Los detalles de la habitación de Rooie, desde el punto de vista íntimo del ropero, permanecerían en su memoria durante mucho más tiempo del que la novelista necesitaría para captar la atmósfera apropiada del lugar de trabajo de una prostituta. Los detalles de la habitación de Rooie se mantendrían tan cerca de Ruth como el hombre topo acurrucado en el saledizo, al otro lado de la ventana de su cuarto infantil, el hocico estrellado pegado al vidrio. El horror y el miedo que le producían los relatos infantiles de su padre habían cobrado vida en una forma adulta
– Vaya, ahí lo tienes…, tu eterno admirador -le dijo Maarten al ver que Wim Jongbloed aguardaba en la parada de taxis del Kattengat
– Qué pesadez -replicó Ruth con un deje de fatiga, aunque pensaba que nunca se había alegrado tanto de ver a alguien. Sabía lo que deseaba decir a la policía, pero no podía decírselo en holandés. Wim lo haría por ella. Se trataba tan sólo de hacer que aquel joven bobo creyera que estaba haciendo otra cosa. Cuando les dio a Maarten y Sylvia sendos besos y les deseó buenas noches, no le pasó inadvertida la mirada inquisitiva de Sylvia
– No -le susurró Ruth-, no voy a acostarme con él
Pero el enamorado muchacho que la estaba esperando tenía sus propias expectativas. También había traído un poco de marihuana. ¿Creía Wim de veras que iba a seducirla drogándola primero? Desde luego, Ruth logró que él se drogara. Entonces no fue difícil hacerle reír
– Hablas de una manera divertida -le dijo-. Anda, dime algo en holandés, cualquier cosa
Cada vez que el muchacho hablaba, Ruth trataba de repetir lo que había dicho. Era así de sencillo. Wim le comentó que su pronunciación le parecía histérica
– ¿Cómo se dice "el perro se comió eso"? -le preguntó. Y le planteó una serie de frases antes de pasar a la que le interesaba-. "Es un hombre calvo, de cara tersa, el cuerpo sin rasgos destacables, no muy grueso." Apuesto a que no puedes decirlo con tanta rapidez -le dijo. Entonces Ruth le pidió que lo escribiera, a fin de que ella pudiera pronunciarlo
– ¿Cómo se dice "no hace el amor"? -preguntó Ruth al chico-. Ya sabes, como tú -añadió
Wim estaba tan drogado que incluso eso le hizo reír, pero le tradujo la frase y puso por escrito todo cuanto ella le pidió. Ruth le decía una y otra vez que escribiera las palabras con claridad
Aún creía que iba a acostarse con ella más tarde. Pero Ruth había obtenido lo que necesitaba. Cuando fue al lavabo y buscó en el bolso el abrillantador de labios, encontró un tubo de revestimiento de positivos Polaroid, que al parecer había recogido, por error, del suelo en la habitación de Rooie. En la penumbra de la estancia, Ruth creyó que se le había caído del bolso, pero en realidad cayó del maletín del asesino. El objeto tenía las huellas dactilares de éste y las suyas, pero ¿qué importaban las de Ruth? El tubo de revestimiento era la única prueba auténtica procedente de la habitación de Rooie, y como tal debía entregársela a la policía. Salió del baño y engatusó a Wim para que encendiera otro porro, que ella sólo fingió fumar
– "El asesino dejó caer esto" -le dijo entonces-. Dime esta frase y escríbemela
Una llamada telefónica de Allan la libró de tener que hacer el amor con Wim o de soportar que volviera a masturbarse a su lado. El chico comprendió que Allan era alguien importante
– Te añoro más que nunca -le dijo Ruth sinceramente a Allan-. Deberíamos habernos acostado antes de marcharme. Quiero hacer el amor contigo en cuanto regrese… Volveré pasado mañana, ¿sabes? Irás a recibirme al aeropuerto, ¿verdad?
