Pero entonces encontró al muchacho entre un grupo de chicos que parecían petulantes y pagados de sí mismos, mientras que él tenía un aire reservado. Eran los redactores titulares y principales colaboradores de El Péndulo, la revista literaria de Exeter. Eddie estaba en un extremo de la hilera central, como si hubiera llegado tarde para la foto y, fingiendo una elegante falta de interés, se hubiera colocado ante la cámara en el último instante. Mientras algunos de sus compañeros posaban, mostrando ex profeso sus perfiles a la cámara, Eddie miraba de frente y con fijeza. Al igual que en las fotos del anuario de 1957, su alarmante seriedad y su hermosa cara le hacían parecer mayor de lo que era
En cuanto al aspecto "literario", la camisa oscura y la corbata más oscura todavía eran los únicos elementos visibles. La camisa era de las que normalmente se llevan con corbata. (Marion recordaba que Thomas había tenido ese aspecto, al contrario que Timothy, más joven o más convencional.) Pensar en cuál sería el contenido de El Péndulo deprimía a Marion: poemas indescifrables y relatos centrados en la llegada a la mayoría de edad, penosamente autobiográficos, versiones pseudoartísticas de la socorrida redacción titulada "Lo que he hecho en mis vacaciones de verano". Marion opinaba que los chicos de esa edad deberían dedicarse exclusivamente a los deportes. (Thomas y Timothy no habían hecho otra cosa.)
De repente, el tiempo desabrido, con nubes y viento, le hizo estremecer, o tal vez sintió frío por otras razones. Cerró el anuario escolar de 1958, subió al coche y volvió a abrirlo, apoyándolo en el volante. Los hombres que repararon en Marion mientras subía al coche no pudieron evitar fijarse en sus caderas
Con respecto a los deportes, Eddie O'Hare seguía corriendo y nada más. Allí estaba, más musculoso al cabo de un año, en las fotografías de los equipos escolares de cross y marcha atlética. Marion se preguntó por qué corría. (A sus hijos les gustaba el fútbol y el hockey, y en primavera Thomas jugaba a la crosse y Timothy al tenis. Ninguno de los dos quiso practicar el deporte favorito de su padre: el único deporte de Ted era el squash.)
Si Eddie O'Hare no había pasado de la categoría cadete a la juvenil, tanto en cross como en marcha atlética, debía de ser porque no era ni muy rápido ni muy resistente. Pero al margen de la rapidez o la resistencia con que Eddie corriera, una vez más, y sin que Marion fuese siquiera consciente de ello, los hombros desnudos del muchacho llamaron su atención, y los contorneó con el dedo índice. El esmalte de uñas era de un rosa mate, a juego con el color de los labios, un rosa entreverado de plata. En el verano de 1958, tal vez Marion Cole fuese una de las mujeres más hermosas que existían
Y lo cierto era que, al recorrer la línea de los hombros desnudos de Eddie, no la movía ningún interés sexual consciente. Por aquel entonces, que su escrutinio compulsivo de jóvenes de la edad de Eddie pudiera llegar a ser sexual era tan sólo una premonición de su marido. Si Ted confiaba en su instinto sexual, Marion estaba muy insegura del suyo
Muchas esposas fieles toleran e incluso aceptan las dolorosas traiciones de un marido muy dado a galanteos. Marion, por su parte, aguantaba a Ted porque se daba cuenta de la nula importancia que sus muchas amantes tenían para él. Si hubiera tenido solamente una amante, alguien que ejerciera sobre él un hechizo perpetuo, Marion podría haber llegado al convencimiento de que debía abandonarle. Pero Ted nunca era ofensivo y, sobre todo después de la muerte de Thomas y Timothy, mostraba una constante ternura hacia ella. Al fin y al cabo, nadie salvo Ted podría haber comprendido y respetado su eterna aflicción
