– Harriet no comprende el inglés -le explicó Wim a Ruth-. Pero ha leído tu nuevo libro en holandés
¡De modo que de eso se trataba!, se dijo Ruth. La mujer de Wim creía que el novio granuja en la novela de Ruth había sido Wim, y éste no había hecho nada por disuadirla de esa interpretación. Puesto que, en la novela, el personaje de la escritora desea con ardor a su acompañante holandés, ¿por qué Wim tendría que haber disuadido a su mujer de que creyera tal cosa? Ahora allí estaba Harriet con diéresis y exceso de peso, con sus pechos goteantes, al lado de una Ruth Cole esbelta y en forma, una mujer mayor muy atractiva, ¡la cual, según creía la pobre esposa, era la ex amante de su marido!
– Le has dicho que fuimos amantes, ¿no es cierto? -preguntó Ruth a Wim
– Bueno… ¿no lo fuimos de alguna manera? -replicó Wim tímidamente-. Quiero decir que dormimos juntos en la misma cama. Me dejaste hacer ciertas cosas…
– No hicimos el amor, Harriét -dijo Ruth a la esposa que no la entendía
– Ya te he dicho que no entiende el inglés -insistió Wim.
– ¡Pues díselo, coño!
– Le he contado mi propia versión -replicó Wim, sonriendo a Ruth
Era evidente que la afirmación de que había hecho el amor con Ruth Cole le había dado a Wim cierta clase de poder sobre Harriet con diéresis. El aire alicaído de la mujer la dotaba de un aura suicida
– Escúchame, Harriet -volvió a intentarlo Ruth-. Nunca fuimos amantes, no hice el amor con tu marido. Te está mintiendo.
– Necesitas a tu traductor holandés -le dijo Wim, ahora riéndose abiertamente de ella
Fue entonces cuando Harry Hoekstra se dirigió a Ruth. La había seguido hasta el hotel sin que ella se diera cuenta, como hacía cada mañana
– Puedo traducírselo -le dijo Harry-. Dígame lo que quiere decir
– ¡Ah, es usted, Harry! -exclamó Ruth, como si lo conociera de toda la vida y fuesen grandes amigos
No conocía su nombre sólo por la mención que oyó en la librería, sino que también lo recordaba por haber leído en la prensa la noticia del asesinato de Rooie. Además, ella había escrito su nombre (poniendo mucho cuidado para no equivocarse) en el sobre que contuvo su testimonio
– Hola, Ruth -le dijo Harry
– Dígale que nunca he hecho el amor con el embustero de su marido -le pidió Ruth a Harry, el cual se puso a hablar en holandés con Harriet, dejándola no poco sorprendida-. Dígale que su marido se masturbó a mi lado, eso fue todo, y volvió a cascársela cuando creía que estaba dormida
Mientras Harry seguía traduciendo, Harriet pareció animarse. Le dio el bebé a Wim, diciéndole algo en holandés al tiempo que empezaba a marcharse. Cuando Wim la siguió, Harriet le dijo algo más
– Le ha dicho: "Sostén al crío, está mojado" -tradujo Harry a Ruth-. Y le ha preguntado: "¿Por qué querías que la conociera?"
Mientras la pareja con el bebé abandonaba el hotel, Wim dijo algo en tono quejumbroso a su airada esposa
– El marido ha dicho: "¡Yo salía en su libro!" -le tradujo Harry
Después de que Wim y su mujer se marcharan, Ruth quedó a solas con Harry en el vestíbulo…, con excepción de media docena de hombres de negocios japoneses que estaban ante el mostrador de recepción y se quedaron hipnotizados por el ejercicio de traducción que habían acertado a oír. No estaba claro qué era lo que habían entendido, pero miraban a Ruth y a Harry con temor reverencial, como si acabaran de presenciar un ejemplo de diferencias culturales que les resultaría difícil explicar al resto de Japón
– De modo que… todavía me sigue -le dijo Ruth lentamente al policía-. ¿Le importaría decirme qué he hecho?
