Ruth miró el espejo frente al ropero. Temía ver algún movimiento detrás de la cortina mínimamente entreabierta, o que hubiera un temblor perceptible en sus zapatos. Las prendas de vestir en el armario parecían amontonarse a su alrededor
Tal como el cliente le había pedido, Rooie sacudió la cabeza y la cabellera se agitó ante su cara. Durante un segundo, o quizá dos o tres, el pelo le cubrió los ojos, pero ése fue todo el tiempo que el hombre topo necesitaba. Se abalanzó sobre ella, cubrió con su pecho la nuca y el cuello de Rooie, y apoyó el mentón en la espina dorsal. Le rodeó la garganta con el brazo derecho y, aferrándose la muñeca derecha con la mano izquierda, apretó. Fue alzándose lentamente de la postura arrodillada, hasta ponerse en pie, con la nuca y el cuello de Rooie presionados contra su pecho y el antebrazo derecho aplastándole la garganta
Transcurrieron varios segundos antes de que Ruth comprendiera que Rooie no podía respirar. El silbido bronquial del hombre era el único sonido que llegaba a sus oídos. Rooie agitaba silenciosamente en el aire sus delgados brazos. Tenía una de las piernas doblada sobre la cama y pataleaba hacia atrás con la otra pierna, de manera que el zapato de tacón alto izquierdo salió despedido y golpeó la puerta del lavabo, parcialmente abierta. El ruido llamó la atención de su estrangulador, el cual volvió la cabeza, como si esperase ver a alguien sentado en la taza del inodoro. Al ver el zapato de Rooie que había volado hasta allí, sonrió aliviado y volvió a concentrarse en estrangular a la prostituta
Un riachuelo de sudor fluía entre los senos de Ruth. Pensó en la posibilidad de correr hasta la puerta, pero sabía que estaba cerrada y no sabría abrirla. Imaginó que el hombre la hacía volver a la habitación y también le rodeaba la garganta con el brazo, hasta que sus brazos y piernas quedaran tan fláccidos como los de Rooie
Ruth abrió y cerró la mano derecha sin darse cuenta. (Ojalá hubiera tenido una raqueta de squash, se diría más adelante.) Pero el temor la inmovilizó de tal manera que no hizo nada por ayudar a Rooie. jamás olvidaría ese momento de parálisis, y jamás se lo perdonaría. Era como si las prendas de la prostituta la retuvieran en el estrecho ropero
Rooie había dejado de patalear. El tobillo del pie descalzo rozaba la alfombra mientras el hombre jadeante parecía bailar con ella. Le había soltado la garganta, y la cabeza cayó hacia atrás y quedó apoyada en el brazo doblado. Con la nariz y la boca le acariciaba el cuello mientras se movía adelante y atrás con la mujer en brazos. Los brazos de Rooie le colgaban a los lados y los dedos le rozaban los muslos desnudos. Con una suavidad extrema, como si pusiera el máximo cuidado para no despertar a una niña dormida, el hombre topo volvió a tenderla en la cama y se arrodilló una vez más junto a ella
Ruth no pudo evitar la sensación de que los ojos desmesuradamente abiertos de la prostituta miraban la estrecha fisura en la cortina del ropero, recriminándole que no hubiera hecho nada. Tampoco al asesino parecía gustarle la expresión de los ojos de Rooie, pues se los cerró con delicadeza, utilizando el pulgar y el dedo índice. Entonces tomó un pañuelo de papel de la caja que estaba sobre la mesilla de noche y, con el pañuelo como una barrera protectora entre sí mismo y alguna enfermedad imaginaria, introdujo la lengua de la prostituta dentro de la boca
La boca de Rooie no se cerraba, lo cual era un problema. Los labios habían permanecido abiertos y el mentón estaba caído sobre el pecho. Jadeando, el hombre movió con impaciencia la cara de Rooie a un lado, apoyándole el mentón en la almohada. Era evidente que la falta de naturalidad de la pose que había adoptado la mujer le irritaba. Exhaló un suspiro breve e irritado, seguido por un resuello agudo y desapacible, y después trató de ocuparse de los miembros desmadejados de Rooie, pero no consiguió doblarla para que quedara en la posición que él deseaba. Cuando no era un brazo que se deslizaba por un lado, era una pierna que caía por el otro. En un momento determinado, el hombre topo se exasperó tanto que clavó los dientes en el hombro desnudo de Rooie. Le desgarró la piel, pero la mujer sangró muy poco, pues su corazón ya se había detenido
