No había pronunciado el discurso porque, a la larga, no habría representado ninguna ayuda práctica para las prostitutas menores de edad, de la misma manera que las reuniones de los jueves por la tarde destinadas a las prostitutas novatas no suponían ninguna ayuda práctica a la mayoría de ellas. Unas asistían a las reuniones y otras no. Estas últimas, con toda probabilidad, desconocían la existencia de tales reuniones, y de haberla conocido no les habría importado lo más mínimo
Harry pensó que tal vez el discurso tendría alguna utilidad práctica para el próximo policía que se sentara a su mesa, por lo que dejó el manuscrito donde estaba
Abrió el segundo cajón lateral y al principio le alarmó ver que estaba vacío. Se quedó mirándolo con la consternación de alguien a quien han robado en la comisaría, pero entonces recordó que el cajón siempre había estado vacío, por lo menos hasta donde alcanzaba su memoria. ¡La misma mesa era un testimonio de lo poco que el sargento Hoekstra la había usado! En realidad, la pretendida "tarea" de vaciarla se centraba por completo en el asunto sin concluir cuyo expediente, desde hacía ya cinco años, el sargento Hoekstra había conservado fielmente en el cajón inferior. En su opinión, era el único asunto policial que se interponía entre él y su jubilación
Puesto que el tirador del cajón inferior estaba roto y se había convertido en la herramienta elegida por Harry para extraer la caca de perro de sus zapatos, tuvo que usar un cortaplumas a modo de palanca para abrirlo. El expediente sobre la testigo del asesinato de Rooie Dolores era decepcionantemente delgado, lo cual contradecía la frecuencia y la atención con que el sargento Hoekstra lo había leído y releído
Harry sabía apreciar una trama complicada, pero tenía una preferencia arraigada por los relatos cronológicos. Descubrir al asesino antes de encontrar al testigo era una manera de narrar al revés. En un relato como Dios manda, encuentras primero al testigo
Quien buscaba a Ruth no era sólo un policía. Un lector anticuado se ocupaba de su caso
La hija de la prostituta
Rooie había empezado a trabajar como prostituta de escaparate en De Wallen durante el primer año de servicio policial de Harry en el barrio chino. La mujer tenía cinco años menos que él, aunque Harry sospechaba que le mentía acerca de su edad. En la primera habitación con escaparate que ocupó en el Oudekennissteeg (el mismo callejón donde años después se colgaría Vratna), Dolores de Ruiter aparentaba menos de dieciocho años. Pero ésa era su edad. Había dicho la verdad. Harry Hoekstra tenía veintitrés
Harry opinaba que Dolores la Roja no solía decir la verdad, o que decía sobre todo medias verdades
En sus días más atareados, Rooie había trabajado detrás del escaparate durante diez o doce horas seguidas. En ese lapso de tiempo podía atender hasta a quince clientes. Ganó suficiente dinero para comprarse una habitación de planta baja en la Bergstraat, que alquilaba durante unas horas a otra prostituta. Por entonces había aligerado su carga de trabajo, reduciéndola a tres días semanales y cinco horas por día. A pesar de esa reducción, podía tomarse unas vacaciones dos veces al año. Normalmente pasaba la Navidad en alguna estación de esquí, en los Alpes, y en abril o mayo viajaba a algún lugar cálido. Cierta vez pasó la Semana Santa en Roma. De Italia conocía también Florencia, y había estado en España, Portugal y el sur de Francia
Rooie tenía la costumbre de preguntarle a Harry Hoekstra adónde podría ir. Al fin y al cabo, él había leído innumerables libros de viajes. Aunque Harry nunca había estado en los lugares a los que ella quería ir, estaba informado acerca de todos los hoteles. Sabía que Rooie prefería alojarse en un entorno "moderadamente caro". También sabía que, si bien las vacaciones veraniegas eran importantes para ella, disfrutaba más en las estaciones de esquí, adonde iba por Navidad, y aunque cada invierno tomaba lecciones particulares de esquí, nunca pasaba del nivel de principiante. Cuando terminaba las lecciones, sólo practicaba el esquí a solas unas horas al día… y sólo hasta que conocía a alguien. Rooie siempre conocía a alguien
Le decía a Harry que era divertido conocer a hombres que ignoraban su condición de prostituta. En ocasiones se trataba de jóvenes acomodados que esquiaban con brío y organizaban fiestas todavía más briosas. Más a menudo eran hombres callados, incluso sombríos, cuya habilidad como esquiadores era mediana. A Rooie le gustaban en especial los padres divorciados que, un año sí y otro no, tenían que pasar las Navidades con sus hijos. (En general, los padres con hijos varones eran más fáciles de seducir que los padres con hijas.)