Pero ahora había una desigualdad horrible entre ella y Ted. Como había observado incluso Ruth, la pequeña de cuatro años, su madre estaba más triste que su padre. Marion tampoco podía confiar en que compensaría otra desigualdad, la de que, como padre, Ted era mejor para Ruth que ella como madre. ¡Y, en cambio, para sus hijos desaparecidos ella siempre había sido superior! Últimamente casi detestaba a Ted porque encajaba su dolor mejor de lo que ella podía encajar el suyo. Lo que Marion sólo podía conjeturar era que Ted quizá la detestaba por la superioridad de su tristeza
Marion creía que había sido un error tener a Ruth. En cada fase de su crecimiento, la niña era un doloroso recordatorio de las fases correspondientes de Thomas y Timothy. Los Cole nunca habían necesitado niñeras para sus hijos, y Marion les había prodigado unos cuidados maternales absolutos. En cambio, las niñeras de Ruth se habían sucedido sin cesar, pues aunque Ted demostraba una mayor disposición que Marion para cuidar de la criatura, era bastante torpe en la realización de las necesarias tareas cotidianas. Por incapaz que fuese Marion de realizarlas, por lo menos sabía en qué consistían y que alguien responsable debía encargarse de ellas
Hacia el verano de 1958, Marion se había convertido en la principal desdicha de su marido. Cinco años después de que fallecieran Thomas y Timothy, Marion creía que ella causaba a Ted más aflicción que la muerte de sus hijos. También albergaba el temor de que no siempre fuese capaz de reprimir el amor hacia su hija, y pensaba que, si se permitía amar a Ruth, no sabía qué haría si algún día le sucedía algo a la niña. Estaba segura de que no podría soportar la pérdida de otro hijo
Recientemente Ted le había dicho a Marion que quería "intentar la separación" durante el verano, tan sólo para comprobar si, viviendo separados, ambos podrían ser más felices. Durante algunos años, mucho antes de que fallecieran sus queridos hijos, Marion se había preguntado si debía divorciarse de Ted. ¡Y ahora era éste quien quería divorciarse! De haberse divorciado cuando Thomas y Timothy vivían, no hubiera cabido la menor duda acerca de cuál de ellos se hubiese quedado con los niños: eran los hijos de Marion, se habrían decantado por ella. Ted nunca hubiera podido rebatir una verdad tan evidente
Pero ahora… Marion no sabía qué hacer. Había ocasiones en que ni siquiera soportaba hablar con Ruth. Era comprensible que la niña quisiera a su padre
¿De modo que ése era el trato?, se preguntaba Marion. Él acaparaba lo que quedaba: la casa, a la que ella amaba pero cuya posesión no deseaba, y Ruth, a quien ella no podía, o no quería, permitirse amar. Ella se llevaría a sus chicos. Ted podría quedarse con el recuerdo de Thomas y Timothy. (Marion había decidido que ella se quedaría con todas las fotografías.)
El pitido de la sirena del transbordador la sobresaltó. El dedo índice, que había seguido contorneando los hombros desnudos de Eddie O'Hare, presionó demasiado la página del anuario y se le rompió la uña. Unas gotitas de sangre brotaron de la piel rasguñada. Marion contempló el surco que su uña había dejado en el hombro de Eddie. Un poco de sangre había manchado la página, pero ella se humedeció el dedo con la lengua y la elimino. Sólo entonces recordó que Ted había contratado a Eddie a condición de que el chico tuviera el permiso de conducir, y que el empleo veraniego de Eddie se había convenido antes de que Ted le hubiera dicho que quería "intentar la separación"
La sirena del transbordador retumbó de nuevo. Era un sonido tan intenso que anunciaba a Marion lo que ahora era evidente: ¡Ted sabía desde hacía cierto tiempo que iba a abandonarla! Pero, cosa que la sorprendía a ella misma, la conciencia de ese engaño de su marido no la encolerizaba. Ni siquiera estaba segura de sentir el suficiente odio hacia él como para indicar que alguna vez le había amado. ¿Se había detenido todo, o había cambiado para ella, cuando Thomas y Timothy murieron? Hasta entonces había supuesto que Ted, a su manera, todavía la amaba. Sin embargo, era él quien iniciaba la separación