– Creo que usted lo sabe, y no está demasiado mal -replicó Harry-. Vamos a pasear un poco
Ruth consultó su reloj
– Tengo una entrevista aquí dentro de tres cuartos de hora -objetó
– Estaremos de vuelta a tiempo -dijo Harry-. Será un paseo corto
– ¿Adónde vamos? -inquirió Ruth, aunque creía saberlo. Dejaron las bolsas deportivas en recepción, y cuando doblaron para entrar en el Stoofsteeg, Ruth tomó instintivamente el brazo de Harry. Aún era bastante temprano y las dos mujeres gordas procedentes de Ghana estaban trabajando
– Es ella, Harry -dijo una de ellas-. La has encontrado.
– Sí, es ella -convino la otra prostituta
– ¿Las recuerda? -preguntó Harry a Ruth. Seguía cogida de su brazo cuando cruzaron el canal y entraron en el Oudezijds Achterburgwal
– Sí -respondió ella en voz baja
En el gimnasio se había duchado y lavado la cabeza. Tenía el pelo un poco húmedo y no se le ocultaba que la camiseta de algodón no era una prenda adecuada para aquel clima. Se había limitado a vestirse para regresar al hotel desde el Rokin
Llegaron al Barndesteeg, donde la joven prostituta tailandesa de cara en forma de luna tiritaba en el umbral de su habitación, tan sólo vestida con una combinación de color naranja. Se había engordado desde la última vez que Ruth la vio, cinco años atrás
– ¿La recuerda? -preguntó Harry a la novelista.
– Sí -volvió a decir ella
– Ésta es la mujer -le dijo la tailandesa a Harry-. Lo único que quería era mirar
El travestido de Ecuador había abandonado el Gordijnensteeg y ahora tenía un escaparate en la Bloedstraat. Ruth recordó al instante la sensación de sus pechos, pequeños y duros como pelotas de béisbol. Pero esta vez tenía un aire tan claramente varonil que a Ruth le parecía mentira que alguna vez lo hubiera confundido con una mujer
– Te dije que tenía unos pechos bonitos -le recordó el travestido a Harry-. Has tardado mucho en encontrarla
– Dejé de buscarla hace unos años -replicó Harry.
– ¿Estoy detenida? -le susurró Ruth al policía
– ¡No, claro que no! Sólo estamos dando un pequeño paseo.
Caminaron con rapidez, tanto que Ruth dejó de tener frío. Harry era el primer hombre, entre todos sus conocidos, que andaba más rápido que ella, y casi tenía que trotar para mantenerse a su altura. Cuando llegaron a la Warmoesstraat, un hombre que estaba a la entrada de la comisaría llamó a Harry, y pronto los dos intercambiaron gritos en holandés. Ruth no tenía idea de si hablaban o no de ella. Supuso que no, porque Harry no disminuyó la rapidez de sus pasos durante la breve conversación
El hombre que estaba en la entrada de la comisaría era el viejo amigo de Harry, Nico Jansen. He aquí la conversación que habían tenido:
– ¡Eh, Harry! Ahora que estás jubilado, ¿piensas emplear tu tiempo paseando con tu novia por tu antiguo lugar de trabajo?
– No es mi novia, Nico. ¡Es mi testigo!
– ¡Joder! ¡La has encontrado! ¿Qué vas a hacer con ella?
– Tal vez casarme
Harry le tomó la mano cuando cruzaron el Damrak, y Ruth le cogió nuevamente del brazo, al cruzar el canal sobre el Singel. No estaban lejos de la Bergstraat cuando ella se atrevió a decirle algo
– Se ha olvidado de una. Hablé con otra mujer…, quiero decir ahí, en el distrito
– Sí, ya lo sé, en el Slapersteeg -replicó Harry-. Era jamaicana. Se metió en líos y ha vuelto a Jamaica
– Ah -dijo Ruth