Lo que Rooie siempre les decía a las chicas nuevas era que se asegurasen de que el cliente la tenía empalmada. No era ninguna broma
"Si el tipo está en la habitación contigo, quiero decir, en el instante en que pone el pie en la entrada, debe tenerla tiesa. De lo contrario -advertía Rooie a las jóvenes-, lo más seguro es que no vaya allí en busca de sexo. Y nunca cerréis los ojos -les prevenía siempre-. A algunos hombres les gusta que cerréis los ojos. No se os ocurra hacerlo."
En su relación con Natasja no hubo nada desagradable, ni siquiera decepcionante, pero lo que Harry recordaba con más viveza eran sus discusiones acerca de los libros. Natasja había nacido para discutir, algo que a Harry no le hacía ninguna gracia, pero disfrutaba con una novia que leía tanto como él, aunque no fuesen los libros adecuados. Natasja leía ensayos de gentes empeñadas en cambiar el mundo, soñadores de tendencia izquierdista, obras que en su mayor parte eran auténticos panfletos. Harry no creía en la posibilidad de cambiar el mundo y la naturaleza humana. Su trabajo consistía en comprender y aceptar el mundo existente. Le gustaba pensar que tal vez contribuía a dar al mundo un poco más de seguridad
Harry leía novelas porque encontraba en ellas las mejores descripciones de la naturaleza humana. Los novelistas de su gusto nunca insinuaban que la peor conducta humana fuese alterable. Tal vez desaprobaban moralmente a tal o cual personaje, pero como novelistas no se proponían cambiar el mundo. No eran más que narradores, la calidad de cuyos relatos superaba al término medio, y los buenos contaban historias acerca de personajes creíbles. Las novelas que a Harry le encantaban eran relatos sobre personas reales, entrelazados de una forma compleja
No le gustaban las novelas policíacas ni las llamadas de suspense. (O deducía el argumento demasiado pronto, o los personajes eran poco plausibles.) Nunca habría entrado en una librería para pedir que le mostraran los autores clásicos o la producción literaria más reciente, pero acabó leyendo novelas más "clásicas" y más "literarias" que de cualquier otra clase, aunque todas ellas eran novelas con una estructura narrativa bastante convencional
Le parecía bien que un libro fuese divertido, pero si el autor era sólo cómico, o meramente satírico, se sentía defraudado. Le gustaba el realismo social, pero no si el autor carecía por completo de imaginación, o si el relato no era lo bastante complejo para tenerle en vilo acerca de lo que iba a suceder a continuación. (Una novela acerca de una mujer divorciada que pasa un fin de semana en un hotel playero, donde ve al hombre con el que imagina que tiene una aventura pero no llega a tenerla y regresa a su casa sin que le haya sucedido nada…, este tipo de argumento no bastaba para satisfacer al sargento Hoekstra.)
Natasja Frederiks calificaba el gusto literario de Harry como "escapista", ¡pero él creía obstinadamente que era Natasja quien huía del mundo al enfrascarse en aquellos estúpidos ensayos, llenos de ociosos anhelos de cambiarlo!
