El detective de Zurich se llamaba Ernst Hecht y le faltaba poco para la jubilación. Suponía que nunca llegaría a descubrir quién había matado, casi seis años atrás, a la prostituta brasileña en la zona de la Langstrasse. Pero la Schweizer Elektronik und Sicherheitssysteme era una empresa pequeña, aunque importante, que fabricaba alarmas de seguridad. Como medida de protección, a cada empleado de la empresa que hubiera diseñado o instalado un sistema de seguridad para un banco o un museo se le tomaban las huellas dactilares
El pulgar cuya huella coincidía con la huella encontrada en el tubo de revestimiento Polaroid pertenecía a un ex empleado, un ingeniero especializado en alarmas de seguridad llamado Urs Messerli. Este hombre estuvo en Amsterdam en el otoño de 1990 para hacer el presupuesto de la instalación de un sistema de detección de fuego y movimiento en un museo de arte. Entre sus elementos de trabajo, se contaba una vieja cámara Polaroid que utilizaba película Land 4 x 5, del tipo 55, cuyos positivos en blanco y negro preferían todos los ingenieros de SES. Eran unas fotografías de gran formato, y Messerli había tomado más de seis docenas de ellas en el interior del museo de arte amsterdamés, con objeto de saber cuántos dispositivos de detección de fuego y movimiento serían necesarios y dónde habría que instalarlos con exactitud
Urs Messerli ya no trabajaba en SES porque estaba muy enfermo. Se encontraba en un hospital, al parecer muriéndose de una infección pulmonar relacionada con un enfisema que empezó a padecer quince años atrás. (Harry Hoekstra pensó que un enfermo de enfisema probablemente producía al respirar los mismos sonidos que un asmático.)
El Universitátsspital de Zurich era famoso por los cuidados que prodigaba a los pacientes de enfisema. Ernst Hecht y Harry no tenían que preocuparse por si Urs Messerli se escabullía antes de que pudieran hablar con él, a menos que se escabullera al otro barrio. El paciente recibía oxígeno casi constantemente
Y Messerli padecía otra desgracia más reciente. Su esposa, con la que llevaba casado treinta años, iba a divorciarse de él. Mientras yacía allí, agonizante, luchando por respirar, la mujer de Messerli insistía también en que no la dejara fuera de su testamento. Ella había descubierto varias fotos de mujeres desnudas en el despacho que él tenía en su casa. Poco antes de que lo hospitalizaran, pidió a su mujer que le buscara unos documentos importantes, a saber, un codicilo de su testamento. Frau Messerli había encontrado las fotografías de la manera más inocente
Cuando Harry viajó a Zurich, Frau Messerli aún desconocía lo más importante con respecto a aquellas fotografías que había entregado al abogado que tramitaba su divorcio. Ni ella ni el abogado se dieron cuenta de que eran fotos de mujeres muertas. Lo único que les importaba era que las mujeres estaban desnudas
Harry no tuvo dificultad en identificar la fotografía de Rooie en el despacho de Hetch, y éste reconoció fácilmente a la prostituta brasileña asesinada en la zona de la Langstrasse. Lo que sorprendió a los dos policías fue que había fotografías de otras seis mujeres
La Schweizer Elektronik und Sicherheitssysteme había enviado a Urs Messerli a toda Europa, y el ingeniero había asesinado prostitutas en Francfort, Bruselas, Hamburgo, La Haya, Viena y Amberes. No siempre las había matado de manera tan eficiente ni había iluminado a sus víctimas con el mismo proyector que llevaba en el voluminoso maletín de cuero, pero siempre había dispuesto los cadáveres de sus chicas de la misma manera: tendidas de costado con los ojos cerrados, las rodillas alzadas hasta el pecho, en una postura recatada, de niña pequeña, razón por la que la esposa de Messerli y el abogado nunca sospecharon que las mujeres desnudas estaban muertas
– Tiene usted que felicitar a su testigo -le dijo Ernst Hecht a Harry
Ambos se dirigían al Universitátsspital para ver a Urs Messerli antes de que falleciera. El hombre ya había confesado.
