Le juró a Harry que había oído susurrar a alguien, en la cabina de un teleférico, "la puta de Smalley". Y en el Chesa, donde cenaba cada noche a solas, un hombre menudo y calvo, vestido de esmoquin aterciopelado y corbata ascot de color naranja vivo, le hizo proposiciones. Un camarero le llevó a Rooie una copa de champaña de parte del calvo, junto con una nota escrita en mayúsculas. "¿CUÁNTO?", decía la nota. Ella devolvió el champaña
Poco después de su estancia en Klosters, Rooie dejó de trabajar los fines de semana en su escaparate. Más adelante dejó de trabajar por las noches, y el paso siguiente consistió en abandonar la habitación a media tarde…, a tiempo para recoger a su hija en la escuela. Eso fue lo que dijo a todo el mundo
En ocasiones, las demás prostitutas de la Bergstraat le pedían que les enseñara fotografías. Desde luego, comprendían que la supuesta hija no se acercara nunca a la Bergstraat, pues la mayoría de las prostitutas ocultaban a sus hijos menores la naturaleza de su trabajo
La prostituta con quien Rooie compartía su habitación era la más curiosa, y a Rooie le gustaba mostrarle una fotografía. La pequeña de la foto tenía cinco o seis años y estaba sentada, con expresión satisfecha, en el regazo de Rooie, al parecer durante una fiesta familiar. Por supuesto, era una de las nietas del doctor Bosman, y sólo Harry Hoekstra sabía que la foto correspondía a una cena de Pascua de los Bosman
Así pues, aquélla era la hija de la prostituta, cuya ausencia se notó especialmente en el funeral de Rooie. En la confusa reunión, algunas de las mujeres le pidieron a Harry que les recordara el nombre de la hija ausente, pues no era un nombre habitual. ¿Se acordaba Harry de la extraña palabra?
Claro que se acordaba. Era Chesa
Después de las exequias tuvo lugar el velatorio acompañado de un refrigerio, pues la anciana señora Bosman, que era quien pagaba, creía en la necesidad de los velatorios, y durante aquellas horas las prostitutas repitieron el nombre de la hija muerta lo suficiente para que la viuda se acercara a Harry, quien trataba torpemente de librarse de un huevo duro que no quería comer, un huevo con una especie de caviar encima
– ¿Quién es Chesa? -le preguntó la anciana señora Bosman. Entonces Harry le contó toda la verdad. El relato conmovió a la señora Bosman hasta hacerla llorar, pero la mujer no era tonta ni mucho menos
– Como es natural, sabía que mi querido marido visitaba a la prostituta -le confesó a Harry-. Pero, tal como lo veo, ella me hacía un favor… ¡y evitó que se muriese en la calle!
Sólo unos pocos años antes de su asesinato, Rooie Dolores había reducido las vacaciones anuales a unos pocos días en abril o mayo. Pasó las últimas Navidades con los Bosman, cuyos nietos eran tan numerosos que Rooie tuvo que comprar muchos regalos. "Aun así sale más barato que ir a esquiar", le dijo a Harry. Y un oscuro invierno, el último de su vida, le pidió a Harry que fuese con ella de vacaciones y que pagarían los gastos a medias
– Tú has leído los libros de viajes -le dijo en broma-. Elige el lugar e iré contigo
El encanto que pudieran haber tenido para Rooie aquellos padres divorciados, siempre de vacaciones con sus hijos alicaídos, había terminado por esfumarse
Harry había imaginado no pocas veces que emprendía un viaje con Rooie, pero su invitación le sorprendió al tiempo que le dejaba desconcertado. El primer lugar al que pensó llevarla fue París. (¡Ahí era nada, visitar París con una prostituta!) Aquel gran lector de libros de viajes había empezado a hacer anotaciones en los márgenes de las páginas y a subrayar frases esenciales sobre los hoteles apropiados. Uno de los primeros hoteles en que pensó fue el Hótel du Quai Voltaire, el mismo en el que Ted hizo la fotografía de Marion con los pies de Thomas y Timothy. Pero ese hotel no estaba tan recomendado como el Hótel de L'Abbaye o el Duc de Saint-Simon. Harry había decidido buscar alojamiento en algún lugar de Saint-Germain-des-Prés, pero creía que Rooie era quien debería elegir el hotel
Provisto de sus guías de París, repletas de subrayados y anotaciones marginales, Harry visitó a Rooie en su habitación de la Bergstraat. Tuvo que esperar en la calle hasta que ella terminó con un cliente
– ¡Vaya, Harry! -exclamó-. ¿Quieres llevar a una vieja puta a París? ¡París en abril!