Entre los novelistas contemporáneos, el preferido del sargento Hoekstra era Ruth Cole. Natasja y Harry habían discutido sobre Ruth Cole más que sobre cualquier otro autor. La abogada que había ofrecido voluntariamente sus servicios a El Hilo Rojo porque, según decía, se "identificaba" con las prostitutas, afirmaba que los relatos de Ruth Cole eran "demasiado extravagantes". La abogada que defendía los derechos de las prostitutas, pero a quien no le permitían hablar en las reuniones de la organización, decía que los argumentos de las novelas de Ruth Cole eran "demasiado inverosímiles". Más aún, a Natasja no le gustaban las tramas literarias. Según ella, el mundo real, ese mundo que con tanto empeño se proponía cambiar, carecía de una trama discernible
– Ruth Cole es más realista que tú -le dijo Harry
Rompieron la relación porque Natasia consideraba a Harry carente de ambición. Ni siquiera quería ser detective, y se conformaba con ser "tan sólo" un agente que hacía la ronda. Era cierto que Harry necesitaba estar en las calles. Cuando no deambulaba por su verdadero despacho al aire libre, no se sentía como un policía
En la misma planta donde Harry tenía su despacho oficial estaba la oficina de los detectives, una sala llena de ordenadores en la que los agentes pasaban mucho tiempo. El mejor amigo de Harry entre los detectives era Nico Jansen. Nico, a quien le gustaba bromear con Harry, solía decirle que el último asesinato de una prostituta en Amsterdam, el de Dolores de Ruiter en su habitación con escaparate de la Bergstraat, lo había resuelto su ordenador de la sala de informática de los detectives, pero Harry sabía que eso no era cierto
Harry sabía que el testigo misterioso era quien realmente había resuelto el asesinato de la prostituta. El análisis que Harry había efectuado del relato de ese testigo presencial y que, a fin de cuentas, había sido dirigido a Harry, fue lo que en última instancia indicó a Nico Jansen qué debía buscar en su tan valorado ordenador
Pero la discusión de los dos hombres fue amigable. El caso se resolvió y, como decía Nico, eso era lo principal. Sin embargo, aquel testigo seguía interesando a Harry, y no le hacía ninguna gracia que se hubiera escabullido. Lo más irritante de todo era que estaba absolutamente seguro de que la había visto, porque el testigo en cuestión era una mujer… ¡La había visto y sin embargo se le había escapado!
El cajón central de la mesa del sargento Hoekstra le animó a hacer algo, pues no contenía nada que éste debiera tirar. Había en él media docena de bolígrafos viejos y algunas llaves que ya no sabía de dónde eran, pero su sustituto podría satisfacer su curiosidad especulando con su posible uso. También había un utensilio que combinaba un abridor de botellas, un sacacorchos (incluso en una comisaría nunca había tales utensilios en número suficiente) y una cucharilla (no demasiado limpia, pero uno siempre podía limpiarla si era necesario). Harry se decía que uno nunca sabe cuándo puede caer enfermo y necesitar la cucharilla para tomar la medicina
Estaba a punto de cerrar el cajón sin tocar su contenido, cuando reparó en un objeto cuya utilidad era incluso más notable: el tirador roto del cajón inferior de la mesa, y sólo Harry sabía hasta qué punto se trataba de una herramienta útil. Encajaba perfectamente en las hendiduras que tenían las suelas de las zapatillas deportivas, y Harry la usaba para raspar caca de perro en caso de que la pisara. Sin embargo, era posible que el sustituto no se percatara del valor que tenía el tirador roto
Harry tomó uno de los bolígrafos, escribió una nota y la dejó en el cajón central antes de cerrarlo. NO ARREGLES EL CAJÓN INFERIOR, CONSERVA EL TIRADOR ROTO. EXCELENTE PARA QUITAR LA MIERDA DE PERRO DE LOS ZAPATOS. HARRY HOEKSTRA
Esta actividad le proporcionó el estímulo necesario para ordenar los tres cajones laterales, empezando por el de arriba. El primero contenía un discurso que escribió pero no llegó a pronunciar ante los miembros de la organización El Hilo Rojo, y se refería a la cuestión de las prostitutas menores de edad. Harry había aceptado a regañadientes la posición tomada por la organización de las prostitutas con respecto a la edad legal para ejercer el oficio. Querían rebajarla de los dieciocho años a los dieciséis
El discurso de Harry empezaba así: "A nadie le gusta la idea de que las menores se dediquen a la prostitución, pero a mí todavía me gusta menos la idea de que trabajen en lugares peligrosos. De todos modos, hay menores que acabarán siendo prostitutas. A muchos propietarios de burdeles no les importa que sus chicas sólo tengan dieciséis años. Lo importante es que esas jóvenes puedan beneficiarse de los mismos servicios sociales y sanitarios que las prostitutas mayores sin temor a que las entreguen a la policía"
No fue cobardía lo que impidió a Harry pronunciar su discurso, pues no hubiera sido la primera vez que contradecía la postura "oficial" de la policía. En realidad detestaba la idea de permitir que chicas de dieciséis años se dedicaran a la prostitución sólo porque no era posible evitarlo. En cuanto a aceptar el mundo real y a determinar con conocimiento de causa la manera de proporcionarle un poco más de seguridad, incluso un realista social como Harry Hoekstra habría admitido que ciertos temas le deprimían