Es comprensible que todos los asistentes supusieran que Ruth lloraba con tanto desconsuelo debido a lo mucho que había amado a su marido. Era cierto que había amado a Allan, o por lo menos había aprendido a amarle, pero, más todavía, había amado la vida que llevaba con él. Y si bien le dolía que Graham hubiera perdido a su padre, era una suerte para él, pues al ser tan pequeño, no le quedarían traumas indelebles. Con el tiempo, Graham apenas se acordaría de Allan
Pero Ruth se había enojado mucho con Allan por morirse, y cuando Eddie leyó el poema de Yeats se enfadó todavía más al oír que Allan había supuesto que ella sería vieja cuando él muriese. Ruth, desde luego, siempre había confiado en que sería vieja cuando sucediera tal cosa. Y allí estaba ella ahora, recién cumplidos los cuarenta y con un hijo de tres años
A decir verdad, las lágrimas de Ruth tenían también otro motivo, más mezquino, más egoísta. Precisamente la lectura de Yeats le había disuadido de probar suerte como poeta. Sus lágrimas eran las que vierte un escritor cada vez que oye recitar algo mejor de lo que él habría podido escribir jamás
– ¿Por qué llora mamá? -preguntó Graham a Hannah por centésima vez, porque Ruth se mostraba inconsolable a intervalos desde la muerte de Allan
– Mamá llora porque echa de menos a papá -susurró Hannah al niño
– Pero ¿dónde está papá ahora? -quiso saber Graham
Aún no había obtenido una respuesta satisfactoria por parte de su madre
Una vez finalizado el funeral, los asistentes se apiñaron alrededor de Ruth, y ésta perdió la cuenta de las veces que le apretaban los brazos. Mantenía las manos entrelazadas en la cintura. La mayoría de la gente no intentaba tocarle las manos, sino sólo las muñecas y los brazos
Hannah llevaba a Graham en brazos, y Eddie salió furtivamente junto a ellos. Parecía un tanto avergonzado, como si lamentara haber leído el poema, o tal vez se reprendía a sí mismo en silencio porque creía que su introducción debería haber sido más larga y más clara
– Quítate esa cosa, mami -pidió el pequeño
– Esa cosa se llama velo, cariño -le dijo Hannah-, y mamá quiere llevarlo puesto
– No, me lo quitaré -accedió Ruth
Por fin había dejado de llorar. Tenía una expresión de aturdimiento y se había quedado insensibilizada; no podía llorar ni expresar el dolor de ninguna otra manera. Entonces recordó a la espantosa anciana que había dicho que sería una viuda durante el resto de su vida. ¿Dónde estaba ahora? ¡El funeral de Allan habría sido el lugar perfecto para que volviera a presentarse!
– ¿Os acordáis de aquella anciana y terrible viuda? -preguntó Ruth a Hannah y Eddie
– Estoy a la mira, cariño, por si la localizo -replicó Hannah-, pero lo más probable es que haya muerto
Eddie estaba todavía emocionado por el poema de Yeats, pero no había dejado en ningún momento de observar a la gente. También Ruth buscaba a Marion, y creyó verla
La mujer no era lo bastante mayor para ser Marion, pero al principio Ruth no reparó en ello. Se fijó en la elegancia de la mujer y en que parecía compadecida y afectada de veras. No miraba a Ruth de una manera amenazante y hostil, sino con una expresión compasiva, inquieta y curiosa. Era una mujer atractiva, más o menos de la edad de Allan; ni siquiera tenía sesenta años. Además, no miraba a Ruth con tanto interés como parecía mirar a Hannah. Entonces Ruth se dio cuenta de que la mujer tampoco miraba a Hannah, sino que Graham era quien atraía su atención
Ruth le tocó el brazo al tiempo que le preguntaba:
– Disculpe…, ¿nos conocemos?
La mujer, azorada, desvió los ojos, pero superó enseguida su vergüenza, hizo acopio de valor y apretó el antebrazo de Ruth.
