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– ¿Quieres decir que Michael es tu vida? ¿Mark? Que esos dos gilipollas han sido tu vida, ¿es eso lo que quieres decir? ¿Acaso hay algo que no he entendido bien? Creía que yo era tu vida, zorra estúpida.

– Yo también lo creía -dijo ella tensa, conteniendo las lágrimas.

– ¿Y eso qué coño significa?

– Nada -contestó.

Él la cogió por los hombros y le dio la vuelta para que lo mirara.

– Alex, relájate, ¿de acuerdo? Casi lo hemos conseguido, tenemos la victoria en el bolsillo. Vamos a tranquilizarnos.

– Estoy muy tranquila -dijo ella-. Eres tú el que está de los nervios.

Él se acercó y miró fijamente sus ojos verdes. Luego, con dulzura, le apartó algunos cabellos sueltos de la frente.

– Te quiero -le dijo-. Te quiero mucho, Alex.

Ella le pasó los brazos alrededor del cuello, acercó sus labios y lo besó apasionadamente unos momentos.

– Yo también te quiero, Vic. Siempre te he querido.

– Y, sin embargo, te follaste a Mark y luego a Michael. Y a un montón de tíos antes.

Ella se apartó enfadada y casi se cayó al tropezar con una maleta.

– Dios santo, ¿qué te ha entrado ahora?

– ¿Qué me ha entrado ahora? Esta vez la hemos cagado, eso me ha entrado. ¿Vale?

– No la hemos cagado, Vic. Tenemos un resultado.

– ¿Un mísero millón doscientas mil libras? ¿Medio año de nuestras vidas por eso?

– Ninguno de los dos podría haber previsto lo que iba a pasar. El accidente.

– Tendríamos que haber actuado de otro modo. Podrías haber sacado a Michael, seguir adelante con la boda y entonces nos habríamos quedado con la mitad de su dinero, y del de su socio.

– Y para eso habríamos tardado meses, Vic, quizás años. Aún tienen algunos problemas con su gran urbanización. En realidad, hemos conseguido un resultado rápido. Y si no hubieras perdido la mitad de nuestro puto dinero apostando, ni siquiera habríamos tenido que venir aquí, ¿vale?

Con timidez, Vic miró su reloj.

– Tenemos que ir tirando si no queremos perder el avión.

– Estoy lista.

– No tienes ni idea de lo dolorosa que es esta situación para mí, ¿verdad, Alex? ¿Lo que hacemos? Yo siempre al margen, sabiendo que este año te estás follando a Michael y a Mark, y que antes te follabas a ese capullo de Richard en Cheshire, por no mencionar a Joe Kerwin y Julian Warner.

– No puedo creer lo que estoy oyendo, Vic. He hecho todo eso porque era mi parte del trato, ¿vale?

– No, no vale.

– Al final siempre te has vengado de ellos, así que, ¿qué problema hay? Además, de esta forma, he conseguido ahorrarnos a ti y a mí una luna de miel con Michael.

Él volvió a mirar el reloj, inquieto.

– Ya seguiremos hablando en el coche. Me queda una cosa pendiente antes de marcharnos.

Sacó las maletas al vestíbulo, luego volvió al salón y apartó el sofá. Luego, se arrodilló y levantó una esquina de la alfombra.

– Vic -dijo Ashley

Él alzó la vista.

– ¿Qué?

– ¿No podemos olvidarnos de él?

– ¿Olvidarnos de él?

– No va a ir a ninguna parte, ¿verdad? No va a salir, has dicho que ni siquiera puede hablar.

– Voy a cargármelo, voy a acabar con su sufrimiento.

– ¿Por qué no nos olvidamos de él? Nadie va a encontrarlo nunca.

– Tardaré diez segundos en romperle el cuello.

– Pero ¿por qué?

Él la fulminó con la mirada.

– Estás coladita por él, ¿verdad, zorra?

– No estoy coladita por él en absoluto -dijo ella sonrojándose.

– Nunca te ha preocupado que me deshiciera de los otros. ¿Qué tiene de especial este Mikey?

– No tiene nada de especial.

Vic soltó la alfombra, se levantó y empujó el sofá hasta dejarlo en su lugar. Luego, volvió a colocar la mesita de café.

