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Cuando Eddie recogió a Hannah, el holandés y el pequeño, con impermeables y esos sombreros de marino, de ala ancha por detrás y llamados suestes, subían a la camioneta de Kevin Merton. Graham también llevaba unas botas de goma que le llegaban a las rodillas, pero Harry calzaba sus zapatos deportivos de siempre, pues no le importaba que se mojaran. (Lo que le había servido en De Wallen le bastaría para la playa.)

Debido al mal tiempo, sólo un reducido número de neoyorquinos regresaban a la ciudad en el tren de la tarde; la mayoría se había marchado antes. Cuando llegó a Bridgehampton, el tren de las 16.01 que iba en dirección oeste no iba tan lleno de pasajeros

– Por lo menos no tendré que entregar mi virginidad o algo por el estilo para conseguir un jodido asiento -comentó Hannah

– Cuídate, Hannah -le dijo Eddie, si no con un gran afecto, sí con auténtica preocupación

– Tú sí que debes cuidarte, Eddie.

– Sé cuidarme -protestó él

– Permíteme que te diga una cosa, mi divertido amigo -replicó Hannah-. El tiempo no se detiene

Le tomó las manos y le dio un beso en cada mejilla. Era lo que Hannah acostumbraba a hacer, en vez de estrechar la mano. A veces, en vez de darle a alguien un apretón de manos, se lo tiraba

– ¿Qué quieres decir? -inquirió Eddie

– Han pasado casi cuarenta años, Eddie. ¡Ya es hora de que lo superes!

Entonces el tren se puso en marcha, llevándose a Hannah. El de las 16.01 en dirección oeste dejó a Eddie de pie bajo la lluvia; las observaciones de Hannah le habían dejado petrificado. Aquellas observaciones revelaban una aflicción tan duradera que Eddie pensó en ellas mientras cocinaba sin prestar atención a lo que hacía y se tomaba la cena

"El tiempo no se detiene" resonaba en su cabeza mucho después de que hubiera depositado un filete de atún marinado en la parrilla al aire libre. (Por lo menos, la barbacoa de gas, en el porche delantero de la humilde casa de Eddie, estaba protegida de la lluvia.) "Han pasado casi cuarenta años, Eddie." Repitió estas palabras mientras comía el atún con una patata hervida y un puñado de guisantes hervidos. "¡Ya es hora de que lo superes!", dijo en voz alta cuando lavaba el único plato y el vaso de vino. Cuando quiso tomarse otra Coca-Cola Light, estaba tan abatido que la tomó directamente de la lata

El paso del tren de las 18.01 con dirección oeste hizo temblar la casa

– ¡Odio los trenes! -gritó Eddie, pues ni siquiera su vecino más próximo podría haberle oído por encima del estrépito que producía el tren

Toda la casa volvió a estremecerse cuando pasó el de las 20.04, el último de los trenes dominicales con dirección oeste

– ¡A la mierda! -gritó inútilmente

Desde luego, era hora de que lo superase. Pero sabía que jamás podría olvidar a Marion ni lo que sintió por ella. Eso sería imposible

Marion a los setenta y seis años

Maple Lane es una calle tranquila flanqueada por docenas de viejos arces. Unos pocos ejemplares de otras especies de árboles, uno o dos robles, varios perales Bradford decorativos, se mezclan con los arces. El visitante que llega a la calle por el este se forma una primera impresión favorable. Maple Lane parece una calle agradablemente sombreada de una localidad pequeña

En los senderos de acceso a las casas hay coches aparcados (algunos residentes aparcan en la calle, bajo los árboles) y de vez en cuando una bicicleta, un triciclo o un monopatín señalan la presencia de niños. Todo denota una población de clase media que tiene una posición cómoda aunque no lujosa. Los perros, desgraciadamente, hablan por sí mismos, y con gran alboroto. Lo cierto es que los perros vigilan la zona central del barrio de Eddie O'Hare con tal afán protector que el forastero o el transeúnte pensarían que esas casas de aspecto modesto contienen más riquezas de lo que aparentan

Avanzando hacia el oeste por Maple Lane se llega a la calle Chester, la cual está orientada al sur y revela más casas agradables y sombreadas de una manera encantadora. Pero entonces, casi exactamente a medio camino, en el punto donde la avenida Corwith también se dirige al sur, hacia Main Street, el aspecto de Maple Lane cambia con brusquedad

El lado norte de la calle se vuelve totalmente comercial. Desde el porche de Eddie se ve un establecimiento de recambios para automóviles y un concesionario John Deere, los cuales comparten un largo y feo edificio que tiene la total falta de encanto de un almacén. Está también la tienda Electricidad Gregory, en un edificio de madera que, según se mire, es menos ofensivo, y Gráficas Iron Horse, que ocupa una estructura moderna de bastante buen aspecto. El pequeño edificio de ladrillo (Hierros y Bronces Battle) es ciertamente bonito, si se exceptúa el hecho de que delante, como delante de todos esos edificios, hay una amplia, continua y descuidada zona de aparcamiento, una monótona extensión de grava. Y, finalmente, detrás de esos edificios comerciales, se encuentra el rasgo que define a Maple Lane: las vías del ferrocarril de Long Island, que corren paralelas a la calle, por el norte, a un tiro de piedra de distancia

En un solar hay un montón de traviesas que parece sostenerse precariamente, y más allá de las vías hay montículos de arena, tierra y grava. Un voluminoso letrero indica que es la zona de almacenamiento de Hamptons Materials, Inc

En el lado sur de Maple Lane sólo hay unas pocas casas particulares, embutidas entre unos edificios más comerciales, entre ellos las oficinas de la Compañía de Agua y Gas de Hampton. De ahí en adelante, el lado sur de la calle se cae en pedazos. Hay unos arbustos enclenques, tierra, más grava y, sobre todo en los meses de verano o los fines de semana en época de vacaciones, una hilera de coches aparcados en batería. Aunque no es frecuente, la hilera de coches aparcados puede alcanzar una longitud de cien metros o más, pero ahora, en una noche desolada al final del fin de semana en que se celebra el Día de Acción de Gracias, sólo hay unos pocos coches aparcados. El lugar tiene el aspecto de un descuidado solar donde se venden coches usados. No obstante, cuando no hay automóviles, la zona de aparcamiento parece peor que abandonada, parece más allá de toda posibilidad de redención, y a ello contribuye sin duda su proximidad a la desdichada estructura que se encuentra en el lado norte, el extremo más pobre de la calle, la antes mencionada reliquia de la que fue estación de ferrocarril de Bridgehampton

Los cimientos están agrietados. Dos pequeños refugios prefabricados sustituyen burlonamente al edificio de la estación. Hay dos bancos. (En esta fría y húmeda noche de noviembre nadie se sienta en ellos.) Han plantado un seto de aligustres mal cuidado a fin de disimular en lo posible la degeneración de esa línea de ferrocarril en otro tiempo próspera. Los restos de la estación abandonada, un teléfono público desprotegido y un andén alquitranado que se extiende cincuenta metros a lo largo de la vía…, pues bien, para la localidad, en general próspera, de Bridgehampton, eso pasa por ser una estación ferroviaria