Siempre le había apenado ver a un padre y un hijo juntos en un restaurante. Con frecuencia no hablaban, o su conversación era forzada, normalmente acerca del esquí o la comida. Ella detectaba en los semblantes paternos una clase de soledad que era distinta pero, en cierto modo, similar a la soledad que reflejaban los rostros de sus compañeras de la Bergstraat
Y una aventura amorosa con un padre que viajaba en compañía de su hijo era siempre delicada y secreta. A pesar de que había tenido pocas aventuras realmente amorosas en su vida, Rooie creía que la delicadeza y el secreto estimulaban la tensión sexual. Además, no había nada equiparable al cuidado requerido cuando era preciso tomar en consideración los sentimientos de un niño
– ¿No temes que esos tipos quieran verte en Amsterdam? -le preguntó Harry. (Aquel año ella había estado en Zermatt.) Sin embargo, solamente una vez alguien insistió en ir a Amsterdam. En general, Rooie lograba disuadirles
– ¿A qué actividad les haces creer que te dedicas? -le preguntó Harry en otra ocasión. (Rooie acababa de volver de Pontresina, donde había conocido a un hombre que se alojaba con su hijo en el Badrutt's Palace de Saint Moritz.)
Dolores la Roja siempre decía a los padres una media verdad consoladora
– Me gano modestamente la vida gracias a la prostitución -respondía Rooie, y observaba el semblante sorprendido del hombre-. ¡Bueno, no quiero decir que yo soy una puta! Sólo soy una casera poco práctica que alquila su piso a unas prostitutas…
Si él la presionaba, Rooie ampliaba los detalles de la mentira. Su padre, que era urólogo, había muerto, y ella había convertido el consultorio en una de aquellas habitaciones con escaparate. Alquilar el local a las putas, aunque menos provechoso, era "más pintoresco" que alquilarlo a los médicos
Le encantaba contarle a Harry Hoekstra sus invenciones. Si, en el mejor de los casos, Harry había sido un viajero indirecto, también había disfrutado indirectamente de las pequeñas aventuras de Rooie. Y sabía por qué razón aparecía un urólogo en su relato
Un urólogo de carne y hueso había sido su admirador constante, además de su cliente más regular, un hombre ya muy adentrado en la octava década de su vida cuando, un domingo por la tarde, falleció en la habitación que la prostituta tenía en la Bergstraat. Era un hombre encantador que a veces se olvidaba de llevar a cabo el acto sexual por el que había pagado. Rooie le tuvo mucho cariño al viejo, el doctor Bosman, quien le juraba que quería a su mujer, a sus hijos y a sus innumerables nietos, cuyas fotos le mostraba con un orgullo inagotable
El día de su muerte estaba sentado, totalmente vestido, en la butaca de las felaciones, quejándose de que la comida había sido demasiado copiosa, incluso para un domingo. Le pidió a Rooie que le preparase un vaso de agua con bicarbonato y le confesó que en aquellos momentos lo necesitaba más que su "inestimable afecto físico"
Rooie se alegraría siempre de haberse encontrado de espaldas a su visitante cuando expiró en la butaca. Tras prepararle el agua con bicarbonato, se volvió hacia él, pero el viejo doctor Bosman ya había muerto
Entonces la tendencia de Rooie a las medias verdades la traicionó. Telefoneó a Harry Hoekstra y le dijo que el viejo estaba muerto en su habitación, pero que ella por lo menos le había evitado morirse en plena calle. Le había encontrado en la Bergstraat con mal aspecto y tambaleante, por lo que le hizo entrar en su habitación y sentarse en una cómoda butaca. Él le pidió bicarbonato