– Tienes razón, Alex. No va a salir. ¿Por qué apiadarse de ese cabrón liberándolo de su sufrimiento? Dejaremos que se muera de hambre en la oscuridad, solo. ¿Contenta?

Ella asintió.

– ¿Has visto los periódicos de hoy?

– No, he estado limpiando la casa. Tengo todos los de ayer, no hay nada de qué preocuparse. Miraremos los de hoy en el aeropuerto. -Sonrió-. Después, se acabaron las preocupaciones, ¿sí?

Cinco minutos después, el Mercedes estaba cargado con las cuatro maletas de Ashley y la bolsa de deporte de Vic. Éste cerró la puerta de la casa y se guardó las llaves en el bolsillo.

– ¿Crees que deberíamos devolverlas a la agencia?

– Tenemos pagados cinco meses más de alquiler, ¡mujer! ¿Quieres que la gente venga y se ponga a husmear? Porque una cosa sí te digo: dentro de una o dos semanas no va a oler muy bien ahí dentro.

Ashley no dijo nada mientras se abrochaba el cinturón de seguridad y miraba la casa desde la ventanilla por última vez. Era una casa rara, perfecta para su propósito por lo aislada que estaba -el barrio más cercano estaba a unos cuatrocientos metros- y, de hecho, era doblemente perfecta en vista de los acontecimientos del pasado martes por la noche. Ni en un millón de años se diría que era una casa bonita o con estilo. Construida en los años treinta sobre un páramo cubierto de maleza -que no había cambiado-, parecía una mitad truncada de una casa pareada. Originalmente, tenía un garaje, pero hacía unos años lo habían transformado en lo que ahora era la sala de estar.

Vic arrancó el coche. Dentro de una hora estarían en el aeropuerto de Gatwick. Mañana, tal vez hoy más tarde -siempre tenía problemas con el cambio horario-, estarían de vuelta en Australia. En casa. Unas gotitas de lluvia golpearon el parabrisas. Aun así, se puso sus gafas de sol Gucci nuevas. Vic le había rapado el pelo -no había tiempo de ir a la peluquería-, y esta mañana se había puesto una peluca oscura y corta. Si habían organizado una operación de búsqueda en el aeropuerto, estarían buscando a Ashley Harper. La posibilidad de que buscaran a Alexandra Huron era mínima, pero al mirar el pasaporte que llevaba en el bolso, cuya vigencia aún era de dos años más, sonrió. Sin duda nadie buscaría a Anne Hampson.

Vic puso la primera, luego buscó algo.

– ¿Dónde está el puto freno de mano?

– Es una palanca, tienes que tirar.

– ¿Por qué coño tienen una palanca? ¿Por qué no has alquilado un coche normal?

– ¿Qué coche más normal quieres que un Mercedes?

– ¡Un coche con un freno de mano como Dios manda!

– ¡Santo cielo!

Vic bajó la ventanilla.

– ¡Adiós, gilipollas! -gritó-. ¡Que tengas un feliz resto de tu vida!

– ¿Vic?

– ¿Sí? -Vic pisó el acelerador a fondo y bajó por la carretera llena de baches, de la que el Ayuntamiento parecía haberse olvidado-. ¿Qué pasa, ya echas de menos la polla adolescente de tu amante?

– ¿Sabes qué? ¡La tiene más grande que tú!

Vic se giró y le dio una bofetada, el coche dio un volantazo y pisó los matorrales, luego regresó a la carretera y pegó un bote al pasar por un bache.

– ¿Pegarme hace que te sientas bien?

– Eres una puta asquerosa.

Llegaron a un cruce y giraron a la derecha junto a una urbanización de casas modernas y árboles aún jóvenes.

– Y tú eres un matón, Vic. Eres un sádico, ¿lo sabías? ¿Eso te hace sentir bien? ¿Así te excitas, torturando a alguien como Michael?

– ¿Y tú te excitas tirándotelo y sabiendo que un día vas a dejarlo tirado de verdad?

Se volvió hacia ella y la fulminó con la mirada, luego se incorporó a la carretera principal.

Sucedió todo tan deprisa que lo único que Ashley vio fue lo que pareció, por un instante, un cambio en la luz repentino. Se oyó un golpe tremendo; notó una sacudida violenta; se le taponaron los oídos, y el interior del coche se llenó de lo que parecían plumas; además, apestaba a cordita. Al mismo tiempo, la bocina comenzó a pitar.