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Antes de abandonar Exeter, Eddie había hojeado las páginas del anuario de 1953 en busca de las fotos de Thomas y Timothy Cole. Aquél era el último anuario en el que aparecían. Lo que vio allí le intimidó mucho. Aquellos chicos no habían pertenecido a un solo club sino que Thomas figuraba en los equipos juveniles de fútbol y hockey, y Timothy, a poca distancia de su hermano, aparecía en las fotos de los equipos cadetes de fútbol y hockey. El hecho de que supieran dar puntapiés al balón y patinar no era lo que había intimidado a Eddie, sino la gran cantidad de instantáneas, a lo largo del anuario, en las que aparecían los muchachos: estaban en las numerosas fotografías reveladoras que contiene un anuario, en todas las fotos en que los alumnos evidencian que se están divirtiendo. Thomas y Timothy siempre daban la impresión de que se lo pasaban en grande. Eddie se dio cuenta de que habían sido felices

Luchando con un montón de chicos en el "cuarto de las colillas" de la residencia (el salón de fumadores), haciendo el payaso con unas muletas, posando con palas quitanieves o jugando a las cartas, Thomas a menudo con un cigarrillo colgando de la comisura de su bonita boca. Y en el baile de fin de semana que organizaba la escuela, los hermanos Cole aparecían al lado de las chicas más guapas. En una foto, Timothy no bailaba sino que abrazaba a su pareja; en otra, Thomas besaba a una chica: estaban al aire libre, un día frío, con nieve, ambos con abrigos de pelo de camello, y Thomas atraía hacia sí a la chica tirando de la bufanda que ella llevaba alrededor del cuello. ¡Aquellos muchachos habían sido muy populares! (Y entonces se habían muerto.)

El transbordador pasó ante lo que parecía un astillero; algunas embarcaciones estaban en un dique seco y otras flotaban en el agua. Mientras el buque se alejaba de tierra, dejó atrás uno o dos faros. Mar adentro disminuyeron los veleros. El día había sido cálido y calinoso en tierra, incluso a primera hora de la mañana, cuando Eddie salió de Exeter, pero, en el mar, el viento del nordeste era frío y las nubes dejaban ver el sol y lo ocultaban a intervalos

En la cubierta superior, todavía cargado con la pesada bolsa de lona y la maleta más pequeña y ligera, por no, mencionar el regalo para la niña ya estropeado, Eddie reorganizó el equipaje. El envoltorio del regalo se estropearía aún más cuando lo metiera en el fondo de la bolsa, pero por lo menos no tendría que llevarlo bajo el mentón. Además, debía abrigarse los pies: se había puesto los zapatos sin calcetines, y ahora tenía los pies fríos. También sacó una sudadera para ponérsela sobre la camisa. Sólo entonces, aquel primer día fuera de la escuela, se dio cuenta de que tanto la camiseta como la sudadera llevaban estampado el nombre de "Exeter". Azorado por lo que le parecía una publicidad desvergonzada de su reverenciado centro docente, Eddie se puso la sudadera del revés. Ahora comprendía por qué algunos alumnos mayores tenían la costumbre de llevar las sudaderas del revés. La comprensión recién adquirida de esa distinguida moda le indicó que estaba preparado para encontrarse con el llamado mundo real, siempre que existiera realmente un mundo real donde lo mejor que podrían hacer los exonianos sería dejar atrás sus experiencias de Exeter (o volverlas del revés)

El hecho de llevar tejanos, en vez de los pantalones caqui que su madre le había aconsejado, pues los consideraba más "apropiados", le infundía ánimos. No obstante, aunque Ted Cole había escrito a Minty diciéndole que no hacía falta que el chico llevara consigo chaqueta y corbata, pues el trabajo veraniego de Eddie no requería lo que Ted llama el "uniforme de Exeter", su padre había insistido en que llevara un par de camisas de vestir, corbatas y lo que Minty llamaba una chaqueta deportiva "para todo uso"

Al abrir la bolsa para guardar el regalo, Eddie reparó en el grueso sobre que su padre le había dado sin ninguna explicación, algo extraño de por sí, pues su padre solía explicárselo todo. El sobre tenía estampada en relieve la dirección del centro Phillips de Exeter y el apellido O'Hare escrito con la pulcra caligrafía de su padre. Contenía los nombres y direcciones de todos los exonianos que vivían en los Hamptons. Ésa era la idea que tenía el señor O'Hare de lo que significaba estar preparado para una emergencia: ¡uno siempre podía solicitar ayuda a un ex alumno de Exeter! A Eddie le bastó dar un vistazo para cerciorarse de que no conocía a ninguna de aquellas personas. Había seis nombres con direcciones de Southampton, la mayoría ex alumnos que se habían graduado en los años treinta y cuarenta. Un viejo, que se había graduado en el curso de1919, sin duda estaba jubilado y probablemente era demasiado anciano para recordar que había estudiado en Exeter. (En realidad, el hombre sólo tenía cincuenta y siete años.)

