– ¡Mierda, mierda, mierda, mierda! -Vic dio un golpe en el volante con los puños; el airbag del conductor colgaba del cubo como un condón usado y junto a su cabeza había otro airbag flácido-. ¿Estás bien? -le preguntó a Ashley.
Ella asintió, mirando el capó del coche. La parte que tenía delante de ella estaba levantada y ya no se veía la estrella de Mercedes que lo remachaba. A unos metros de distancia, había otro coche, blanco, parado en un ángulo peligroso en mitad de la carretera.
Vic intentó abrir su puerta y pareció tener dificultades. Luego, echó todo su peso contra ella y, con un chirrido de las bisagras, cedió.
La puerta de Ashley se abrió sin problemas. Se desabrochó el cinturón y salió temblorosa. Luego se tapó la nariz y sopló para destaparse los oídos. Vio a una mujer de pelo gris y aspecto perplejo detrás del volante del otro coche, un Saab con gran parte del morro abollado.
Vic examinó los daños del Mercedes. La rueda delantera del lado del conductor estaba aplastada y torcida, y hundida justo en el compartimento del motor. Era imposible volver a conducir el coche.
– ¡Estúpida de mierda! -gritó Vic al Saab, por encima del pitido de la sirena del Mercedes.
Ashley vio que otro coche subía por la carretera y que una furgoneta se acercaba en dirección contraria. Y vio a un joven que corría hacia ellos.
– Vic -le gritó con urgencia-, hay que hacer algo, ¡por el amor de Dios!
– Sí, bien, hay que hacer algo. ¿Qué coño sugieres?
Capítulo 85
De vuelta en el centro de investigaciones, Nick Nicholl, de repente, gritó a Grace.
– ¡Roy! ¡Línea siete, cógelo, cógelo!
Grace pinchó el botón, descolgó el auricular y se lo llevó a la oreja.
– Roy Grace -dijo.
Era un sargento de la comisaría de policía de Brighton llamado Mark Tuckwell.
– Roy -dijo-, ¿el Mercedes sobre el que has emitido una alerta, un sedán azuclass="underline" Lima-Juliet-Cero-Cuatro-Papa-Exray-Lima?
– Sí.
– Acaba de verse implicado en un accidente en Newhaven. Los ocupantes, un hombre y una mujer, han robado un vehículo.
Grace se sentó muy erguido: el teléfono pegado a la oreja; una subida de adrenalina.
– ¿Han cogido rehenes?
– No.
– ¿Tenemos descripciones de las dos personas?
– De momento, no son muy buenas. El hombre es bajo y fornido, caucásico, con el pelo rapado, unos cuarenta y cinco años; la mujer tiene el pelo corto y oscuro, entre veintiocho y treinta y pocos años.
– ¿Qué datos tienes sobre el vehículo que se han llevado? -preguntó cogiendo un bolígrafo.
– Un Land Rover Freelander, verde: Whisky-Siete-Nueve-Seis-Lima-Delta-Yanqui.
– ¿Ha habido ya algún contacto con el coche? -preguntó Grace mientras garabateaba la información.
– Aún no.
– ¿Cuánto hace exactamente que lo cogieron?
– Diez minutos.
Grace se quedó pensando unos momentos. Diez minutos. Se podía ir muy lejos en diez putos minutos. Le dio las gracias al sargento y le dijo que lo llamaría dentro de un par de minutos y que mantuviera la línea libre.
Luego, Grace informó rápidamente a su equipo.
– Nick, haz llegar los datos del vehículo a todos los condados vecinos -le dijo a Nick Nicholl mientras le pasaba los datos del vehículo-. A Surrey, Kent, Hampshire… y también a la Met. ¡Ya!
Se quedó pensando un momento. Las carreteras al este de Newhaven iban a Eastbourne y a Hastings. Al norte estaban las carreteras que llevaban al aeropuerto de Gatwick y a Londres. Al oeste estaba Brighton. Lo más probable, si seguían con el Land Rover, es que se dirigieran al norte.
