Eddie consideraba una crueldad que sus padres hubieran pasado el crepúsculo de sus vidas en semejante entorno, pues sus vecinos más próximos no parecían exonianos. (En realidad; la dejadez del césped ofensivo había hecho pensar con frecuencia a Minty O'Hare que sus vecinos eran la consecuencia personificada de lo que el viejo profesor de inglés aborrecía por encima de todo: una deficiente educación media.)
Al empaquetar los libros de su padre, pues ya había puesto la casa en venta, Eddie descubrió sus propias novelas, que no estaban firmadas. ¡No había tenido el detalle de dedicárselas a sus padres! Le dolió comprobar que su padre no había subrayado un solo pasaje. Y al lado de sus obras, en el mismo estante, vio el ejemplar que la familia O'Hare poseía de El ratón que se arrastra entre las paredes, de Ted Cole, y que el conductor del camión de almejas había autografiado casi a la perfección
No era de extrañar que Eddie se sintiera abatido cuando llegó a Nueva York para asistir a la lectura de Ruth. También había sido una carga para él que Ruth le hubiera dado la dirección de Marion. Era inevitable que finalmente intentara entrar en contacto con ella. Le había enviado sus cinco novelas, las mismas que no dedicó a sus padres, y había escrito en ellas: "Para Marion. Con amor, Eddie". Y añadió una nota al paquete, junto con el pequeño formulario verde que rellenó para la aduana canadiense
"Querida Marion", escribió, como si le hubiera estado escribiendo durante toda su vida. "No sé si has leído mis libros, pero, como puedes ver, nunca has estado lejos de mis pensamientos." Dadas las circunstancias, es decir, su creencia de que estaba enamorado de Ruth, sólo tuvo valor para decirle eso, pero era más de lo que le había dicho en treinta y siete años
Cuando Eddie llegó a la YMHA de la Calle 92 y se sentó en el camerino, la pérdida de sus padres, por no mencionar su patético esfuerzo por establecer contacto con Marion, le había dejado prácticamente sin habla. Ya lamentaba haber enviado sus libros a Marion, y se decía que indicarle los títulos habría sido más que suficiente. (Ahora los mismos títulos le parecían un desdichado exceso.) Trabajo de verano, Café y bollos, Adiós a Long Island, Sesenta veces, Una mujer difícil
Cuando Eddie O'Hare subió por fin al escenario del atestado salón de conciertos Kaufman y se colocó ante el micrófono, interpretó astutamente el silencio reverencia) del público. Adoraban a Ruth Cole y todos coincidían en que su última novela era la mejor que había escrito. El público también sabía que aquélla era la primera aparición pública de Ruth desde la muerte de su marido. Por último, Eddie interpretó que en el silencio del público había cierta inquietud, pues no eran pocos los que sabían que Eddie podía hablar y hablar indefinidamente
Así pues, se limitó a decir: "Ruth Cole no necesita presentación"
Pues sí, sin duda lo había dicho en serio. Bajó del escenario y se acomodó en el asiento que le habían reservado, al lado de Hannah. Durante la lectura de Ruth, Eddie miró hacia delante con estoicismo, desviando la mirada unos tres o cuatro metro a la izquierda del estrado, como si la única manera soportable de mirar a Ruth fuese tenerla constantemente en la periferia de su visión
Hannah diría más adelante que Eddie lloraba sin poder contenerse. Su rodilla derecha se había humedecido debido a que le sostenía la mano. Eddie había llorado en silencio, como si cada palabra que Ruth pronunciaba fuese un golpe asestado en su corazón, un golpe que él aceptaba como merecido
Luego no le vieron en el camerino. Ruth y Hannah fueron a comer solas
– Eddie tenía un aspecto de suicida -comentó Ruth
– Está colado por ti, y eso le está volviendo loco -replicó Hannah
– No seas tonta, está enamorado de mi madre
– ¡Por Dios! -exclamó Hannah-. ¿Qué edad tiene tu madre?
– Setenta y seis
– ¡Sería obsceno que estuviera enamorado de una mujer de setenta y seis años! -dijo Hannah-. Eres tú, cariño. Eddie está chalado por ti, ¡de veras!
