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Luego, Grace y Branson pasaron diez minutos más al teléfono organizando un equipo que se reuniera en Sussex House a las cinco de la mañana. Después, apiadándose de Branson, Grace lo mandó a casa para que durmiera un par de horitas.

Más tarde, llamó al detective Nicholl, se disculpó por molestarle y le dijo que fuera a casa de Ashley Harper y vigilara cualquier movimiento que se produjera en ella.

A las dos de la madrugada, con la orden firmada en la mano, Grace llegó a su casa, programó el despertador para las cuatro y cuarto y se quedó dormido.

Cuando apagó el despertador de un manotazo y saltó automáticamente de la cama en la habitación oscura, oyó los primeros gorjeos de los pájaros, lo cual le recordó mientras se metía en la ducha que, aunque el verano aún no había llegado, faltaba menos de un mes para el día más largo, el 21 de junio.

A las cinco estaba de regreso en Sussex House, sintiéndose lleno de vida tras dos horas y pico de sueño. Bella y Emma-Jane ya habían llegado, también Ben Farr, un sargento de casi cincuenta años de cara redonda y con barba que iba a ser el agente encargado de las pruebas, y Joe Tindall. Glenn Branson llegó unos minutos después.

Mientras bebía café, Grace les informó. Luego, poco después de las cinco y media, todos con chalecos antibalas, partieron en una furgoneta Ford Transit de la policía y un coche patrulla, que conducía Branson con Grace en el asiento del copiloto.

Al llegar a la calle de Ashley, Grace le dijo a Branson que se detuviera junto al Astra camuflado de Nick y bajó su ventanilla.

– Todo tranquilo -informó Nicholl.

– Buen chico -dijo Grace al ver el Audi TT de Ashley Harper en su lugar habitual delante de su casa.

Le ordenó a Nicholl que cubriera la calle por detrás y arrancaron de nuevo.

No había sitio para aparcar en la calle, así que estacionaron en doble fila junto al Audi. Grace le dio un par de minutos a Nick Nicholl para situarse; luego, encabezando el grupo, se dirigió hacia la puerta, ya era de día, y llamó al timbre. No contestaron.

Volvió a llamar y, luego, al cabo de un minuto, una vez más. A continuación, hizo un gesto con la cabeza a Ben Farr, que fue a la Transit y cogió el ariete, del tamaño de un extintor grande. Lo llevó hasta la puerta, lo balanceó con fuerza y la puerta se abrió.

Grace entró primero.

– ¡Policía! -gritó-. ¿Hola? ¡Policía!

Las luces silenciosas y parpadeantes del equipo de música lo saludaron. Seguido del resto del equipo, subió las escaleras y se detuvo en el descansillo del primer piso.

– ¡Hola! -volvió a gritar-. ¿Señorita Harper?

Silencio.

Abrió una puerta: daba a un baño pequeño. La siguiente puerta correspondía a un pequeño dormitorio soso y austero que no parecía que nadie hubiera utilizado nunca. Dudó, luego empujó la puerta que quedaba, que era la del dormitorio principal, con una cama de matrimonio sin deshacer. Las cortinas estaban corridas. Encontró el interruptor de la luz y la encendió y varios puntos en el techo iluminaron el cuarto.

El lugar tenía un ambiente desierto, como una habitación de hotel que espera a su próximo ocupante. Vio un edredón inmaculado sobre la cama de metro sesenta, un televisor de pantalla plana, un radiodespertador y un par de reproducciones de las piscinas de Hockney colgadas en la pared.

Ni rastro de Ashley Harper.

¿Dónde diablos estaba?

Sintiendo una punzada de pánico, Grace y Glenn Branson se miraron. Los dos sabían que, en algún momento, los habían burlado, pero ¿dónde y cuándo? Por unos instantes, lo único en lo que pudo pensar fue en la bronca que le caería de Alison Vosper si al final resultaba que habían despertado a una juez en mitad de la noche para conseguir una orden de registro sin motivo.

