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Las mujeres de Harry también se quejaban de su considerable tendencia a aislarse. Prefería leer un libro a escucharlas. Y en cuanto a hablar, Harry prefería encender el fuego, acostarse y contemplar la oscilación de la luz en las paredes y el techo. También le gustaba leer en la cama

Harry se preguntaba si sólo las mujeres que salían con él estaban celosas de los libros. Creía que ésa era su principal ridiculez. ¿Cómo podían estar celosas de los libros? Esto se le antojaba aún más ridículo en los casos de las mujeres a las que había conocido en librerías, y no eran pocas. A otras, aunque últimamente con menos frecuencia, las había conocido en el gimnasio

El gimnasio de Harry era el mismo local del Rokin adonde llevó a Ruth Cole su editor, Maarten Schouten. A los cincuenta y siete años, el sargento Hoekstra era un poco viejo para la mayoría de las mujeres que acudían allí. (Que las jóvenes veinteañeras le dijeran que estaba en una forma estupenda "para un hombre de su edad" nunca le alegraba la jornada.) Pero recientemente había salido con una de las mujeres que trabajaban en el gimnasio, una monitora de aerobic. Harry detestaba el aerobic. Él era estrictamente un levantador de pesas. El sargento Hoekstra caminaba en un día más de lo que la mayoría de la gente caminaba en una semana e incluso en un mes, e iba en bicicleta a todas partes. ¿Para qué necesitaba el aerobic?

La monitora había sido una mujer atractiva, al final de la treintena, pero tendía al celo misionero. Su incapacidad de convertir a Harry para que practicara el aerobic había herido sus sentimientos, y, que Harry recordara, a ninguna de sus mujeres le había molestado tanto como a ella su afición a la lectura. La monitora de aerobic no era lectora y, al igual que les sucedía a todas las demás mujeres con las que salía Harry, se negaba a creer que nunca hubiera hecho el amor con una prostituta. Sin duda había sentido por lo menos la tentación de hacerlo

"Tentado" lo estaba siempre, aunque cada año que pasaba la tentación disminuía. En sus casi cuarenta años de servicio también se había sentido "tentado" a matar un par de veces. Pero el sargento Hoekstra ni había matado a nadie ni se había acostado con ninguna prostituta

No obstante, era innegable que todas las novias de Harry se mostraban preocupadas por sus relaciones con aquellas mujeres de los escaparates y, en número creciente, de las calles. Harry era un hombre de las calles, lo cual había contribuido en gran medida a su afición a los libros y las chimeneas. Haber sido un hombre de las calles durante casi cuarenta años contribuyó de una manera definitiva a su deseo de vivir en el campo. Harry Hoekstra estaba harto de las ciudades, de cualquier ciudad

A una de las novias que había tenido Harry le gustaba leer tanto como a él, pero leía libros inadecuados. Entre las mujeres con las que Harry se acostaba, era también la más relacionada con el mundo de la prostitución. Era una abogada que trabajaba voluntariamente para una organización de prostitutas, una feminista liberal que confesó a Harry que se "identificaba" con las putas

La organización en pro de los derechos de las prostitutas se llamaba De Rode Draad (El Hilo Rojo). En la época en que Harry conoció a la abogada, El Hilo Rojo tenía una incómoda alianza con la policía. Al fin y al cabo, tanto a la policía como a El Hilo Rojo les preocupaba la seguridad de las prostitutas. Harry siempre pensó que esa alianza debería haber tenido más éxito del que tuvo

Pero, desde el comienzo, los miembros de la junta de El Hilo Rojo le irritaron: además de las prostitutas y ex prostitutas más militantes, estaban las mujeres (como su amiga abogada) que le parecían unas feministas nada prácticas y sólo se interesaban por convertir la organización en un movimiento emancipador de las prostitutas. Desde el principio Harry creyó que El Hilo Rojo debería interesarse menos por los manifiestos y más por proteger a las prostitutas de los peligros de su profesión. No obstante, él prefería las prostitutas y las feministas a los demás miembros de la junta, los sindicalistas y los "cazasubsidios", como los llamaba Harry

La abogada se llamaba Natasja Frederiks. Dos tercios de las mujeres que trabajaban para El Hilo Rojo eran prostitutas o lo habían sido, y, en sus reuniones, las que no lo eran, como Natasja, no estaban autorizadas a hablar. El Hilo Rojo pagaba sólo dos salarios y medio a cuatro personas, mientras que el resto de los miembros eran voluntarios. Harry también lo había sido

A finales de los años ochenta hubo más interacción entre la policía y El Hilo Rojo de la que había ahora. En primer lugar, la organización no había conseguido atraer a las prostitutas extranjeras, por no mencionar a las "ilegales", y apenas quedaban prostitutas holandesas en los escaparates o en las calles

Natasja Frederiks ya no trabajaba como voluntaria en El Hilo Rojo, pues también ella se había desilusionado. (Ahora Natasja se consideraba una "ex idealista".) Ella y Harry se conocieron en una de las reuniones que tenían lugar los jueves por la tarde para tratar de las prostitutas novatas. Harry creía que esas reuniones eran una buena idea

El policía se sentaba al fondo de la sala y nunca hablaba a menos que le interpelaran directamente. Lo presentaron a las prostitutas novatas como "uno de los miembros más solidarios de la fuerza policial" y, una vez abordados los temas habituales de la reunión, las veteranas alentaron a las chicas nuevas a que hablaran con él. En cuanto a los "temas habituales", con frecuencia una veterana explicaba a las bisoñas las situaciones en las que deberían tener cuidado. Una de las veteranas era Dolores de Ruiter, o Dolores la Roja, como Harry y todo el mundo en el barrio chino la conocía. Rooie Dolores era furcia en De Wallen y posteriormente en la Bergstraat desde mucho antes que Natasja Frederiks practicara la abogacía

Lo que Rooie siempre les decía a las chicas nuevas era que se asegurasen de que el cliente la tenía empalmada. No era ninguna broma

"Si el tipo está en la habitación contigo, quiero decir, en el instante en que pone el pie en la entrada, debe tenerla tiesa. De lo contrario -advertía Rooie a las jóvenes-, lo más seguro es que no vaya allí en busca de sexo. Y nunca cerréis los ojos -les prevenía siempre-. A algunos hombres les gusta que cerréis los ojos. No se os ocurra hacerlo."

En su relación con Natasja no hubo nada desagradable, ni siquiera decepcionante, pero lo que Harry recordaba con más viveza eran sus discusiones acerca de los libros. Natasja había nacido para discutir, algo que a Harry no le hacía ninguna gracia, pero disfrutaba con una novia que leía tanto como él, aunque no fuesen los libros adecuados. Natasja leía ensayos de gentes empeñadas en cambiar el mundo, soñadores de tendencia izquierdista, obras que en su mayor parte eran auténticos panfletos. Harry no creía en la posibilidad de cambiar el mundo y la naturaleza humana. Su trabajo consistía en comprender y aceptar el mundo existente. Le gustaba pensar que tal vez contribuía a dar al mundo un poco más de seguridad

Harry leía novelas porque encontraba en ellas las mejores descripciones de la naturaleza humana. Los novelistas de su gusto nunca insinuaban que la peor conducta humana fuese alterable. Tal vez desaprobaban moralmente a tal o cual personaje, pero como novelistas no se proponían cambiar el mundo. No eran más que narradores, la calidad de cuyos relatos superaba al término medio, y los buenos contaban historias acerca de personajes creíbles. Las novelas que a Harry le encantaban eran relatos sobre personas reales, entrelazados de una forma compleja