Wim, incluso drogado, captó el mensaje. El muchacho miró a su alrededor como si en aquella habitación hubiera extraviado la mitad de su vida. Ruth aún estaba hablando con Allan cuando Wim se marchó. Podría haber hecho una escena, pero no era mal chico, tan sólo un joven vulgar y corriente. El único gesto de enojo que hizo al marcharse fue sacarse un condón del bolsillo y arrojarlo sobre la cama, al lado de Ruth, mientras ella seguía hablando con Allan. Era uno de esos preservativos aromatizados, en este caso con aroma a plátano. Ruth se lo regalaría a Allan, diciéndole que era un pequeño recuerdo del barrio chino de Amsterdam. (Ya sabía que no iba a hablarle de Wim ni de Rooie.)
La novelista se sentó para pasar a limpio lo que Wim había escrito, un mensaje de ideas ordenadas, escrito de su puño y letra, y en letras mayúsculas. Trazó cada letra de la lengua extranjera con el máximo cuidado, pues no quería cometer ningún error. Sin duda la policía llegaría a la conclusión de que había sido testigo del asesinato de Rooie, pero no quería que supieran que la testigo no era holandesa. Así podrían suponer que se trataba de otra prostituta, tal vez una de las vecinas de Rooie en la Bergstraat
Ruth tenía un sobre de papel manila, tamaño folio, que Maarten le había dado, con el itinerario de su viaje en el interior. Introdujo las notas para la policía en el sobre, junto con el tubo de revestimiento Polaroid. Sólo tocó el tubo por los extremos, sujetándolo con el pulgar y el índice. Había tocado el cuerpo del tubo al recogerlo de la alfombra, pero confiaba en no haber echado a perder las huellas del asesino
A falta del nombre de algún policía, supuso que bastaría con dirigir el sobre a la comisaría de Warmoesstraat, 48. Por la mañana, antes de escribir nada en el sobre, bajó al vestíbulo del hotel y pidió el franqueo correcto en la recepción. Entonces salió a comprar los periódicos de la mañana
El suceso aparecía en la primera plana de por lo menos dos periódicos de Amsterdam. Ruth compró el periódico que publicaba una foto bajo el titular. Era una foto de la Bergstraat de noche, no muy nítida. La policía había acordonado la acera delante de la puerta de Rooie. Detrás de la barrera, un hombre que parecía un agente de paisano hablaba con dos mujeres con aspecto de prostitutas
Ruth reconoció al policía. Era el hombre macizo con sucias zapatillas deportivas y una chaqueta parecida a la prenda para calentamiento que utilizan los jugadores de béisbol. En la imagen daba la sensación de estar bien afeitado, pero Ruth no tenía duda alguna de que se trataba del mismo hombre que la había seguido durante un rato en De Wallen. Estaba claro que su ronda se centraba en la Bergstraat y el barrio chino
El titular decía: MOORD IN DE BERGSTRAAT
Ruth no necesitaba saber holandés para entenderlo. En la noticia no mencionaban a "Rooie", el apodo de la prostituta, pero decían que la víctima era Dolores de Ruiter, de cuarenta y ocho años. Sólo aparecía otro nombre, que también figuraba en el pie de foto, y era el del policía, Harry Hoekstra, al que se referían con dos títulos diferentes. En un lugar era un wijkagent y en otro un hoofdagent. Ruth decidió retrasar el envío del sobre hasta que hubiera consultado con Maarten y Sylvia sobre la noticia del periódico
Guardó el artículo en el bolso y se fue a comer. Sería su última comida con sus editores antes de partir de Amsterdam, y había ensayado cómo abordaría con naturalidad el asunto de la prostituta asesinada: "¿Es ésta una noticia sobre lo que creo que es? He paseado por esa calle"
Pero no tuvo necesidad de sacar el tema a colación, pues Maarten ya había leído la noticia y traía consigo el recorte del periódico
– ¿Has visto esto? ¿Sabes lo que es?
Ruth fingió que lo ignoraba, y sus amigos le contaron todos los detalles
La novelista ya había supuesto que la joven prostituta que usaba la habitación de Rooie por la noche, la muchacha con un top de cuero a quien había visto tras el escaparate, habría descubierto el cadáver. El único elemento sorprendente de la noticia era que no mencionaba a la hija de Rooie
– ¿Qué es un wijkagent? -preguntó Ruth a Maarten.
– El policía que hace la ronda, el oficial de distrito.
– Entonces, ¿qué es un hoofdagent?