– Sí, claro, le daré las gracias -replicó Harry-. Cuando la encuentre
El inglés de Urs Messerli era exactamente tal como lo había descrito la testigo misteriosa. El hombre hablaba un buen inglés, pero con acento alemán. Harry decidió hablarle en inglés, sobre todo porque Ernst Hecht también lo hablaba muy bien
– En la Bergstraat de Amsterdam… -empezó a decirle Harry-. Tenía el pelo castaño rojizo y buena figura para una mujer de su edad, pero los senos bastante pequeños…
– ¡Sí, sí, lo sé! -le interrumpió Urs Messerli
Una enfermera tuvo que quitarle la mascarilla de oxígeno para que pudiera hablar. Entonces el enfermo jadeó e hizo un sonido de succión, de modo que la enfermera volvió a cubrirle la boca y la nariz con la mascarilla
Su piel tenía una tonalidad mucho más gris que cuando Ruth Cole le vio y la imagen de un topo cruzó por su mente. Ahora la piel era cenicienta, las bolsas de aire agrandadas en los pulmones producían un sonido propio, independiente de la respiración irregular. Era como si se pudiera oír la rotura del tejido dañado que forraba las paredes de aquellas bolsas de aire
– En Amsterdam había una testigo -dijo Harry al asesino-. Supongo que la vio
Por una vez los ojillos vestigiales se abrieron del todo, como los de un topo que descubriera la visión. La enfermera volvió a retirarle la mascarilla de oxígeno
– Sí, sí…, ¡la oí! ¡Allí había alguien! -Se interrumpió para recuperar el aliento-. Hizo un pequeño ruido. Casi la oí. Entonces le sobrevino un ataque de tos. La enfermera volvió a cubrirle la boca y la nariz con la mascarilla
– Estaba en el ropero -informó Harry a Messerli-. Todos los zapatos habían sido colocados con las puntas hacia fuera. Es probable que, de haber mirado con más atención, hubiera visto los tobillos
Esta noticia entristeció indeciblemente a Urs Messerli, como si le hubiera gustado mucho conocer por lo menos a la testigo…, si no matarla
Todo esto sucedía en abril de 1991, seis meses después del asesinato de Rooie y un año después de que Harry Hoekstra hubiera estado a punto de viajar con ella a París. Aquella noche, en Zurich, Harry se dijo que ojalá hubiera ido a París con Rooie. No era necesario pasar la noche en Zurich y podría regresar en avión a Amsterdam al final de ese mismo día, mas por una vez quería hacer algo que había leído en un libro de viajes
Rechazó la invitación a cenar que le hizo Ernst Hecht, pues quería estar a solas. Cuando pensaba en Rooie, no estaba totalmente solo. Incluso eligió un hotel que a ella podría haberle gustado. Aunque no era el hotel más lujoso de Zurich, era demasiado caro para un policía, pero Harry había viajado tan poco que tenía ahorrada una buena cantidad de dinero. No esperaba que el Segundo Distrito le pagara la estancia en el hotel Zum Storchen, ni siquiera una sola noche, pero fue allí donde quiso alojarse. El hotel, a orillas del Limmat, tenía un encanto romántico. Thomas Mann había comido allí… y también James Joyce. De las paredes de sus dos comedores colgaban pinturas de Klee, Chagall, Matisse, Miró y Picasso. Eso a Rooie no le interesaría en absoluto, pero le habría gustado la Bündnerfleisch y el hígado de ternera picado con Rósti
Normalmente Harry no bebía nada más fuerte que cerveza, pero esa noche fue a la Kronenhalle y se tomó cuatro cervezas y una botella de vino tinto. Cuando regresó a la habitación del hotel estaba borracho. Se quedó dormido antes de haberse descalzado, y sólo la llamada telefónica de Nico Jansen le obligó a despertar y desvestirse para meterse en la cama
– Cuéntamelo -le dijo Jansen-. El asunto ha terminado, ¿no?