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– Una mujer amena, pero un tanto fría -le dijo a Allan el editor alemán de Marion

– Encantadora pero con aires de superioridad -comentó el editor francés

– No sé por qué utiliza seudónimo, pero me parece una persona muy reservada -le dijo a Allan el editor canadiense de Marion, el mismo que le había proporcionado la dirección de la escritora en Toronto

– Por el amor de Dios -le decía una y otra vez Allan a Ruth. Incluso habían hablado de ello pocos días antes de su muerte-. Aquí tienes la dirección de tu madre. Eres escritora, ¿no?, ¡pues escríbele una carta! Incluso podrías ir a verla, si quisieras. Te acompañaría con mucho gusto, o podrías ir sola. También podrías ir con Graham… ¡Seguro que le interesará Graham!

– ¡A mí no me interesa ella! -exclamó Ruth

Ruth y Allan viajaron a Nueva York para asistir a la fiesta organizada con motivo de la publicación de la novela de Eddie; era una noche de octubre, poco después de que Graham cumpliera tres años. Había sido uno de esos días cálidos y soleados que parecen de verano, y cuando oscureció, el aire nocturno trajo el contraste de una frescura que parecía la quintaesencia del otoño. Ruth recordaría que Allan comentó: "¡Un día insuperable! "

Ocupaban una suite de dos habitaciones en el hotel Stanhope. Habían hecho el amor en su dormitorio, mientras Conchita Gómez llevaba a Graham al restaurante del hotel, donde trataron al pequeño como a un principito. Los cuatro habían ido en automóvil desde Sagaponack hasta Nueva York, aunque Conchita protestó, diciendo que ella y Eduardo eran demasiado mayores para pasar una sola noche separados. Uno de ellos podría morir, y era terrible que una persona felizmente casada se muriese sola

El tiempo espectacular, por no mencionar el sexo, había causado una impresión tan favorable a Allan que insistió en recorrer a pie las quince manzanas hasta el lugar donde se celebraba la fiesta de Eddie. Más adelante Ruth pensaría que, cuando llegaron, Allan tenía el rostro un poco enrojecido, pero entonces lo consideró una señal de buena salud o el efecto del fresco aire otoñal

Como de costumbre, Eddie había adoptado una actitud de modestia durante la fiesta; pronunció un discurso ridículo en el que dio las gracias a sus viejos amigos por haber abandonado los planes más divertidos que tuvieran para aquella noche, hizo el consabido resumen del argumento de su nueva novela y después aseguró al público que no era necesario que se molestara en leer el libro, puesto que ya conocían la trama

– Y los personajes principales son bastante reconocibles… porque aparecen en mis novelas anteriores -musitó Eddie-. Sólo han envejecido un poco

Hannah acudió en compañía de un hombre francamente detestable, un ex guardameta profesional de hockey que acababa de escribir unas memorias sobre sus hazañas sexuales y que hacía gala de un desagradable orgullo por el hecho de no haberse casado nunca. Su espantoso libro se titulaba No en mi red, y su principal rasgo de humor, más que discutible, era que llamaba pucks(1) a las mujeres con las que se acostaba. Así pues, el disco de goma utilizado en el hockey sobre hielo le permitía hacer un juego de palabras de mal gusto,

(1). El juego de palabras consiste en decir "She seas a great puck" ("Ella estuvo sensacional en la cama), empleando puck (disco de hockey) en vez de fuck, "joder, hacer el amor. (N. del T.)

