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– Ése es su rango -respondió Maarten-. Es un oficial de policía veterano…, no exactamente lo que vosotros llamáis un sargento

Al día siguiente, en el vuelo de última hora de la mañana, Ruth Cole partió de Amsterdam rumbo a Nueva York. Primero pidió al taxista que la conducía al aeropuerto que la llevara a la estafeta de correos más cercana, y allí envió el sobre a Harry Hoekstra, que era casi un sargento de la policía de Amsterdam, destinado en el segundo distrito. Tal vez Ruth se hubiera llevado una sorpresa de haber conocido el lema del segundo distrito, inscrito en latín en los llaveros de los oficiales de policía

ERRARE HUMANUM EST SIS

Ruth Cole sabía que errar es humano. Su mensaje, junto con el tubo de revestimiento Polaroid, le diría a Harry Hoekstra mucho más de lo que ella había querido decir. El mensaje, en un holandés escrito con esmero, decía lo siguiente:

i. De moordenaar liet dit vallen. [El asesino dejó caer esto.]

2. Hij is kaal, met een glad gezicht, een eivormig hoofd en een onopvallend lichaam, niet erg groot [Es un hombre calvo, de rostro lampiño, con la cabeza en forma de huevo y el cuerpo sin rasgos destacables, no muy corpulento.]

3. Hij spreekt Engels met, denk ik, een Duits accent. [Habla inglés, creo que con acento alemán.]

4. Hij heeft geen seks. Hij neemt één foto chaam nadat hij het lichaam heeft neergelegd [No realiza el acto sexual. Toma una foto del cuerpo después de haberlo colocado en cierta postura.]

5. Hij loenst, zijn ogen bijna belemaal dichtgeknepen. Hij ziet eruit als een mol. Hij piept als hij ademhaalt. Astma misschien. [Es estrábico y cierra los ojos casi del todo. Parece un topo. Jadea. Tal vez asma…]

6. Hij werkt voor SAS. De Scandinavische luchtvaartmaatschappij? Hij heeff iets te maken met beveiliging

[Trabaja para SAS. ¿La línea aérea escandinava? Tiene algo que ver con seguridad.]

Este texto, junto con el tubo de revestimiento Polaroid, fue la declaración completa que, como testigo ocular del crimen, ofreció Ruth. Tal vez le habría preocupado el comentario que, más o menos al cabo de una semana, hizo Harry Hoekstra a un colega de la comisaría de la Warmoesstraat

Harry no era un detective. Más de media docena de detectives estaban ya buscando al asesino de Rooie. Harry Hoekstra sólo era un policía callejero, pero el barrio chino y los alrededores de la Bergstraat eran su zona de ronda desde hacía más de treinta años. Nadie en De Wallen conocía a las prostitutas y su mundo mejor que él. Además, el texto del testigo presencial iba dirigido a su nombre. Al principio había parecido plausible suponer que el testigo era alguien que conocía a Harry, con toda probabilidad una prostituta

Sin embargo, Harry Hoekstra nunca suponía nada. Harry tenía su propia manera de hacer las cosas. El trabajo de los detectives consistía en dar con el asesino, y habían dejado a Harry la cuestión secundaria del testigo. Cuando le preguntaban si avanzaba en las investigaciones relativas al asesinato de la prostituta, si estaba más cerca de encontrar al criminal, el casi sargento Hoekstra replicaba:

– El asesino no es asunto mío. Estoy buscando al testigo

SSeguida hasta su casa desde El Circo de la Comida Voladora

Si uno es escritor, se encuentra con el problema de que, cuando uno intenta dejar de pensar en la novela que tiene entre manos, la imaginación sigue en movimiento, es imposible detenerla

Así pues, Ruth Cole se acomodó en el avión que la trasladaría desde Amsterdam a Nueva York y, sin proponérselo, empezó a esbozar las frases iniciales. "Supongo que debo por lo menos una palabra de agradecimiento al último novio que me salió rana." O tal vez: "A pesar de lo detestable que era, le estoy agradecida a mi último novio granuja". Y así sucesivamente, mientras el piloto decía algo sobre la costa irlandesa a través del sistema de megafonía

Le habría gustado permanecer algún tiempo más por encima de la tierra. Sólo con el Atlántico por debajo de ella, Ruth descubrió que si dejaba de pensar en su nuevo libro, incluso durante un minuto, su imaginación la sumía en un territorio más inhóspito, a saber, ¿qué le sucedería a la hija de Rooie? La huérfana podía ser tanto una pequeña de siete u ocho años como una joven de la edad de Wim, o incluso mayor… ¡pero no debía de ser tan mayor si Rooie aún iba a buscarla cuando salía de la escuela!

