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– ¡Mira que llegas a ser rara! -le decía ¡A mí me daría miedo trabajar aquí!

Pero, por lo menos hasta que Graham fuese lo bastante mayor para acudir al jardín de infancia, la casa de Sagaponack sería adecuada tanto para Ruth como para Allan y Graham. Pasarían los veranos en Vermont, época en que los veraneantes invadían los Hamptons y en que a Allan no le importaba tanto el largo recorrido desde la ciudad y el regreso. (Había cuatro horas de viaje en coche desde Nueva York a la casa de Ruth en Vermont.) Entonces a Ruth le preocuparía que Allan recorriera una distancia tan larga de noche, pues había ciervos que cruzaban la calzada y conductores bebidos, pero estaba felizmente casada y, por primera vez, amaba el tipo de vida que llevaba

Como cualquier madre, sobre todo como cualquier madre de cierta edad, Ruth se preocupaba también por el bebé. La intensidad del amor que sentía hacia él la había tomado por sorpresa. Pero Graham era un niño sano y las inquietudes de Ruth no pasaban de ser un producto de su imaginación

De noche, por ejemplo, cuando creía que la respiración de Graham era extraña o diferente, o peor aún, cuando no le oía respirar, salía corriendo de su dormitorio e iba al cuarto del niño, el mismo que ella ocupó en su infancia. A menudo se acurrucaba en la alfombra al lado de la cuna. Guardaba en el armario de Graham una almohada y un edredón para tales ocasiones. Con frecuencia, por la mañana, Allan la encontraba tendida en el suelo de la habitación, profundamente dormida al lado del pequeño, que también dormía

Y cuando Graham dejó de dormir en la cuna y había crecido lo bastante para acostarse él solo, Ruth yacía en su dormitorio y oía las pisadas del niño que iba a su encuentro, exactamente igual que ella cruzaba el baño de niña, en dirección a la cama de su madre…, no, de su padre, con más frecuencia, excepto aquella noche memorable en que sorprendió a su madre con Eddie

La novelista pensaba que se había cerrado una etapa de su vida; todo un período había trazado un círculo completo, había un final y un comienzo. (Eddie O'Hare era el padrino de Graham, y Hannah la madrina…, una madrina más responsable y digna de confianza de lo que habría cabido esperar.)

Y aquellas noches en las que yacía acurrucada en el suelo del cuarto infantil, escuchando la respiración de su hijo, Ruth Cole se sentía agradecida por su buena suerte. El asesino de Rooie, quien oyó claramente el ruido de alguien que no quería hacer ruido, no la descubrió. Ruth pensaba a menudo en él y en la posibilidad de que tuviera el hábito de matar prostitutas. Se preguntaba si habría leído su novela, pues le vio coger el ejemplar de No apto para menores que ella había regalado a Rooie. Tal vez sólo había querido el libro para proteger entre sus páginas la foto Polaroid de Rooie

Durante aquellas noches, acurrucada en la alfombra junto a la cuna de Graham (más adelante al lado de su cama), Ruth examinaba el cuarto infantil débilmente iluminado por la luz piloto. Veía la familiar separación en la cortina de la ventana y, a través de la estrecha abertura, una franja de negrura nocturna, unas veces estrellada y otras veces, no

Normalmente, un impedimento en la respiración de Graham hacía que Ruth se levantara de la cama y examinara atentamente a su hijo dormido. Entonces miraba por la abertura de la cortina para ver si el hombre topo estaba donde en parte había esperado que estuviera: acurrucado en el saledizo, con varios de los téntaculos rosados del hocico en forma de estrella pegados al vidrio

El hombre topo nunca se encontraba allí, por supuesto, pero a veces Ruth se despertaba sobresaltada porque estaba segura de que le había oído jadear. (Sólo era Graham, que exhalaba un curioso suspiro al dormir.)

Entonces Ruth volvía a conciliar el sueño, a menudo preguntándose por qué no se presentaba su madre, ahora que su padre había muerto. ¿No quería ver al niño? ¡Por no mencionarla a ella!