– Bella -le dijo a la sargento Moy-, que salga el helicóptero. Como suponemos que estarán alejándose de la zona, que cubra las carreteras entre 15 y 25 kilómetros al norte de Newhaven.
– Bien.
– Cuando acabes con eso, monta una guardia en todas las cámaras de circuito cerrado de las estaciones de tren de la zona, por si intentan abandonar el coche y subirse a un tren.
Bebió un trago de agua.
– Emma-Jane, llama al Departamento de Vigilancia de Carreteras y que algunos vehículos salgan de inmediato hacia la A 23 a la caza de este coche. Después, alerta a la policía del puerto de Newhaven y de los aeropuertos de Gatwick y Shoreham.
Repasó mentalmente la lista: estaciones, puertos marítimos, aeropuertos, carreteras. Sabía que, a menudo, cuando alguien robaba un coche, sólo lo utilizaba durante una distancia corta. Luego lo abandonaba y cogía otro.
– Glenn -dijo-, que peinen todos los alrededores de Newhaven. Hay que asegurarse de que aún no han abandonado el coche. Que también vayan un par de los coches patrullas que tenemos aquí de guardia.
– Ahora me encargo.
Grace llamó a la sala de operaciones y les informó de que asumía el mando del incidente. El funcionario que contestó le dijo que acababa de llegar una novedad. Un vehículo que encajaba con la descripción había rozado varios coches en un semáforo al adelantarles por la acera para llegar al puente giratorio de Newhaven segundos antes de que se abriera. Era una información de hacía dos minutos.
Capítulo 86
En la sinuosa carretera rural, Vic Delaney pisó a fondo el pedal del freno al entrar en una curva a la derecha mucho más cerrada de lo que había pensado. Las ruedas delanteras se bloquearon y por un momento escalofriante siguieron avanzando recto, hacia un álamo, mientras batallaba con el volante sólido.
– ¡Viiiic! -gritó Ashley
El coche dio un bandazo violento hacia la derecha, las ruedas delanteras patinaron, las traseras derraparon, luego Vic corrigió el rumbo y se dirigieron hacia otro álamo. Luego dio marcha atrás, el coche inestable se balanceó como un saco, las maletas chocaron en la parte trasera. Luego recuperaron el control.
– No corras tanto, Vic, ¡por el amor de Dios!
Delante tenían un camión enorme que avanzaba a paso de tortuga y, a los pocos momentos, estaban pegados a él, sin sitio para adelantarlo.
– ¡Me cago en Dios! -dijo Vic, frenando y golpeando el volante frustrado.
Todo se había ido al traste. «La historia de mi vida», pensó. Su padre había muerto alcoholizado cuando él era un adolescente. Poco antes de cumplir los dieciocho, le había dado una paliza al amante de su madre porque el tío era un cabrón y la trataba como una mierda. Y la reacción de su madre había sido echarlo a él, a Vic.
Se metió en las fuerzas armadas buscando aventura y, al instante, se sintió como en casa en los marines, salvo que también le tomó el gusto al dinero. Al dinero en grandes cantidades. En particular, le gustaban la ropa elegante, los coches, el juego y las putas; aun así, por encima de todo, le gustaba la sensación que tenía -ese respeto- al entrar en un casino con un traje fino. ¿Y qué había mejor para el orgullo de un hombre que el ser invitado en un casino a una cena, quizá también a una habitación?
Una racha de suerte en los casinos durante su segundo año en los marines le había reportado pasta gansa, luego una mala racha lo dejó sin blanca.
Después se había aliado con un intendente corrupto llamado Bruce Jackman, encargado de los suministros de armamento, y encontró una forma fácil de ganar dinero vendiendo pistolas, munición y otros suministros militares a través de Internet. Cuando estaban a punto de descubrirlos, había estrangulado a Bruce Jackman y lo había dejado ahorcado en su cuarto con una nota de suicidio. Desde entonces no había pasado ni una noche en vela.
La vida era un juego, la supervivencia de los listos. En su opinión, los humanos cometían el error de intentar fingir ser distintos de los animales. En la vida imperaba la ley de la jungla.