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Camino de la comisaría para informar del suicidio, pues ya sabía que no se trataba de un asesinato, miró atrás una sola vez. En la nieve recién caída que cubría el Oudekennissteeg, las marcas de los neumáticos de su bicicleta era la única prueba de vida en la callejuela

Frente a la vieja iglesia sólo había una mujer en activo detrás de su escaparate, una de las negras gordas de Ghana, y Harry hizo un alto y le dio todos los regalos. La mujer se puso muy contenta al recibir los bombones y el pastel de frutas, pero le dijo que los adornos navideños no le servían para nada

Durante cierto tiempo Harry conservó la cruz de Lorena. Incluso compró una cadena para colgarla, aunque la cadena le costó más que la cruz. Entonces se la dio a una mujer con la que salía por entonces, pero cometió el error de contarle toda la historia. En ese aspecto de su trato con las mujeres, siempre metía la pata. Harry había creído que la mujer aceptaría la cruz y la historia como un cumplido. Al fin y al cabo, había estado realmente encariñado de la joven rusa. Aquella cruz de Lorena tenía cierto valor sentimental para él, pero a ninguna mujer le gusta llevar un adorno de bisutería barata o que ha sido comprado para otra, y no digamos para una inmigrante ilegal, una puta rusa que se había ahorcado en su lugar de trabajo

Aquella amiga de Harry le devolvió aquel regalo que carecía por completo de valor sentimental para ella. Harry no salía con ella ni con nadie, y no imaginaba que alguna vez se sentiría inclinado a regalar su cruz de Lorena a otra mujer, si es que llegaba a haberla

Harry Hoekstra nunca había tenido escasez de novias. El problema, si así podía considerarse, era que siempre tenía una u otra novia provisional. No era un libertinonunca engañaba a las chicas y siempre se relacionaba con una a la vez. Pero tanto si le dejaban como si era él quien lo hacía, lo cierto era que no le duraban

Ahora, remoloneando ante la mesa que debía limpiar, el sargento Hoekstra, de cincuenta y siete años y decidido a retirarse en otoño (tendría entonces cincuenta y ocho), se preguntó si siempre estaría "sin compromiso". Sin duda su actitud hacia las mujeres, y de éstas hacia él, se relacionaba, por lo menos en parte, con su trabajo. Y la razón, también por lo menos parcialmente, de que hubiera optado por adelantar la jubilación estribaba en su deseo de comprobar si esa suposición era cierta

Cuando empezó a trabajar como policía callejero tenía dieciocho años. A los cincuenta y ocho tendría a sus espaldas cuarenta años de servicio. Por supuesto, al sargento Hoekstra le correspondería una pensión algo menor que si esperaba hasta los sesenta y uno, la edad normal de jubilación, pero como era un hombre soltero y sin hijos no necesitaba una pensión más sustanciosa. Además, en la familia de Harry todos los hombres habían muerto bastante jóvenes

Aunque Harry gozaba de excelente salud, le preocupaba su predisposición genética. Quería viajar, quería intentar vivir en el campo. Había leído muchos libros de viajes, pero sus viajes habían sido escasos. Y si a Harry le gustaban los libros de viajes, las novelas le gustaban todavía más

Mientras miraba su escritorio, sin el menor deseo de abrir los cajones, el sargento Hoekstra pensaba que ya era hora de leer una novela de Ruth Cole. Debían de haber transcurrido cinco años desde que leyó No apto para menores. ¿Cuánto tiempo tardaba la autora en escribir una novela?

