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Grace estaba impresionado.

– Sí, bien pensado. -Miró a su alrededor-. ¿Alguna teoría más? De acuerdo, aparquemos el tema un momento. ¿Alguna otra novedad?

– Sí -dijo Nick Nicholl-. Después de que te marcharas de casa de Ashley Harper, Joe Tindall se puso a levantar los tablones del suelo. Hemos descubierto un sobre lleno de recibos detrás de una cómoda que hemos movido. Puede que cayera ahí accidentalmente o puede que lo escondieran. La mayoría de los recibos no parecen tener ningún interés para nosotros, pero hay uno que deberías ver.

Ascendía a 1.500 libras y correspondía a una empresa, con dirección en Maddox Street, Londres W1, llamada Acompañantes Conquistas. Debajo del nombre, figuraba la leyenda «Hombres y mujeres de compañía discretos y encantadores para cualquier ocasión». Había dos fechas: el sábado anterior, el día de la boda de Ashley Harper, y el lunes anterior.

– Dale la vuelta, Roy -dijo Nick Nicholl-. Echa un vistazo a la otra cara.

Grace le dio la vuelta y vio escrito a bolígrafo el nombre de Bradley Cunningham.

Su mente regresó a la conversación que había mantenido con Ashley, en su casa, el viernes por la noche. La recordaba ahí sentada, muy abatida, hablando de su tío canadiense: «Nos adoramos. Pidió libre toda la semana para poder asistir al ensayo del lunes».

– ¿Ha fingido un tío? -dijo desconcertado.

– Ha fingido mucho más que sólo un tío. Emma-Jane te lo contará dentro de un minuto -dijo Glenn Branson-. Primero, echa un vistazo a esto.

Le entregó a Grace una hoja fotocopiada. Era una orden enviada por fax al Banco Hexta, registrado en la isla de Gran Caimán, para transferir la cantidad de 1.253.712 libras a una cuenta numerada del Banco Aliado de Panamá. La orden estaba firmada por Michael Harrison y Mark Warren y la fecha y la hora que figuraban arriba eran las 23.25 del día anterior.

Grace la leyó dos veces y, luego, miró a Branson con el ceño fruncido.

– Aproximadamente, unos veinte minutos antes de que saltara por la terraza.

– Sí, correcto.

Grace pensó en la nota que habían encontrado en el bolsillo de Mark Warren.

– ¿Así que transfiere el dinero para salvar la vida de su amigo y luego se mata?

– Quizá tenían que pagar una deuda importante. Panamá podría estar relacionado con Colombia, con la mafia colombiana. ¿Quizá se hundieron en la mierda con un préstamo? ¿Lo devuelven y luego Mark Warren se mata?

– Es una teoría razonable -dijo Grace-, pero a estos dos tipos les ha ido bastante bien. Van a construir una urbanización enorme en Ashdown de veinte casas que podría reportarles varios millones. ¿Por qué iba a suicidarse? ¿A cuánto ascendería su parte, unos cientos de miles de libras?

– Pues hace la transferencia y lo matan.

– Esa teoría es más elegante -dijo Grace-. Acabo de hablar con Cleo Morey, del depósito. Un patólogo del Ministerio del Interior va para allí. Puede que tengamos más información dentro de unas horas.

La detective Bella Moy le dijo entonces a Grace que tenía información de la compañía telefónica. Vodafone había registrado actividad en el móvil de Michael Harrison entre las 22.22 y las 23.00 de la noche anterior y se habían realizado varias llamadas de emergencia al 112 desde el teléfono de Michael Harrison, pero la operadora no oyó a nadie al otro lado de la línea ninguna de las veces ni obtuvo respuesta a sus preguntas.

– ¿Qué hay de la antena de telefonía móvil?

– A eso iba, Roy. En Vodafone han sido muy amables esta mañana y ya nos han dado la situación de la antena de telefonía móvil más cercana al móvil de Michael Harrison -dijo ella.

– ¿Dónde está?

– Aquí las noticias no son tan buenas. Está en el centro de Newhaven y esa única antena cubre toda la ciudad.

– Bueno, de algo sí sirve -dijo Grace-. ¿Es una coincidencia que Newhaven sea un puerto marítimo del canal?

– Ya he emitido una alerta urgente -dijo ella.

– ¿Para?

– Para Ashley Harper; y para Alexandra Huron, ése es el nombre que utilizaba hace cuatro años en Canadá.

