– ¿Me volveré marrón? -preguntó Ruth-. ¿Voy a morirme?
– No, cariño, no te morirás, te lo prometo -le decía Marion una y otra vez
Como es natural, Ruth gritó cuando le pusieron las inyecciones y le dieron los puntos, que sólo fueron dos. El médico se sorprendió al ver la perfecta línea recta del corte. La yema del dedo índice estaba cortada con precisión por la mitad. Un médico no habría podido cortar intencionadamente por el centro exacto de un dedo tan pequeño, ni siquiera con un bisturí
Después de dejar la fotografía en la tienda de marcos, Ruth permaneció sentada y tranquila en el regazo de su madre. Eddie conducía de regreso a Sagaponack, con los ojos entornados porque le deslumbraba el sol matinal. Marion bajó el parasol del lado del pasajero, pero Ruth era tan bajita que el sol le daba directamente en la cara y le hacía volverse hacia su madre. De repente Marion empezó a mirar con fijeza los ojos de su hija, el derecho en particular
– ¿Qué ocurre? -le preguntó Eddie-. ¿Tiene algo en el ojo?
– No es nada -respondió Marion
La niña se acurrucó contra su madre, quien protegió la cara de Ruth interponiendo la mano entre ella y el sol
Extenuada después de tanto lloro, Ruth se quedó dormida antes de llegar a Sagaponack
– ¿Qué has visto? -le preguntó Eddie a Marion, que volvía a tener la mirada notablemente perdida (no tanto como la noche anterior, cuando Eddie le preguntó por el accidente que habían sufrido sus hijos)-. Dímelo
Marion mencionó el defecto en el iris del ojo derecho, aquel hexágono amarillo que Eddie había admirado con frecuencia. Más de una vez le había dicho que le encantaba la manchita amarilla en su ojo, la manera en que, bajo cierta luz o visto desde ángulos impredecibles, su ojo derecho podía pasar del azul al verde
Aunque los ojos de Ruth eran castaños, lo que Marion había visto en el iris de su ojo derecho era exactamente la misma forma hexagonal de color amarillo brillante. Cuando la niña parpadeó a causa del sol, el hexágono amarillo había revelado su capacidad de volver ámbar el color castaño del ojo derecho de Ruth
Marion siguió abrazando a la niña dormida contra su pecho. Con una mano, seguía protegiéndole la cara del sol. Eddie nunca le había visto manifestar semejante grado de afecto físico a Ruth
– Tu ojo es muy… distinguido -le dijo el muchacho-. Es como una marca de nacimiento, sólo que más misteriosa…
– ¡La pobre niña! -le interrumpió Marion-. ¡No quiero que sea como yo!
La ruptura con la señora Vaughn
Durante los cinco o seis días siguientes, antes de que le quitaran los puntos, Ruth no fue a la playa. La molestia de mantener el corte seco irritaba a las niñeras. Eddie detectó un creciente mal humor en el trato entre Ted y Marion. Siempre se habían evitado, pero ahora ya ni se hablaban, ni siquiera se miraban. Cuando uno quería quejarse del otro, se valía de Eddie. Por ejemplo, Ted consideraba a Marion responsable de la herida de Ruth, aunque Eddie le había dicho repetidas veces que era él quien le había permitido a la niña quedarse con la foto
– No se trata de eso -le dijo Ted-. En primer lugar, tú no deberías haber ido a la habitación de Ruth. Ésa es tarea de su madre
– Ya te he dicho que Marion dormía -mintió Eddie
– Lo dudo -replicó Ted-. Dudo de que "dormir" sea la palabra precisa para indicar el estado de Marion. Supongo que, más bien, estaba colocada
Eddie no estaba seguro de lo que Ted quería decir.
– No estaba borracha, si te refieres a eso
– No he dicho que estuviera borracha…, nunca se emborracha -replicó Ted-. He dicho que estaba colocada. ¿No era así?
