado de Michael con gran regocijo y satisfacción. Era la primera vez que se ligaba a una chica que le gustaba a Michael, y la sensación era increíble, liberadora, como si, por fin, tras quince años de amistad, no sintiera que Michael lo dominaba.

El plan había sido idea de Ashley. Mark no había puesto reparos, excepto a que se fueran de luna de miel. Le había costado mucho soportar eso. En el fondo sabía que era la razón por la que había conducido hasta el bosque el jueves pasado por la noche y sacado el tubo para respirar; pero ¿dejar que aquel chiflado torturara y mutilara a su amigo? ¿Hasta matarlo? No estaba seguro de tener mucho estómago para eso.

Abrió la puerta de su casa y, al entrar, sonó el teléfono fijo. Cerró la puerta de golpe, cruzó la habitación corriendo y miró la pantalla, pero no aparecía ningún número.

– ¿Diga? -contestó.

– Hola, colega, soy Vic -dijo la misma voz australiana que había oído antes-. Siento curiosidad por el poli que se ha pasado antes a verte. Creía que te había dicho que no hablaras con la poli.

– No lo he hecho -dijo Mark-. Es un comisario que investiga la desaparición de Michael. No tenía ni idea de que iba a venir.

– No sé si creerte o no, colega. ¿Quieres que hable otra vez con Mike o te ha quedado claro?

– Creo que me ha quedado claro -contestó Mark intentando deducir qué quería decir.

– Entonces, ¿vas a hacer lo que te diga?

– Te escucho.

– Ve a tu despacho ahora mismo, abre la caja fuerte, coge los documentos que firmasteis tú y Mike para dar poder notarial a un abogado en las islas Caimán llamado Julius Grobbe y mándaselos por fax. Después, llamas a Julius Grobbe y le dices que transfiera un millón doscientas cincuenta y tres mil setecientas doce libras de la cuenta que tenéis allí a la cuenta numerada de Panamá que ya le he mandado yo por fax. Volveré a llamarte aquí dentro de una hora exactamente y podrás contarme cómo te ha ido. Si no descuelgas el auricular, tu amigo perderá otro trocito de su cuerpo y esta vez va a dolerle de verdad. ¿Recibido?

– Recibido.

Un millón doscientas cincuenta y tres mil setecientas doce libras era la cantidad exacta que Mark y Michael tenían en su cuenta conjunta.

Capítulo 76

Roy Grace y Glenn Branson -que había llegado a Sussex House justo cuando Grace se marchaba- estaban sentados en el moderno salón minimalista de Ashley examinando el mensaje de texto muy mal escrito en su monísimo Sony Ericsson: «viVo. *£ llAmaaaa ponlicia».

Ashley estaba sentada frente a ellos, retorciéndose las manos, pálida y con los ojos llorosos. Parecía que había salido a algún sitio, pensó Grace al mirar su blusa color crema con jirones, el pelo, la falda de lino y al oler el poderoso perfume que emanaba. ¿Adónde? ¿Con quién?

Debería sentir pena por ella, lo sabía. Su prometido había desaparecido, su boda se había cancelado y, esta noche, en lugar de estar de luna de miel, estaba llorando en su casa de Brighton; sin embargo, no sentía pena, no podía sentirla. Lo único que sentía era unas sospechas tremendas.

– ¿Ha intentado llamarlo?

– Sí, y le he mandado un mensaje. El teléfono suena y desvía la llamada al buzón de voz.

– Es mejor que antes -dijo Grace-. Antes no sonaba, la llamada entraba directamente en el buzón de voz.

Branson jugueteaba con el teléfono, ya que se le daban mucho mejor esos chismes que a Grace.

– Lo mandó Michael Harrison, número de teléfono +44797 1134621 -anunció, luego pulsó un botón con el pulgar mientras se mordía el labio inferior, concentrado-. A las 22.28 de hoy.

Tanto Grace como Branson miraron su reloj. Hacía poco más de una hora.

Había tardado veinte minutos en llamarles, pensó Grace. ¿Por qué esperó veinte minutos?

Glenn Branson marcó el número y se llevó el teléfono a la oreja. Grace y Ashley lo observaron, expectantes. Al cabo de unos momentos, Branson dijo:

– Hola, Michael Harrison. Soy el sargento Branson, del Departamento de Investigación Criminal de Brighton. Llamo en respuesta al mensaje que le ha mandado a Ashley Harper. Por favor, llámeme o envíeme un mensaje al 0789 965018. Repito el número, 0789 965018.

Entonces, colgó.

– Ashley, ¿Michael normalmente le manda mensajes?

Ella se encogió de hombros.

– No mucho, pero sí. Ya sabe, mensajitos de amor, cosas así.

La chica sonrió de repente. Al ver la calidez que asomaba a su rostro y la belleza que parecía despertar, Grace vio que aquella mujer podría derretir casi cualquier corazón que se le antojara.

Branson sonrió.

– ¿Siempre escribe tan mal?

– No, normalmente no.

Grace miró de nuevo las palabras. «viVo. *£ llAmaaaa ponlicia».

Era como si lo hubiera escrito un niño, no un adulto. A menos, por supuesto, que lo hubiera escrito a toda prisa o mientras conducía.

– ¿Qué información pueden obtener con esto? -preguntó Ashley.

Grace estuvo a punto de decírselo, luego decidió no hacerlo. Con la pierna, tocó subrepticiamente la de Branson para indicarle que no lo contradijera.

– En realidad, no demasiada, me temo. Es una buena noticia en un sentido: sabemos que está vivo, pero es una mala noticia, porque es evidente que corre peligro. A menos que sea una broma.

Grace se fijó en que Ashley recorría la habitación con la mirada. Había estado observando su lenguaje corporal desde que les había abierto la puerta. Todo estaba pensado, todo lo hacía después de una pausa, nada era espontáneo.

– ¿No creerá todavía que Michael está gastando una especie de broma? -dijo incrédula.

Grace observó algo muy forzado y teatrero en su modo de decir aquello. Le contó que habían encontrado el ataúd: todos los detalles.

– Así que ha escapado, ¿es lo que cree?

– Quizá -dijo Grace-. O quizá Michael nunca estuvo ahí dentro.

– Ya, vale, ¿así que escarbó el interior de la tapa él mismo?

– Creo que es una posibilidad, sí; de todos modos, no tiene que ser, necesariamente, la correcta.

– Venga, vamos, ¡sea realista! Este mensaje es desesperado, ¿y ustedes se quedan ahí sentados vendiéndome una teoría de mierda sobre que se trata de una broma?

– Ashley, somos muy realistas -dijo Grace con calma-. Tenemos a todo un equipo en la Unidad de Investigaciones Principales trabajando. Tenemos a más de cien agentes buscando a Michael Harrison. El caso tiene cobertura informativa a nivel nacional… Estamos haciendo todo lo que podemos.

De repente, Ashley pareció arrepentida, una niña pequeña perdida y asustada. Miró dócilmente a los dos agentes de policía, los ojos muy abiertos. Se secó las lágrimas con un pañuelo.

– Lo siento -dijo sorbiéndose la nariz-. No pretendía emprenderla con usted. Se han portado tan bien, los dos. Es que estoy tan…, tan… -Se puso a temblar, el rostro desencajado tras un mar de lágrimas.