– Lo siento, ya sé que estaba mirando fijamente a su hijo -dijo la mujer con nerviosismo-. Es que no se parece en nada a Allan
– ¿Quién es usted, señora? -le preguntó Hannah
– ¡Ah, perdone! -replicó la mujer, dirigiéndose a Ruth-. Soy la otra señora Albright, quiero decir su primera mujer
Ruth no quería que Hannah se mostrara ofensiva con la ex mujer de Allan, y Hannah parecía a punto de preguntarle quién la había invitado. Eddie O'Hare salvó la situación
– Cuánto me alegro de conocerla -le dijo Eddie, apretando el brazo de la ex esposa-. Allan siempre hablaba muy bien de usted
La ex señora Albright se quedó pasmada. Debía de estar tan emocionada como Eddie por el poema de Yeats. Ruth nunca había oído a Allan hablar "muy bien" de su ex mujer, incluso a veces se había referido a ella en tono de lástima, sobre todo porque estaba seguro de que ella lamentaría su decisión de no tener hijos. ¡Y ahora estaba allí, contemplando a Graham! Ruth tuvo la seguridad de que la ex señora Albright había asistido al funeral no para dar su último adiós a Allan, sino para ver al hijo que éste había tenido
– Gracias por venir -se limitó a decirle Ruth. Habría seguido diciéndole cosas insinceras, pero Hannah la detuvo
– Estás mejor con el velo puesto, cariño -le susurró, y entonces se dirigió al pequeño-: Esta señora es una amiga de tu papá, Graham. Anda, dile "hola"
– Hola -dijo Graham a la ex mujer de Allan-. Pero ¿dónde está papá? ¿Dónde está ahora?
Ruth volvió a ponerse el velo. Tenía el rostro tan insensible que no se dio cuenta de que estaba llorando de nuevo
Ruth se dijo que le gustaría creer en el cielo sólo por los niños, para poder decir: "Papá está en el cielo, Graham". Y eso fue lo que dijo entonces
– Y el cielo es bonito, ¿verdad? -replicó el niño
Habían hablado muchas veces del cielo y de cómo era desde la muerte de Allan. Posiblemente el cielo atraía más al niño porque se trataba de un tema muy nuevo para él. Puesto que ni Ruth ni Allan eran religiosos, Graham no había oído mencionar el cielo durante sus tres primeros años de vida
– Te diré cómo es el cielo -le dijo la ex señora Albright al pequeño-. Es como tus mejores sueños
Pero Graham, a su edad, tenía más a menudo pesadillas. Los sueños no eran necesariamente un regalo del cielo. No obstante, si el chiquillo daba crédito al poema de Yeats, ¡se vería obligado a imaginar a su padre andando por las cimas de las altas montañas y ocultando el rostro entre la multitud de las estrellas! (Ruth se preguntó si eso sería el cielo o una pesadilla.)
– Ella no ha venido, ¿verdad? -preguntó Ruth de repente Eddie, a través del velo
– No la veo -admitió Eddie
– Sé que no está aquí -dijo Ruth
– ¿Quién no está aquí? -preguntó Hannah a Eddie.
– Su madre -replicó Eddie
– Todo irá bien, cariño -susurró Hannah a su mejor amiga-. Que jodan a tu madre
En opinión de Hannah Grant, Que jodan a tu madre habría sido un título más apropiado para la quinta novela de Eddie O'Hare que Una mujer difícil, publicada aquel mismo otoño de 1994 en que murió Allan. Pero Hannah había dado por perdida a la madre de Ruth mucho tiempo atrás, y como ella no era una mujer mayor, o por lo menos no se consideraba así, estaba harta de aquel tema que tanto le gustaba a Eddie, el de la mujer mayor y el hombre joven. Hannah tenía treinta y nueve años y, como había señalado Eddie, era la edad que tenía Marion cuando se enamoró de ella
– Sí, pero tú tenías dieciséis, Eddie -le recordó Hannah-. Y ésa es una categoría que he eliminado de mi vocabulario. Me refiero a hacerlo con adolescentes