Hannah lo conoció cuando le entrevistó para un artículo periodístico que estaba escribiendo, acerca de lo que hacen los atletas cuando se retiran. Por lo que Ruth sabía, siempre trataban de ser actores o escritores, y le comentó a Hannah que ella prefería que se decantaran por ser actores

Pero Hannah se ponía cada vez más a la defensiva con respecto a sus novios granujas

– ¿Qué sabe una señora mayor y casada? -preguntaba a su amiga

Ruth habría sido la primera en admitir que no sabía nada. Tan sólo sabía que era feliz, y lo afortunada que era por serlo. Incluso Hannah habría reconocido que el matrimonio de Ruth con Allan había salido bien. Si Ruth nunca hubiera confesado que al principio su vida sexual sólo había sido tolerable, más adelante incluso habría descrito ese aspecto de su vida con Allan como algo de lo que había aprendido a gozar. Ruth había encontrado un compañero con quien podía conversar, y al que le gustaba escuchar. Además, era un buen padre del único hijo que ella tendría. Y el niño… ¡Ah!, su vida entera había cambiado gracias a Graham, y también por eso amaría siempre a Allan

Era una madre madura, había tenido a Graham a los treinta y siete años, y la seguridad de su hijo le preocupaba más que a las madres jóvenes. Mimaba a Graham, pero había decidido tener un solo hijo. ¿Y para qué son los hijos únicos sino para mimarlos? Idolatrar a Graham había llegado a ser lo que más sustentaba la vida de Ruth. El niño cumplió dos años antes de que su madre volviera a escribir

Ahora Graham tenía tres años y Ruth por fin había terminado su cuarta novela, aunque seguía considerándola inacabada, por la razón categórica de que aún no consideraba el libro lo bastante terminado para mostrárselo a Allan. Ruth era poco sincera, incluso consigo misma, pero no podía evitarlo. Le preocupaba la reacción de Allan a la novela, y por motivos que no tenían nada que ver con lo acabada o inacabada que estuviera la obra

Tiempo atrás había convenido con Allan que no le mostraría nada de lo que escribiera hasta tener la certeza de que el relato estaba tan acabado como fuera capaz de dejarlo. Allan siempre había instado a sus autores a que lo hicieran así, y les decía que su tarea de editor era mucho más provechosa cuando ellos creían haber hecho todo lo posible. ¿Cómo podía pedirle a un autor que diera un paso más si el autor todavía estaba avanzando?

Ruth había logrado que Allan aceptara su negativa a mostrarle enseguida la novela porque, según ella, no estaba terminada del todo, pero no se engañaba a sí misma. Ya la había reescrito tanto como le era posible. Si a veces dudaba de que pudiera releer el libro, mucho menos podía fingir que lo estaba escribiendo de nuevo. Tampoco dudaba de que fuese una buena novela, incluso creía que era la mejor que había escrito

En realidad, lo único que preocupaba a Ruth acerca de su novela más reciente, Mi último novio granuja, era el temor a que su marido se sintiera insultado por la obra. El personaje central se aproximaba demasiado a un aspecto de Ruth antes de casarse: tendía a relacionarse con el hombre que no le convenía. Por otro lado, el novio granuja del título era una combinación improbable y desagradable de Scott Saunders y Wim Jongbloed. Que ese libertino de baja estofa persuada al personaje Ruth (como sin duda lo llamaría Hannah) para mirar a una prostituta mientras está con un cliente, tal vez no turbaría tanto a Allan como el hecho de que el llamado personaje Ruth experimente un acceso incontrolable de deseo sexual. Y la vergüenza que siente entonces, por haber perdido el dominio de sus deseos, es lo que la convence de que debe aceptar una proposición de matrimonio por parte de un hombre que no la excita sexualmente

¿Cómo no iba Allan a sentirse insultado por lo que daba a entender la nueva novela de Ruth acerca de las razones de la autora para casarse con él? Que su matrimonio con Allan le hubiera proporcionado los cuatro años más felices de su vida, cosa que Allan seguramente sabía, no mitigaba lo que, en opinión de Ruth, era el mensaje más cínico de su novela

Ruth había imaginado con bastante exactitud qué conclusiones sacaría Hannah de Mi último novio granuja, a saber, que su amiga menos aventurera había tenido un devaneo con un muchacho holandés, ¡el cual se la había tirado mientras la prostituta los miraba! Era una escena brutalmente humillante para cualquier mujer, incluso para Hannah. Pero Ruth no estaba preocupada por la reacción de Hannah, pues siempre había hecho caso omiso o rechazado las interpretaciones que Hannah hacía de sus novelas