– Oh, mamá -dijo Ruth a las frías estrellas-, ven a conocer a tu nieto ahora que todavía puedes hacerlo
En el dormitorio principal, situado en el piso superior, y en la misma cama de matrimonio donde hiciera el amor con el difunto Ted Cole, Hannah Grant aún trataba de leer un cuento al nieto que Ted nunca conoció. No había avanzado mucho, porque los rituales del cepillado de dientes y la elección de pijama habían requerido más tiempo del que esperaba. Ruth le había dicho que a Graham le encantaban los cuentos protagonizados por Madeline, pero el pequeño no estaba tan seguro
– ¿Cuál es el que me encanta? -inquirió Graham
– Todos -respondió Hannah-. Elige el que quieras y te lo leeré
– No me gusta Madeline y los gitanos -le informó Graham.
– Muy bien, entonces no leeremos ése -dijo Hannah-. A mí tampoco me gusta
– ¿Por qué? -quiso saber Graham
– Por la misma razón que a ti tampoco te gusta -respondió Hannah-. Elige uno que te guste. Elige un cuento, cualquier cuento
– Estoy harto de El rescate de Madeline -le dijo Graham.
– Estupendo. La verdad es que a mí también me harta. ¿Cuál te gusta?
– Me gusta Madeline y el sombrero malo -decidió el muchacho-, pero Pepito no me gusta, de veras, no me gusta nada.
– ¿No sale Pepito en Madeline y el sombrero malo? -le preguntó Hannah
– Eso es lo que no me gusta del cuento -respondió Graham.
– Tienes que elegir un cuento que te guste, Graham
– ¿Te sientes frustrada? -inquirió el chico.
– ¿Quién, yo? Jamás. Dispongo de todo el día.
– Es de noche -señaló el niño-. El día ha terminado
– ¿Qué te parece Madeline en Londres? -le sugirió Hannah.
– En ése también sale Pepito
– ¿Y qué me dices de Madeline a secas, la historia original de Madeline?
– ¿Qué quiere decir "original"?
– La primera
– Ésa ya la he oído muchísimas veces -dijo Graham. Hannah inclinó la cabeza. Había tomado demasiado vino durante la cena. Quería de veras a Graham, su único ahijado, pero había ocasiones en que el pequeño la reafirmaba en su decisión de no tener nunca hijos
– Quiero La Navidad de Madeline -dijo Graham por fin.
– Pero sólo estamos en Acción de Gracias -replicó Hannah-. ¿Quieres que te cuente una historia navideña el Día de Acción de Gracias?
– Has dicho que podía elegir el que quisiera
Sus voces llegaban a la cocina, donde Harry restregaba la bandeja del asado y Eddie secaba una espátula agitándola distraídamente. Le había estado hablando a Harry acerca de la tolerancia, pero parecía haber perdido el hilo de sus pensamientos. Su conversación se había iniciado con el tema de la intolerancia, sobre todo racial y religiosa, en Estados Unidos, pero Harry percibía que Eddie había entrado en un terreno más personal. De hecho, Eddie estaba a punto de confesarle la intolerancia que le causaba Hannah, cuando la voz de ella, mientras dialogaba con Graham, le distrajo
Harry sabía qué era la tolerancia. No habría discutido con Eddie, ni con cualquier compatriota de éste, que los holandeses son más tolerantes que la mayoría de los estadounidenses, pero creía que así era. Percibía la intolerancia que Eddie le causaba a Hannah, no sólo porque para ella Eddie era patético y por la monotonía de su relación sentimental con ancianas, sino también porque no era un escritor famoso
Harry pensó que en Estados Unidos no existe ninguna intolerancia comparable a la intolerancia, tan estadounidense, hacia la falta de éxito. Aunque Eddie no le interesaba gran cosa como escritor, le gustaba mucho como persona, sobre todo por su afecto constante hacia Ruth. Cierto que le asombraba la naturaleza de su adoración, cuyo origen, suponía él, debía de ser la madre desaparecida. El ex policía se daba cuenta de que lo que Ruth y Eddie tenían más en común era la ausencia de Marion. Su ausencia era una parte fundamental de sus vidas, como le ocurría a Rooie con su hija