Estos pensamientos la enojaban tanto que hacía un esfuerzo para dejar de interrogarse con respecto a su madre

Y como a menudo estaba a solas con Graham en la casa de Sagaponack, por lo menos las noches en que Allan se quedaba en la ciudad, había momentos en que la casa producía unos ruidos peculiares. Estaba el ruido del ratón que se arrastraba entre las paredes, el ruido como el de alguien que no quería hacer ruido y toda la gama de sonidos entre esos dos, el de la puerta que se abre en el suelo y la ausencia de ruido propia del hombre topo cuando contenía el aliento

Ruth sabía que el hombre topo estaba allá fuera, en alguna parte, y que todavía la esperaba. Para él, Ruth aún era una chiquilla. Mientras trataba de conciliar el sueño, Ruth veía los ojuelos vestigiales del hombre topo, aquellas muescas peludas en su peluda cara

En cuanto a la nueva novela de Ruth, también estaba a la espera. Un día la novelista dejaría de ser la madre de un niño pequeño y volvería a escribir. Hasta entonces sólo había escrito unas cien páginas de Mi último novio granuja. Aún no había llegado a la escena en que el novio persuade a la escritora de que paguen a una prostituta para que les permita mirarla mientras está con un cliente. Ruth todavía se estaba preparando para escribirla. Esa escena también la esperaba

El sargento Harry Hoekstra, antes hoofdagent o casi sargento Hoekstra, evitaba la tarea de ordenar su escritorio. Nunca había ordenado la mesa y no iba a hacerlo ahora, y en aquellos momentos de inacción se distraía contemplando los cambios que tenían lugar en la calle. La Warmoesstraat, así como el resto de las calles del barrio chino, había sufrido algunos cambios. El sargento Hoekstra era un agente callejero que esperaba ilusionado su jubilación anticipada, y sabía que muy pocas cosas escapaban a su atención

En otro tiempo, desde aquella ventana se veía la floristería Jemi, pero la habían trasladado a la esquina del Enge Kerksteeg. La Paella y un restaurante argentino llamado Tango seguían allí, pero la floristería Jemi había sido sustituida por el bar de Sanny. Si Harry hubiera sido tan vidente como muchos de sus colegas creían que era, podría haber adivinado el futuro lo suficiente para saber que, un año después de su jubilación, el bar de Sanny sería sustituido por un café que respondería al desdichado nombre de Pimpelmée. Pero ni siquiera los poderes de un buen policía se extendían hacia el futuro con semejante detallismo. Como tantos hombres que deciden retirarse pronto, Harry Hoekstra creía que la mayoría de los cambios producidos en el entorno de su trabajo no eran cambios a mejor

El año 1966 señala el comienzo de la llegada a Amsterdam de cantidades considerables de hachís. En los años setenta llegó la heroína. Los primeros introductores fueron los chinos, pero cuando finalizó la guerra de Vietnam los chinos perdieron el mercado de la heroína, que ahora estaba en manos del Triángulo de Oro, en el sudeste asiático. Muchas prostitutas drogadictas eran mensajeras que transportaban la heroína

Ahora, el Ministerio de Sanidad holandés tenía fichados a más del sesenta por ciento de los drogadictos, y había oficiales de policía holandeses destinados en Bangkok. Pero más del setenta por ciento de las prostitutas que trabajaban en el barrio chino eran emigrantes ilegales, un colectivo del que las autoridades carecían de datos

En cuanto a la cocaína, procedía de Colombia, vía Surinam, adonde llegaba en avionetas. A fines de los años sesenta y comienzos de los setenta, los surinamitas la llevaron a Holanda. Las prostitutas de Surinam no habían planteado muchos problemas, y sus chulos sólo crearon algunas dificultades. El problema estribaba en la cocaína. Ahora los propios colombianos introducían la droga, pero las prostitutas colombianas tampoco eran problemáticas, y sus chulos planteaban incluso menos dificultades que los chulos de Surinam