Y podía haber muchos motivos para que Ashley Harper no estuviera allí esta noche. Por un momento, se enfadó con su amigo. Todo esto era culpa de Glenn. Le había embaucado para que se involucrara en este maldito caso. No tenía nada que ver con él, no era problema suyo. Ahora el puto problema le pertenecía y era cada vez peor.

Intentó recapitular, pensar en cómo podía salvar el culo si Número 27 le pedía explicaciones. Estaba la muerte de Mark Warren. La nota. El dedo en la nevera. Lo que había descubierto Emma-Jane. Había un montón de cosas que no encajaban. Mark Warren, tan beligerante en el banquete. Bradley Cunningham, tan afable, tan elegante para la boda.

«En realidad, los pantalones me están matando… Los he alquilado en su maravilloso Moss Bros, pero creo que me han dado mal ¡los pantalones!»

Por el tiempo que había pasado en Estados Unidos y en Canadá, y las conversaciones que Grace había mantenido sobre las diferencias en el idioma, sabía que los estadounidenses y los canadienses con clase quizá denominaban a un pantalón normal «pantalones», pero que a un pantalón de vestir lo llamarían «pantalón». Había sido una pista instantánea de que quizá Bradley Cunningham no era la persona que aparentaba ser.

Aunque esa remota hipótesis no satisfaría a Alison Vosper.

– Registrad este lugar de arriba abajo -le dijo cansado a su equipo-. No dejéis piedra por mover. Averiguad de quién es el piso. De quién son los televisores, el equipo de música, el Audi que hay fuera, las alfombras, los enchufes. Quiero saber todos los putos detalles sobre Ashley Harper. Quiero saber más de ella que ella misma. ¿Lo habéis entendido todos?

Tras dos horas de registro, de momento nadie había encontrado nada. Era como si Ashley Harper hubiera limpiado el lugar con una superaspiradora. No había más que muebles, un yogur bio en la nevera y leche de soja, un manojo de rábanos y media botella de agua mineral escocesa de la marca de los supermercados Salisbury's.

Glenn Branson se acercó a Grace, que estaba ocupado levantando un colchón de la habitación de invitados.

– Tío, esto es rarísimo. Es como si supiera que íbamos a venir, ¿sabes qué quiero decir?

– ¿Y por qué nosotros no sabíamos que se iba? -preguntó Grace.

– Ahí lo tienes de nuevo. Otra pregunta.

– Sí -dijo Grace, ahora el cansancio le ponía irascible-. Quizá sea porque siempre me das preguntas en lugar de putas respuestas.

Branson levantó una mano.

– No pretendía ofender, tío.

– No me has ofendido.

– Bueno, ¿dónde coño está?

– Aquí no.

– Eso ya lo imagino.

– ¡Roy! Mira esto, no sé si puede servirnos.

El detective Nicholl entró en la habitación con un papel, que mostró a Grace.

Era un recibo de una tienda llamada Century Radio en Tottenham Court Road. En el recibo decía: «AR5000 Cyber Scan, £2.437,25».

– ¿Dónde estaba? -preguntó Grace.

– En el cubo de basura del patio trasero -contestó Nick con orgullo.

– ¿Dos mil cuatrocientas treinta y siete libras por un escáner? -preguntó Grace-. ¿Qué clase de escáner cuesta tanto? ¿Una especie de escáner informático? -Tras pensar unos momentos, añadió-: ¿Por qué tiraría alguien el recibo? Aunque no pudieras cargar el coste del escáner a tu empresa, seguro que guardarías el recibo por si se estropea, ¿no te parece?

– Segurísimo -confirmó Branson.

Grace miró la fecha del recibo. El miércoles pasado. La hora de la compra era las 14.25. El martes por la noche su prometido desaparece. El miércoles por la tarde sale a comprar un escáner de dos mil quinientas libras. Aquello no tenía sentido, al menos todavía. Según su reloj ya habían pasado dos horas, ahora eran poco más de las ocho.

– No sé a qué hora abrirá Century Radio, pero hay que recabar información sobre ese escáner -dijo.

– ¿Tienes alguna idea? -preguntó Branson.

– Muchas -contestó Grace-. Demasiadas. Demasiadas. -Luego añadió-: Tengo que estar en el juzgado de Lewes a las diez menos cuarto.