En cuanto a Hannah, requería aún más tolerancia de la que el holandés estaba acostumbrado a tener, y el afecto de Hannah hacia Ruth era menos seguro que el de Eddie. Además, en la manera en que Hannah le miraba, el ex sargento Hoekstra veía algo demasiado familiar. Hannah tenía el corazón de una puta, y Harry sabía que el corazón de una prostituta no era en modo alguno el proverbial corazón de oro, sino sobre todo un corazón calculador. Un afecto calculado nunca era digno de confianza
Relacionarse con los amigos de la persona que uno ama no es nada fácil, pero Harry sabía mantener la boca cerrada y limitarse a observar cuando era necesario
Mientras Harry ponía una olla a hervir, Eddie le preguntó cuáles eran sus planes para disfrutar de la jubilación. Tanto a él como a Hannah les intrigaba saber a qué iba a dedicar su tiempo el ex policía. ¿Le interesarían los procedimientos de aplicación de la ley en Vermont? Era un lector muy ávido pero exigente…, ¿tal vez, un día, trataría de escribir una novela? Y era evidente que le gustaba el trabajo manual. ¿Le atraería alguna clase de tarea al aire libre?
Pero Harry le dijo a Eddie que no se había retirado para buscar otro trabajo. Quería leer más, y también viajar, pero esto último sólo cuando Ruth estuviera libre para acompañarle. Y si Ruth, según decía ella misma, era "así así" como cocinera, Harry cocinaba mejor y disponía de tiempo para hacer la compra. Además, a Harry le ilusionaba hacer muchas cosas con Graham
Era exactamente lo que Hannah le había confiado en privado a Eddie: ¡Ruth se había casado con un ama de casa! ¿Qué escritor o escritora no querría contar con su propia ama de casa? Ruth había llamado a Harry su policía particular, pero el holandés era en realidad su ama de casa particular
Ruth entró con la cara y las manos frías y se calentó al lado de la olla, en la que el agua había empezado a burbujear.
– Tomaremos sopa de pavo toda la semana -le dijo Harry. Una vez fregados y recogidos los platos, Eddie se sentó con Ruth y Harry en la sala de estar, donde la pareja se había casado por la mañana, pero Eddie tenía la impresión de que Ruth y Harry se conocían desde siempre… y así iba a ser sin duda. Los recién casados ocuparon el sofá, Ruth con una copa de vino en la mano y Harry con una cerveza. Desde el piso de arriba les llegaba la voz de Hannah, que leía el cuento a Graham:
Era la víspera de Navidad, y en toda la casa no se movía nada, ni siquiera el ratón, pues, como todo el mundo en aquella vieja casa, el pobre ratón estaba en cama, aquejado de un fuerte resfriado, y sólo nuestra pequeña y valiente Madeline estaba levantada, iba de un lado a otro y se sentía la mar de bien
– Así es como me siento, la mar de bien -comentó Harry.
– Yo también -dijo Ruth
– Por la pareja afortunada -brindó Eddie O'Hare con su Coca-Cola Light
Los tres amigos alzaron los vasos. Proseguía la voz de Hannah, extrañamente placentera, que leía a Graham. Y Ruth volvió a pensar en lo afortunada que había sido al sufrir sólo un pequeño infortunio
Durante aquel largo fin de semana de Acción de Gracias, la pareja feliz sólo cenó una vez más con Hannah y Eddie, sus amigos desdichados
– Se están pasando el fin de semana follando, no es broma -le susurró Hannah a Eddie, cuando éste acudió a cenar el sábado por la noche-. ¡Te lo juro, me han invitado para que cuide de Graham mientras ellos se ponen las botas! No es de extrañar que no hayan ido de luna de miel, ¡ni falta que les hace! ¡Pedirme que fuese la dama de honor no ha sido más que una excusa!