Las fotografías de cada caso se archivaban, los niños desaparecidos y pendientes de encontrar crecían, en el caso hipotético de que siguieran vivos; así pues, sus últimas fotografías disponibles dejaban de ser fidedignas y Margaret tenía que revisar mentalmente su aspecto. De este modo aprendió que, para tener éxito en la sección de personas desaparecidas, se necesitaba una buena imaginación. Las fotografías de los niños desaparecidos eran importantes, pero se trataba tan sólo de los primeros borradores, eran imágenes de unos niños sometidos a cambios constantes. La capacidad que el sargento compartía con los padres de los niños desaparecidos era un don realmente especial pero torturante: el de ver imaginariamente el aspecto que tendría un niño de seis años a los diez o doce, o cómo sería el adolescente cuando fuese veinteañero. Era "torturante" porque imaginar más crecido o incluso adulto del todo a tu hijo desaparecido es una de las cosas más dolorosas que suelen hacer los padres de esos niños. Los padres no pueden evitar hacer eso, pero la sargento McDermid descubrió que ella también tenía que hacerlo
Si por un lado ese don le era de gran utilidad en su tarea, por otro resultaba una carga en su vida. Los niños a los que no podía encontrar se convertían en sus hijos. Cuando la sección de personas desaparecidas archivaba el caso, se llevaba las fotos a casa
Dos chicos, en particular, la obsesionaban, dos estadounidenses que habían desaparecido durante la guerra de Vietnam. Sus padres creían que habían huido a Canadá en 1968, probablemente cuando era más intenso el flujo de "resistentes a la guerra de Vietnam", como les llamaban, que cruzaban la frontera. Por entonces los muchachos tendrían quince y diecisiete años. Al segundo le faltaba sólo un año para que le llamaran a quintas, pero una prórroga por estudios le habría mantenido a salvo por lo menos durante otros cuatro años. Su hermano menor había huido con él, pues los dos siempre habían sido inseparables
Lo más probable era que la huida del muchacho mayor enmascarase una profunda desilusión a causa del divorcio de sus padres. Para la sargento McDermid, ambos chicos eran más víctima del odio que existía entre sus padres que de la guerra de Vietnam
Fuera como fuese, el caso de los dos chicos ya no era objeto de investigación activa en la sección de personas desaparecidas. ¡Si los dos siguieran con vida, a aquellas alturas habrían llegado a la treintena! No obstante, ni sus padres ni Margaret habían "retirado" el caso
El padre, que se consideraba "bastante realista", había proporcionado al departamento los registros dentales de los chicos. La madre había enviado las fotografías que la sargento McDermid se llevó a casa
Margaret era soltera y había rebasado la edad fértil, lo cual sin duda contribuía a su obsesión por los guapos chicos que veía en aquellas fotos y por lo que podría haber sido de ellos. Si estaban vivos, ¿dónde se encontraban? ¿Qué aspecto tenían? ¿Qué mujeres les habrían amado? ¿Qué hijos podrían haber engendrado? ¿Cómo serían sus vidas? Si aún vivían…
Al principio Margaret tenía en el cuarto de estar de su piso, que hacía las veces de comedor, el tablero de anuncios en el que clavó con chinchetas las fotos de los muchachos, pero de vez en cuando provocaba los comentarios de las personas a las que invitaba a cenar, y optó por llevarse el tablero de anuncios a su dormitorio, donde nadie, excepto ella, vería las fotos
La sargento McDermid tenía casi sesenta años, aunque aún podía mentir con éxito acerca de su edad. Dentro de pocos años estaría tan retirada como el caso de los jóvenes norteamericanos desaparecidos. Entretanto, había rebasado con creces la edad en que podría invitar a alguien a su dormitorio, donde el tablero de anuncios con las fotos de los chicos desaparecidos era el objeto más visible desde la cama.
