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Pero unos días después dijo la verdad; fue cuando su mejor amigo entre los detectives, Nico Jansen, quiso hablar en privado con él. Harry sabía de qué quería hablarle

Sobre la mesa de trabajo de Jansen estaban las guías turísticas de París. Harry Hoekstra anotaba su nombre en todos sus libros. Nico Jansen abrió una de las guías por la página donde estaba la reseña del Hótel Duc de Saint-Simon. Harry había escrito en el margen: "En pleno Faubourg Saint-Germain, una zona magnífica"

– ¿No es ésta tu letra, Harry? -le preguntó Jansen

– Mi nombre está en la primera página, Nico. ¿Se te ha pasado por alto?

– ¿Adónde planeabas ir de viaje con ella? -inquirió el detective Jansen

Harry trabajaba desde hacía más de tres décadas como policía. Por fin sabía lo que era sentirse sospechoso

Explicó a su amigo que Rooie viajaba mucho, mientras que él se limitaba a leer libros de viajes. Desde hacía largo tiempo tenía la costumbre de prestarle sus guías. Ella se había acostumbrado a preguntarle cuál era el hotel más apropiado y qué lugares debería visitar

– Pero no mantenías relaciones con Rooie, ¿verdad, Harry? -le preguntó Nico-. Nunca llegaste a viajar con ella, ¿no es cierto?

– No, nunca viajé con ella -replicó Harry

En general, decirles la verdad a los policías era una buena idea. Harry no había mantenido relaciones con Rooie ni tampoco había viajado con ella. Eso era del todo cierto. Pero los policías no tenían que saberlo todo. No era necesario que Nico Hansen supiera que Harry se había sentido tentado. ¡Y de qué manera!

El sargento Hoekstra encuentra a su testigo

Por entonces, el sargento Hoekstra sólo vestía de uniforme cuando el barrio chino sufría la invasión de turistas y gentes que no eran de la ciudad. (También se lo puso para asistir al funeral de Rooie.) Y cuando se trataba de enseñar la zona, Harry era el policía más solicitado del segundo distrito, no sólo porque hablaba el inglés y el alemán mejor que ningún otro agente de la comisaría de la Warmoesstraat, sino también porque era el experto reconocido en el distrito y le encantaba llevar allí a la gente

Una vez mostró De Wallen a un grupo de monjas. No era raro que mostrara "los pequeños muros" a escolares. Las prostitutas, tras el escaparate, no perdían la calma y desviaban la vista cuando veían llegar a los niños, pero en una ocasión una mujer corrió bruscamente la cortina de su escaparate. Más adelante le dijo a Harry que había reconocido a su propio hijo entre los miembros del grupo

El sargento Hoekstra era también el agente preferido del segundo distrito cuando había que hablar con los medios de comunicación. Puesto que las falsas confesiones eran corrientes, Harry había aprendido enseguida a no facilitar nunca a la prensa todos los detalles de un delito. Por el contrario, a menudo aportaba a los periodistas detalles falsos, lo cual solía provocar las confesiones de ciertos enajenados. En el caso de Dolores la Roja, logró un par de confesiones falsas diciendo a los periodistas que habían estrangulado a Rooie tras un "violento forcejeo"

Las dos confesiones falsas eran de hombres que afirmaban haber matado a Rooie, asfixiándola con sus propias manos. Uno de ellos había persuadido a su esposa para que le arañase la cara y el dorso de las manos; el otro había convencido a su novia para que le diera puntapiés en las espinillas una y otra vez. En ambos casos, daba la impresión de que los hombres habían sostenido un "violento forcejeo"

En cuanto al método empleado para asesinar a Rooie, los detectives no perdieron tiempo manejando los ordenadores. Dieron la información necesaria a la Interpol, con sede en la ciudad alemana de Wiesbaden, y así descubrieron que unos cinco años atrás, en Zurich, habían matado a una prostituta de una manera similar

Lo único que Rooie había podido hacer era desprenderse de un zapato al sacudir la pierna. La prostituta que trabajaba en la Langstrasse de Zurich había opuesto un poco más de resistencia y se había roto una uña, lo cual demostraba que debía de haberse producido una breve lucha. Unos trocitos de tela, presumiblemente procedente de los pantalones del asesino, habían quedado bajo la uña rota de la prostituta. Era una tela de calidad, pero ¿qué revelaba eso?