Harry había leído todas las novelas de Ruth en inglés, una lengua que conocía muy bien. En las calles de De Walletjes, "los pequeños muros", el inglés se estaba convirtiendo cada vez más en la lengua de las prostitutas y sus clientes, un inglés incorrecto era el nuevo lenguaje de De Wallen. (Un inglés incorrecto, pensaba Harry, sería la lengua del próximo mundo.) Y como un hombre cuya próxima vida comenzaría a los cincuenta y ocho años, el sargento Hoekstra, funcionario al que le faltaba poco para jubilarse, quería que su inglés fuese correcto

Las mujeres del sargento Hoekstra solían quejarse de la inconstancia con que se afeitaba. Al principio, el que no fuera en absoluto presumido podría resultarles atractivo a las mujeres, pero éstas, al final, tomaban el descuido de sus mejillas como un signo de su indiferencia hacia ellas. Cuando el pelo que le cubría la cara empezaba a tener aspecto de barba, se afeitaba. A Harry no le gustaban las barbas. Había temporadas en que se afeitaba en días alternos, mientras que en otras sólo lo hacía una vez a la semana. En otras ocasiones se levantaba en plena noche para afeitarse, de manera que la mujer con la que estaba viera a un hombre de aspecto diferente cuando se despertara por la mañana

Harry mostraba una indiferencia similar hacia la indumentaria. Su tarea consistía en andar, y por ello calzaba unas recias y cómodas zapatillas deportivas. En cuanto a pantalones, sólo necesitaba unos vaqueros. Tenía las piernas cortas y estevadas, el vientre liso y el inexistente trasero de un muchacho. De cintura para abajo su físico era muy parecido al de Ted Cole (compacto, totalmente funcional), pero la parte superior de su cuerpo estaba más desarrollada. Iba a un gimnasio todos los días y tenía el pecho redondeado de un levantador de pesas, pero como solía llevar camisas de manga larga y holgadas, un observador fortuito nunca sabría lo musculoso que era

Aquellas camisas eran las únicas prendas de color de su guardarropa. La mayoría de sus mujeres comentaban que eran demasiado llamativas, o por lo menos demasiado abigarradas. Él solía decir que le gustaban las camisas "con mucha historia estampada en ellas". Eran la clase de camisas que no se llevan con corbata, pero de todos modos Harry Hoekstra casi nunca se ponía corbata

Tampoco solía ponerse su uniforme de policía. En De Wallen todo el mundo le conocía tanto como a las prostitutas de escaparate más veteranas y llamativas. Recorría el barrio por lo menos durante dos o tres horas cada día o cada noche en que estaba de servicio

Encima de las camisas prefería ponerse cazadoras o alguna prenda que repeliera el agua, siempre de colores sólidos y oscuros. Para el tiempo frío, tenía una vieja chaqueta de cuero forrada de franela, pero todas sus chaquetas, lo mismo que las camisas, eran holgadas. No quería que la Walther de nueve milímetros, que llevaba en una pistolera, formara un bulto visible. Sólo si llovía mucho se ponía una gorra de béisbol. No le gustaban los sombreros y nunca usaba guantes. Una de las ex novias de Harry había calificado su manera de vestir como "básicamente de matón"

Tenía el cabello castaño oscuro, pero se le estaba volviendo gris, y a Harry le preocupaba tan poco como el afeitado. Primero lo había llevado demasiado corto, y después se lo dejó crecer demasiado

En cuanto al uniforme policial, Harry lo había llevado con mucha más frecuencia en los primeros cuatro años de servicio, cuando estaba destinado en la zona oeste de Amsterdan. Todavía tenía allí su piso, no porque fuese demasiado perezoso para mudarse, sino porque le gustaba el lujo de tener dos chimeneas en funcionamiento, una de ellas en el dormitorio. Sus lujos principales eran la leña y los libros. A Harry le encantaba leer al lado del fuego, y poseía tantos libros que mudarse a cualquier otra parte le habría supuesto una tarea ímproba. Además, iba al trabajo y volvía a casa en bicicleta, pues le gustaba que hubiera cierta distancia entre su residencia y De Wallen. Por muy familiarizado que estuviera con el barrio chino y por muy reconocible que fuese su figura en las calles atestadas (De Wallen constituía su verdadero despacho, "los pequeños muros" eran los bien conocidos cajones de su auténtico escritorio), Harry Hoekstra era un solitario