– Eso sí que sería obsceno -dijo Ruth
Un hombre, que cenaba con una mujer que parecía su esposa, las miraba una y otra vez. Cada una creía que la mirada del desconocido se dirigía a la otra. En cualquier caso, convinieron en que no era un comportamiento correcto por parte de un hombre que estaba cenando con su mujer
Cuando estaban pagando la cuenta, el hombre, no sin cierto titubeo, se aproximó a su mesa. Era treintañero, más joven que Ruth y Hannah, y bastante guapo, a pesar de su expresión avergonzada. Su profunda timidez parecía afectar incluso a su postura, pues cuanto más se aproximaba a ellas, tanto más se encorvaba. Su mujer seguía sentada a la mesa, con la cabeza entre las manos
– ¡Cielos! ¡Va a pegarte delante de su puñetera mujer! -le susurró Hannah a su amiga
– Perdonen… -dijo el hombre, muy apurado
– ¿Qué se le ofrece? -le preguntó Hannah, y con la punta del zapato tocó la pierna de Ruth por debajo de la mesa, un gesto que significaba: "¿Qué te decía yo?"
– ¿No es usted Ruth Cole? -inquirió el hombre.
– Tengamos la fiesta en paz -dijo Hannah
– Sí, soy yo -respondió Ruth
– Siento mucho molestarlas -musitó el hombre-, pero hoy es nuestro aniversario de boda y usted es la autora favorita de mi mujer. Ya sé que tiene por norma no firmar ejemplares, pero le he regalado a mi mujer su novela y la tenemos ahí. Discúlpeme por el atrevimiento, pero ¿sería tan amable de firmársela?
La esposa, abandonada en su mesa, estaba al borde de la humillación
– Por el amor de Dios… -empezó a decir Hannah, pero Ruth se apresuró a levantarse
Sentía deseos de estrechar la mano del hombre y la de su mujer. Incluso sonrió mientras firmaba el ejemplar. Era un gesto totalmente desacostumbrado en ella. Pero en el taxi, cuando regresaban al hotel, Hannah le dijo algo… Nadie como Hannah para darle a Ruth la sensación de que no estaba en condiciones de regresar al mundo tras su aislamiento
– Puede que fuera su aniversario de boda, pero te miraba los pechos
– ¡No es verdad! -protestó Ruth
– Todo el mundo lo hace, cariño. Será mejor que empieces a acostumbrarte
Más tarde, en su suite del Stanhope, Ruth se resistió al deseo de telefonear a Eddie. Además, en el Club Atlético de Nueva York probablemente no responderían al teléfono a partir de ciert hora, o quizá querrían saber si llevaba chaqueta y corbata incluso para llamar
Prefirió escribir una carta a su madre, cuya dirección en Toronto había memorizado
"Querida mami -escribió-. Eddie O'Hare aún te quiere. Tu hija, Ruth."
El papel con membrete del hotel Stanhope prestaba a la carta cierta formalidad, o por lo menos cierto distanciamiento, que ella no se había propuesto. Una carta así debería empezar con las palabras "Querida madre", pero ella había llamado a su madre "mami", lo mismo que Graham la llamaba a ella y que significaba para Ruth más que cualquier otra cosa. Supo que había entrado de nuevo en el mundo cuando entregó la carta al recepcionista del hotel, poco antes de emprender el viaje a Europa
– Es para Canadá -señaló Ruth-. Por favor, asegúrese de que el franqueo sea correcto
– Desde luego, señora -dijo el recepcionista
Estaban en el vestíbulo del Stanhope, cuyo principal elemento decorativo era un reloj de péndulo muy vistoso, lo primero que Graham reconoció cuando entraron en el hotel de la Quinta Avenida. Ahora el botones empujaba un carrito con su equipaje ante la imponente esfera del reloj. El botones se llamaba Mel y siempre había tenido muchas atenciones con Graham. Fue el botones que estaba de servicio cuando se llevaron del hotel el cadáver de Allan. Probablemente Mel había echado una mano en aquella ocasión, pero Ruth no quería recordar nada de eso. Graham, cogido de la mano de Amanda, siguió al equipaje que cruzaba la puerta del Stanhope y salía a la Quinta Avenida, donde esperaba la limusina