La relación más convincente entre el asesinato de Zurich y el de Rooie, en Amsterdam, era que, en el primer caso, también hubo una lámpara de pie a la que quitaron la pantalla y la bombilla sin dañarlas. La policía de Zurich desconocía el hecho de que el asesino había fotografiado a la víctima. Allí no hubo ningún testigo y nadie envió a la policía un tubo de revestimiento Polaroid con una huella perfecta del pulgar derecho del presunto asesino

Sin embargo, ninguna de las huellas tomadas en la habitación de la prostituta cerca de la Langstrasse de Zurich coincidía con la huella del pulgar obtenida en Amsterdam; y la Interpol tampoco tenía registrada en sus archivos de Wiesbaden ninguna huella que coincidiera. La segunda huella que había en el tubo era una huella pequeña y nítida de un índice derecho, lo cual indicaba que la testigo debía de haber tomado el tubo con el pulgar y el índice en los extremos. (Se había llegado a la conclusión de que debía de ser una testigo, porque la huella dactilar era mucho más pequeña que la huella del pulgar del probable asesino.)

Otra huella pequeña y clara del dedo índice derecho de la testigo procedía de uno de los zapatos con la punta hacia fuera que estaban en el suelo del ropero de Rooie. El mismo dedo índice había tocado el pomo interior de la puerta, sin duda cuando la testigo salió a la calle, después de que el asesino se hubiera ido. Fuera quien fuese, era una mujer diestra y tenía una cicatriz producida por un corte con un cristal, perfectamente centrada en el dedo índice derecho

Pero la Interpol tampoco tenía una huella que coincidiera con el dedo índice derecho de la testigo. Desde luego, Harry no había esperado que la hubiese. Estaba seguro de que su testigo no era una delincuente, y tras pasarse una semana hablando con las prostitutas de la zona, también tenía la seguridad de que su testigo no era una prostituta. ¡Probablemente se trataba de una puñetera turista sexual!

¡En un breve período de tiempo, menos de una semana, cada prostituta de la Bergstraat había visto a la probable testigo hasta media docena de veces! Y Anneke Smeets incluso había hablado con ella. Una noche la mujer misteriosa había preguntado por Rooie, y Anneke, con su top de cuero y blandiendo un consolador, le había comunicado a la turista la supuesta razón por la que Rooie no trabajaba de noche. Le había dicho que la veterana prostituta estaba con su hija

Las prostitutas de la Korsjespoortsteeg también habían visto a la mujer misteriosa. Una de las putas más jóvenes le dijo a Harry que su testigo era una lesbiana, pero sus compañeras se mostraron en desacuerdo. Habían sido cautelosas con la mujer porque no sabían qué era lo que quería

A los hombres que pasaban una y otra vez ante los escaparates de las mujeres, siempre mirando, siempre cachondos, pero sin que nunca acabaran de decidirse, los llamaban hengsten (sementales), y las prostitutas que habían visto a Ruth Cole pasar ante sus escaparates la llamaban hengst (hembra). Sin embargo, desde luego, no existe un semental hembra, y por ello la mujer misteriosa inquietaba a las prostitutas

Una de ellas le dijo a Harry que parecía una periodista. (Los periodistas inquietaban mucho a las prostitutas.)

¿Una periodista extranjera? El sargento Hoekstra había rechazado esa posibilidad. A la mayoría de los periodistas extranjeros que iban a Amsterdam con un interés profesional por la prostitución les decían que hablaran con él

Gracias a las prostitutas de De Wallen, Harry descubrió que la mujer misteriosa no siempre estuvo sola. La había acompañado un joven, tal vez estudiante universitario. Si bien la testigo a la que Harry buscaba era treintañera y sólo hablaba inglés, el muchacho era sin duda holandés

Esto respondía a un interrogante que se había planteado el sargento Hoekstra: si la testigo desaparecida era una extranjera de habla inglesa, ¿quién había escrito el informe en holandés? Ciertos datos adicionales vertían algo de luz sobre el documento cuidadosamente redactado en letras mayúsculas que la testigo había remitido a Harry. Un tatuador a quien Harry consideraba un experto en caligrafía, examinó la minuciosa escritura y llegó a la conclusión de que el texto había sido copiado