Eddie no supo qué decirle. Luego se lo comentó a Marion. -¿Le has dicho el motivo? -preguntó al muchacho-. ¿Le has dicho lo que me preguntaste?
Eddie se sintió confuso
– No, claro que no -respondió.
– ¡Díselo! -exclamó Marion
Así pues, Eddie le contó a Ted lo que había sucedido cuando le preguntó a Marion por el accidente
– Supongo que yo soy el culpable de que… se colocara -le explicó Eddie-. Te he dicho una y otra vez que la culpa ha sido sólo mía
– No, la culpa ha sido de Marion -insistió Ted
– Bueno, ¿y a quién le importa de quién sea la culpa? -le preguntó Marion a Eddie
– A mí me importa. Yo le permití a Ruth que se quedara con la fotografía -contestó Eddie
– Esto no tiene que ver con la fotografía, no digas tonterías -le dijo Marion al muchacho-. No tiene nada que ver contigo, Eddie
Eddie O'Hare comprendió que Marion tenía razón, y fue un mazazo para él. Aquélla iba a ser la relación más importante de su vida, y sin embargo lo que ocurría entre Ted y Marion no tenía nada que ver con él
Entretanto, Ruth preguntaba a diario por la fotografía pendiente de devolución. Cada día llamaban a la tienda de marcos de Southampton, pero colocar un paspartú y enmarcar una sola foto de veinte por veinticinco no era una tarea prioritaria en la época de mayor actividad en la tienda
La pequeña quería saber si el nuevo paspartú tendría una mancha de sangre. (No, no la tendría.) ¿Serían el nuevo marco y el nuevo cristal exactamente iguales que el marco y el cristal anteriores? (Serían muy parecidos.)
Y cada día y cada noche, Ruth recorría con las niñeras, con sus padres o con Eddie la galería de fotografías que colgaban de las paredes de la casa de los Cole. ¿Se cortaría con el cristal si tocaba tal foto? Y esa otra, que también tenía un cristal, ¿se rompería si la dejaba caer? ¿El cristal siempre se rompía? Y si el cristal te podía cortar, ¿por qué querías tenerlo en tu casa?
Pero, entre unas y otras preguntas de Ruth, el ecuador del mes de agosto había quedado atrás, y ahora hacía bastante más fresco por las noches. Incluso en la casa vagón se dormía cómodamente. Una noche en que Eddie y Marion durmieron allí, Marion se olvidó de cubrir la claraboya con la toalla, y a primera hora de la mañana los despertó una bandada de gansos que volaban bajo
– ¿Ya vais al sur? -les preguntó Marion. Y durante el resto del día no habló con Eddie ni con Ruth
Ted llevó a cabo una revisión radical de Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido, y durante casi toda una semana presentó a Eddie un borrador escrito totalmente de nuevo cada mañana. El muchacho volvía a mecanografiar el manuscrito el mismo día, y a la mañana siguiente Ted recibía su nuevo texto. Apenas Eddie había empezado a sentirse como un verdadero ayudante de escritor cuando aquella actividad de reescritura se interrumpió. Eddie no vería Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido hasta que se publicara. Aunque sería el libro preferido de Ruth entre todos los de su padre, nunca sería uno de los favoritos de Eddie. Había leído demasiadas versiones para apreciar el texto definitivo
Y un día, poco antes de que a Ruth le quitaran los puntos, llegó con el correo un grueso sobre para Eddie enviado por su padre. Contenía los nombres y direcciones de cada exoniano que vivía en los Hamptons. De hecho, era la misma lista de nombres y direcciones que Eddie había tirado en el transbordador cuando cruzaba el canal de Long Island. Alguien había encontrado el sobre con el membrete en relieve del centro Phillips de Exeter, con la dirección del remitente y el nombre del señor O'Hare pulcramente escritos a mano, un portero, o un miembro de la tripulación del transbordador, o alguien que husmeaba entre la basura. Quienquiera que fuese el idiota, había devuelto la lista a Minty O'Hare