¿Quién cuidaría de ella ahora? La hija de la prostituta… Esa idea ocupaba la imaginación de la novelista como el título de una novela que desearía haber escrito

A fin de no seguir obsesionándose, buscó en su bolsa de mano algo que leer. Se había olvidado de los libros que viajaron con ella desde Nueva York a Sagaponack y luego a Europa. Ya había leído bastante, por el momento, de La vida de Graham Greene y, dadas las circunstancias, no soportaría la relectura de la novela Sesenta veces, de Eddie O'Hare. (Sólo las escenas de masturbación le resultarían ya insufribles.) En lugar de esas obras, inició de nuevo la lectura de la novela policíaca canadiense que Eddie le había dado. Al fin y al cabo, ¿no le había dicho Eddie que aquel libro era una "buena lectura para el avión"?

Una vez más, la rebuscada vaguedad de la fotografía de la autora irritó a Ruth. No menos molesta era la circunstancia de que el nombre de la autora, Alice Somerset, fuese un seudónimo. Ese nombre no significaba nada para Ruth, pero si Ted Cole lo hubiera visto en la sobrecubierta de un libro, habría examinado el ejemplar, lo mismo que la foto de la autora, por poco nítida que fuese, con suma atención

El apellido de soltera de Marion era Somerset, y la madre de Marion se llamaba Alice. La señora Somerset se opuso al matrimonio de su hija con Ted Cole. Marion siempre había lamentado la desavenencia con su madre, pero no hubo manera de ponerle fin. Y entonces, poco antes del fatal accidente de Thomas y Timothy, su madre murió. El padre falleció poco después, también antes de que murieran los queridos hijos de Marion

Lo único que decía el texto biográfico en la solapa posterior de la sobrecubierta del libro era que la autora había emigrado a Canadá desde Estados Unidos a fines de los años cincuenta y que, durante la época de la guerra de Vietnam, trabajó como asesora de jóvenes norteamericanos que acudían a Canadá para librarse del reclutamiento. "Aunque difícilmente lo consideraría su primer libro -decía aquel texto-, se rumorea que la señora Somerset colaboró en la redacción del inapreciable Manual para los inmigrantes en edad de quintas que se instalan en Canadá."

Todo aquello desanimaba a Ruth: el evasivo texto de la solapa, la furtiva foto de la autora, el amanerado seudónimo, por no mencionar el título. Seguida hasta su casa desde El Circo de la Comida Voladora le parecía a Ruth el título de una canción de country-western, una canción que nunca hubiera querido escuchar

No podía saber que El Circo de la Comida Voladora fue un popular restaurante de Toronto a finales de los años setenta, ni que su madre había trabajado allí como camarera. En realidad, para Marion, quien por entonces estaba al final de la cincuentena, ser la única camarera del restaurante entrada en años fue todo un triunfo. (La figura de Marion todavía conservaba su esbeltez, hasta el punto de que no desentonaba entre sus juveniles compañeras.)

Ruth tampoco podía haber sabido que la primera novela de su madre, que no se había publicado en Estados Unidos, había tenido un éxito modesto en Canadá. Seguida hasta su casa desde El Circo de la Comida Voladora se había publicado también en Inglaterra. Además, esa novela y las dos siguientes de Alice Somerset se habían editado con gran éxito en lenguas extranjeras. (Las traducciones alemana y francesa, sobre todo, de las que se habían vendido más ejemplares que de la edición inglesa.)

Pero Ruth tendría que leer el primer capítulo de Seguida hasta su casa desde El Circo de la Comida Voladora antes de darse cuenta de que Alice Somerset era el seudónimo de Marion Cole, su madre, escritora de éxito modesto

Capítulo primero

Una dependienta, que también trabajaba de camarera, fue hallada muerta en su piso de Jarvis, al sur de Gerrard. Era una vivienda apropiada a sus medios, pero gracias a que la compartía con otras dos dependientas. Las tres vendían sostenes en Eaton's