Había ocasiones, sobre todo en las noches de insomnio, en que lamentaba cambiar las numerosas imágenes de aquellos jóvenes con los que estaba tan encariñada. Y la madre, alternativamente ansiosa y afligida, seguía enviándole fotografías, con comentarios de este estilo: "Sé bien que ya no tienen este aspecto, pero hay algo en la personalidad de William que se refleja en esta foto". (William era el mayor de los dos chicos.) O bien escribía: "En esta foto no se les ve las caras con claridad… Bueno, ya sé que no se les ve en absoluto, pero la evidente picardía de Henry podría serle útil en su investigación"
En la foto a que se refería esa nota aparecía ella misma, la madre de los dos desaparecidos, cuando era una mujer joven y atractiva. Está acostada, en una habitación de hotel. La joven madre sonríe, tal vez se ríe, y sus dos hijos están en la cama con ella, pero ocultos bajo las mantas. Lo único que se ve de ellos son los pies descalzos. "¡Cree que puedo identificarlos por los pies!", se dijo Margaret, desalentada. Sin embargo, no podía dejar de mirar la fotografía
Había otra de William cuando era pequeño, jugando a médicos con su hermano, cuya rodilla examinaba. Y otra donde los muchachos, cuando tenían unos cinco y siete años, respectivamente, trataban de sacar el caparazón de unas langostas, William con cierta destreza y ahínco, mientras que a Henry la tarea le parecía horrenda y más allá de sus capacidades. (Para su madre, esto también demostraba las diferentes personalidades de los chicos.)
Pero la mejor fotografía, tomada cerca de la época de su desaparición, era tras un partido de hockey, al parecer en la escuela de los chicos. William es más alto que su madre y sujeta entre los dientes un disco de hockey, mientras que la estatura de Henry todavía es inferior a la de su madre. Los dos muchachos visten el equipo de deporte, pero han cambiado los patines por zapatillas de baloncesto
Esa foto se había hecho popular entre los colegas de Margaret en la sección de personas desaparecidas (cuando el caso estaba todavía abierto), no sólo porque la madre era guapa sino también porque los chicos, enfundados en los uniformes de hockey, parecían muy canadienses. No obstante, para Margaret había algo claramente estadounidense en los chicos desaparecidos, una especie de presuntuosa combinación de picardía y optimismo a toda prueba, como si cada uno de ellos pensara que su opinión sería siempre inalterable, que su coche nunca se encontraría en el carril erróneo
Pero sólo cuando no podía conciliar el sueño, o cuando contemplaba esas fotografías con excesiva frecuencia y durante demasiado tiempo, la sargento McDermid lamentaba abandonar la sección de personas desaparecidas. En la época en que buscaba al asesino de la joven camarera vestida con la camiseta de la hamburguesa voladora, nada alteraba el sueño de Margaret. Sin embargo, no habían encontrado a ese asesino ni a los muchachos norteamericanos desaparecidos
Cuando Margaret se encontraba con Michael Cahill, que seguía en homicidios, era natural que, como colegas, se preguntaran mutuamente en qué estaban trabajando. Si tenían entre manos casos en los que no iban a ninguna parte, casos que, desde el principio, estaban marcados con un sello invisible que decía "sin resolver", expresaban su frustración de la misma manera:
– Estoy trabajando en uno de esos casos de seguimiento a casa desde El Circo de la Comida Voladora
Personas desaparecidas
Ruth podía haber abandonado la lectura en ese punto, al final del primer capítulo. No tenía ninguna duda de que Alice Somerset y Marion eran la misma persona. Las fotografías que describía la escritora canadiense no podían ser una coincidencia, por no mencionar el efecto de las imágenes en la obsesionada detective de la sección de personas desaparecidas
Que su madre se ocupara todavía de las fotos de sus hijos desaparecidos no sorprendía en absoluto a Ruth, como tampoco que a Marion le obsesionara esa otra cuestión, la del aspecto que habrían tenido Thomas y Timothy si hubieran llegado a adultos y cómo habrían sido sus vidas. Lo que sorprendió a Ruth, tras la conmoción inicial que le produjo haber corroborado la existencia de su madre, era que ésta hubiera sido capaz de escribir indirectamente sobre lo que más la obsesionaba. Es decir, saber que su madre escribía, aunque no fuese una buena escritora, constituyó la mayor sorpresa para Ruth
Tenía que seguir leyendo. A lo largo de la obra aparecerían sin duda más fotografías, y Ruth podría recordar cada una de ellas. La novela sólo era fiel al género policíaco en el hecho de que finalmente exponía un solo caso de personas desaparecidas hasta su solución: el rescate, sanas y salvas, de dos hermanas de corta edad, cuyo secuestrador no es un monstruo sexual ni un pederasta, como el lector teme al principio, sino algo menos terrible: un padre enajenado y marido divorciado