Era evidente que tenía más que decir, así que Grace la dejó hablar.

– He investigado el Audi TT. Lo alquiló hace un año, a su nombre, en un concesionario de Hammersmith. Todos los pagos están al día y son legales. Lo mismo con la casa. Es alquilada, pero el contrato vence a finales de este mes.

– ¿Para que coincidiera con la boda? -sugirió Branson.

– Es bastante posible -dijo Emma-Jane-. Luego tuve una corazonada y pedí a nuestras nuevas incorporaciones que investigaran todas las empresas de alquiler de coches y furgonetas de la zona y les he dado todos los nombres anteriores de Ashley Harper, además del que utiliza ahora. No aparece nada bajo el nombre de Ashley Harper -dijo-, pero a las doce menos diez de esta pasada madrugada una mujer llamada Alexandra Huron alquiló un Mercedes sedán en el Avis del aeropuerto de Gatwick, utilizando una tarjeta de crédito del Banco Toronto Dominion de Canadá. La dependienta que atendió a la cliente ha realizado una identificación positiva de Ashley Harper a partir de unas fotografías.

– Cámaras de circuito cerrado -dijo Grace-. Lo que yo…

Glenn Branson levantó una mano.

– Ya estamos en ello. Ya estamos comprobando todas las cámaras que hay entre Gatwick y Newhaven a partir de la hora que cogió el coche.

– Se marchó de su casa una hora antes de que llegarás tú, Nick -le dijo Grace al detective Nicholl.

– Sí.

– ¿Sabemos cómo fue al aeropuerto?

– No.

Grace se quedó callado. Por unos momentos, nadie tuvo nada que decir. Estaba ocupado pensando en la sucesión de acontecimientos de anoche: su charla con Mark Warren; la visita que le habían hecho él y Glenn Branson a Ashley; Mark Warren yendo al bosque a ayudar a localizar la tumba; la transferencia de dinero; la muerte de Mark Warren; Ashley alquilando un coche con un nombre distinto.

Ahora conocía su juego; estaba bastante claro. Y sabía que debía encontrarla. En estos momentos, no había nada más importante que eso.

Y tenía que hacerlo deprisa.

Si es que no era ya demasiado tarde.

Capítulo 84

– ¡Por Dios, mujer! Cuatro maletas. ¿Qué coño te pasa, Alex?

– ¿Qué quieres decir?

– No voy a ayudarte a cargar con tus cuatro putas maletas, eso es lo que quiero decir.

– Pues avisamos a un mozo.

– Y el cargo por exceso de equipaje, ¿qué?

– Viajamos en clase club, Vic. Te permiten llevar mucho equipaje. Relájate.

– ¿Que me relaje, joder? ¿Por qué no puedes dejar todo esto aquí y comprar cosas nuevas en Sydney? Allí hay tiendas, ¿sabes?

Ashley, que llevaba unos vaqueros de Prada y tacones y estaba de pie entre sus maletas en el salón de la pequeña casa de Newhaven, se puso las manos en las caderas con actitud desafiante y miró por la ventana. La vista desde la posición elevada de la remota casa alquilada abarcaba casi toda la ciudad y gran parte del puerto.

Contempló cómo el transbordador Seacat que cruzaba el canal pasaba por delante del dique del puerto en dirección al mar. Hacía un día gris, apagado y húmedo; estaba sudando, lo cual incrementaba su mal humor. Además, estaba a punto de bajarle el periodo, lo cual lo empeoraba todo aún más.

La emprendió contra él, su voz cada vez más áspera.

– No me digas. ¿Hay tiendas en Sydney? ¿Te refieres a tiendas donde puedes entrar y comprar cosas?

– ¡Vete a la mierda, imbécil! No me hables como si fuera tu criado.

– ¡Vete tú a la mierda! ¿Por qué debería dejar aquí todo esto? Es mi vida.

– ¿Qué quieres decir con que es tu vida?

Con su metro setenta de estatura, Vic apenas la pasaba un centímetro, pero a Ashley siempre le había parecido mucho más alto. Tenía el cuerpo nervudo y musculoso y la imagen de un luchador, con los brazos tatuados, el pelo rapado y unas facciones hermosas y toscas. Su ropa reforzaba su imagen militar; ahora iba vestido con una camiseta negra debajo de una guerrera, pantalones anchos color caqui y calzaba lo que podrían haber sido unas botas militares.