Ruth contuvo la respiración, y poco después se dio cuenta de que no debería haberlo hecho. Cuando el aire le faltaba, tuvo que aspirar a fondo, casi resollando. Por la manera en que el asesino se puso rígido, Ruth tuvo la seguridad de que la había oído. El hombre, que trataba de colocar a Rooie en la postura más deseable, se detuvo, y también dejó de jadear. Contuvo la respiración a su vez y aguzó el oído. Aunque Ruth llevaba varios días sin toser, ahora la tos amenazaba con volver. Notaba un cosquilleo revelador en el fondo de la garganta
El hombre topo se levantó lentamente y examinó todos los espejos de la habitación roja. Ruth sabía muy bien lo que el asesino creía haber oído: el ruido de alguien que no quiere hacer ruido…, eso era lo que había oído. Y así, el asesino retuvo el aliento, dejó de jadear y miró a su alrededor. Por la manera en que arrugaba la nariz, a Ruth le pareció que el hombre topo también estaba husmeando, a fin de dar con ella gracias al olfato
Ruth se dijo que, si no le miraba, se calmaría. Desvió los ojos del hombre y miró el espejo frente al ropero. Procuró verse en la estrecha ranura divisoria de la cortina. Distinguió sus zapatos entre los demás pares con las puntas hacia fuera bajo la cortina. Al cabo de un rato, Ruth vio el dobladillo de sus tejanos azules. Si miraba con suficiente atención, veía sus pies en un par de aquellos zapatos, y los tobillos, las canillas…
El asesino fue presa de un repentino acceso de tos, y produjo un terrible sonido de succión que le sacudía todo el cuerpo. Cuando el hombre topo dejó de toser, Ruth había recuperado el dominio de su respiración
El secreto de la inmovilidad absoluta es una concentración absoluta. Recordaba que, cuando era niña, Eddie O'Hare le había dicho: "Durante el resto de tu vida, si alguna vez tienes que ser valiente, sólo has de mirarte la cicatriz". Pero Ruth no podía mirarse el dedo índice sin mover al mismo tiempo la cabeza o la mano. En vez de hacer eso, se concentró en Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido. De todos los relatos de su padre, que ella se sabía sin excepción de memoria, aquél era el que conocía mejor. Y en ese cuento aparecía un hombre topo
"Imagínate un topo cuyo tamaño es dos veces el de un niño, pero de la mitad del tamaño que tienen la mayoría de los adultos. Caminaba erguido, como un hombre, por lo que le llamaban el hombre topo. Llevaba unos pantalones abolsados que le ocultaban la cola y usaba unas viejas zapatillas de tenis que le ayudaban a ser rápido y silencioso."
En la primera ilustración aparecen Ruth y su padre ante la puerta de la casa de Sagaponack. Están a punto de entrar en el vestíbulo, iluminado por el sol. Ruth y su madre, que se dan la mano, ni siquiera miran el perchero del rincón. Ahí, de pie y parcialmente oculto, está el gran topo
"El hombre topo se dedicaba a cazar niñitas. Le gustaba atraparlas y llevárselas a su escondrijo bajo tierra, donde las tenía una o dos semanas. A las niñas no les gustaba estar allí. Cuando por fin el hombre topo las dejaba en libertad, tenían tierra en las orejas y los ojos, y debían lavarse el pelo a diario durante diez días antes de que dejase de oler a lombriz de tierra."
La segunda ilustración es un primer plano intermedio del hombre topo oculto detrás de la lámpara de pie del comedor, mientras Ruth y su padre cenan. La cabeza del hombre topo es curva, sus lados se unen en un punto, como una pala, y carece de orejas. Los ojos, pequeños, meros vestigios, no son más que unas sutiles hendiduras en su cara peluda. Los cinco dedos con anchas garras de las patas delanteras les dan a éstas un aspecto de canaletes. El hocico, como el de un topo de hocico estrellado, está formado por veintidós órganos del tacto rosados en forma de tentáculos. (El rosa del hocico estrellado del hombre topo es el único color, aparte del marrón o el negro, que aparece en todos los dibujos de Ted Cole.)
"El hombre topo era ciego y tenía las orejas tan pequeñas que estaban encajadas dentro de la cabeza. No podía ver a las niñitas, y apenas las oía, pero podía olerlas con el hocico estrellado, sobre todo cuando estaban solas. Y su pelaje era aterciopelado y se podía cepillar en todas las direcciones sin que ofreciera resistencia. Si una niñita se le acercaba demasiado, no podía evitar tocarle el pelaje. Y entonces, claro, el hombre topo sabía que la pequeña estaba allí