Había otros tres o cuatro exonianos en East Hampton, sólo un par en Bridgehampton y Sag Harbor, y uno o dos más en Amagansett, Water Mill y Sagaponack… Eddie sabía que los Cole vivían en esta última localidad. Estaba pasmado. ¿Acaso su padre no le conocía? A Eddie jamás se le habría ocurrido recurrir a aquellos desconocidos aunque se encontrara en el mayor apuro. ¡Exonianos!, estuvo a punto de exclamar

Eddie conocía a muchas familias de profesores en Exeter. En su mayoría, y pese a que nunca daban por sentadas las cualidades del centro, no exageraban más allá de lo razonable lo que significaba ser exoniano. Parecía muy injusto que, de improviso, su padre le provocara la sensación de que odiaba a Exeter. En realidad, el muchacho sabía que era afortunado por estudiar en aquella escuela. Dudaba de que hubiera podido cumplir con los requisitos de ingreso en el centro de no haber sido hijo de un profesor, y se sentía bastante bien adaptado entre sus compañeros…, todo lo adaptado que puede estar, en una escuela masculina, cualquier chico indiferente a los deportes. Y además, dado el terror que le inspiraban a Eddie las chicas de su edad, le satisfacía estudiar en una escuela masculina

Por ejemplo, cuando se masturbaba hacía uso cuidadoso de las toallas, que luego lavaba y colgaba en su lugar en el baño familiar. Tampoco arrugaba jamás las páginas de los catálogos de venta por correo de su madre, catálogos cuyos diversos modelos de ropa interior femenina le proporcionaban todo el estímulo visual que necesitaba. (Las imágenes que más le excitaban eran las de mujeres maduras con faja.) Sin los catálogos, también se había masturbado briosamente en la oscuridad: le parecía notar en la punta de la lengua el sabor salobre de las velludas axilas de la señora Havelock, y las mullidas y ondulantes almohadas en las que descansaba la cabeza y le inducían al sueño eran los pesados senos de la mujer, con quien soñaba a menudo. (Sin duda la señora Havelock había prestado ese valioso servicio a innumerables exonianos que pasaron por la escuela cuando ella estaba en la flor de la vida.)

Pero ¿en qué sentido era la señora Cole una zombi? Eddie miraba al conductor del camión de almejas, quien se estaba comiendo un bocadillo de frankfurt regado con cerveza. Aunque el chico tenía hambre, pues no había comido nada desde el desayuno, debido a la ligera oscilación lateral del barco y al olor del combustible no le apetecía ingerir ningún alimento o bebida. De vez en cuando, la cubierta se estremecía y todo el barco se balanceaba, y a ello se añadía la circunstancia de que Eddie estaba sentado de cara al viento que acarreaba el humo de la chimenea. Empezó a marearse un poco. Se sintió mejor al deambular por la cubierta, y la mejoría fue definitiva cuando encontró un cubo de basura y aprovechó la ocasión para arrojar allí el sobre que le había dado su padre con los nombres y direcciones de todos los exonianos que vivían en los Hamptons

Entonces Eddie hizo algo que le llevó a sentirse sólo un poco avergonzado de sí mismo. Se dirigió al conductor del camión de almejas, que estaba sentado, haciendo una digestión penosa, y con un aplomo notable le pidió excusas por el comportamiento de su padre. El camionero reprimió un eructo

– No te lo tomes a pecho, chico -le dijo el hombre-. Todos tenemos padres

– Claro -replicó Eddie

– Además, lo más probable es que esté preocupado por ti -filosofó el camionero-. Como no soy ayudante de escritor, eso no me parece nada fácil. No acabo de entender qué es lo que tienes que hacer

– Yo tampoco -le confesó Eddie

– ¿Quieres cerveza? -le ofreció el camionero, pero Eddie rehusó cortésmente. Ahora que se sentía mejor, no quería volver a marearse