Ninguno de los dos había visitado París. No habría salido bien. Harry imaginaba que a Rooie le gustaría Notre-Dame, las Tullerías y las tiendas de antigüedades sobre las que él había leído, y la veía contenta, de su brazo, paseando por los jardines del Luxemburgo, pero no podía imaginársela en el Louvre. ¡Al fin y al cabo, vivía en Amsterdam y no había ido una sola vez al Rijksmuseum! ¿Cómo podría Harry llevarla a París?
– La verdad es que no creo que pueda marcharme -replicó él, evasivamente-. Hay mucho trabajo en De Wallen durante el mes de abril
– Entonces iremos en marzo -le dijo Rooie-. ¡O en mayo! ¿Qué te ocurre?
– No creo que me sea posible hacer ese viaje, Rooie, en serio -tuvo que admitir Harry
Las prostitutas están familiarizadas con el rechazo y lo encajan bastante bien
Después de recibir el aviso de que Rooie había sido asesinada, Harry buscó en la habitación de la Bergstraat las guías que ella no le había devuelto. Las encontró sobre la mesa estrecha que había en el lavabo
También observó que el asesino había mordido a Rooie y que, a juzgar por la manera en que el cadáver había sido empujado para que cayera de la cama, parecía que el crimen no obedecía a ningún ritual. Lo más probable era que la hubieran estrangulado, pero no había moretones causados por la presión de los dedos en la garganta de la víctima. Esto indicaba, en opinión del hoofdagent, que la habían asfixiado con el antebrazo
Entonces se fijó en el ropero, con las puntas de los zapatos hacia fuera. Un par de zapatos no estaba alineado con los demás, sino apartados de un puntapié, y en medio de la hilera había un espacio donde habría encajado otro par de zapatos
Harry no tuvo ninguna duda: ¡había un testigo! Sabía que Rooie era una de las pocas prostitutas que se desvivían por ser complacientes con las novatas. También conocía el procedimiento. Dejaba a las novatas que la observaran cuando estaba con un cliente, sólo para ver cómo se hacía. Había escondido a muchas chicas en su ropero. Sobre el método de Rooie hablaron cierta vez en una de las reuniones de El Hilo Rojo, y Harry estuvo presente. Pero Rooie llevaba bastante tiempo sin asistir a esas reuniones, y Harry ni siquiera estaba seguro de que El Hilo Rojo siguiera celebrando reuniones para las prostitutas novatas
En el umbral de la puerta que daba acceso a la habitación de Rooie estaba sentada lloriqueando la joven que había descubierto el cadáver de Rooie. Se llamaba Anneke Smeets. Había sido adicta a la heroína y se estaba recuperando, o por lo menos así se lo había hecho creer a Rooie. Anneke Smeets no iba vestida para trabajar detrás del escaparate. Normalmente llevaba un top de cuero, que Harry había visto colgado en el ropero
Pero aquel día, en el quicio de la puerta, Anneke estaba desgreñada y resultaba poco atractiva. Vestía un suéter negro holgado, con los codos deformados, y unos tejanos desgarrados en ambas rodillas. No llevaba maquillaje, ni siquiera rojo de labios, y tenía el cabello sucio e hirsuto. El único rasgo de extravagancia en su aspecto tan corriente era el tatuaje de un rayo, aunque pequeño, en la parte interior de la muñeca derecha
– Parece ser que alguien podría haber estado mirando desde el ropero -comentó Harry
La muchacha, que no cesaba de sollozar, movió afirmativamente la cabeza
– Eso parece -convino
– ¿Ayudaba a una novata? -inquirió Harry
– ¡Nadie que yo conozca! -respondió la chica llorosa
Y así, incluso antes de que el testimonio que envió Ruth Cole llegara a la comisaría de la Warmoesstraat, Harry Hoekstra sospechó que debía de haber un testigo
– ¡Dios mío! -exclamó de repente Anneke-. ¡Nadie ha recogido a su hija en la escuela! ¿Quién se lo dirá a la niña?
– Ya la ha recogido alguien -mintió Harry-. Y ya se lo han dicho