– Más señoras a medio vestir -dijo Graham distraídamente. No podría haberle importado menos la casi desnudez de las mujeres. A Ruth le sorprendió esa falta de interés, pues tenía cuatro años, una edad a la que ya no le permitía bañarse con ella.
– Graham no deja mis pechos en paz -se había quejado Ruth a Hannah
– Como todo el mundo -le había respondido su amiga
Durante tres mañanas consecutivas, en su gimnasio del Rokin, Harry había contemplado a Ruth mientras se ejercitaba. Tras haberla observado en la librería, en el gimnasio tenía más cuidado; se dedicaba a practicar con las pesas libres. Las pesas de disco y barra, más pesadas, estaban en un extremo de la larga sala, pero Harry podía localizar a Ruth gracias a los espejos. Conocía su programa cotidiano. Hacía una serie de ejercicios abdominales sobre una colchoneta, y también muchos estiramientos, algo que Harry detestaba. Entonces, con una toalla alrededor del cuello, pedaleaba en la bicicleta estática durante media hora, hasta quedar bien empapada en sudor. Después de la bicicleta, levantaba unas pesas, que nunca superaban los dos o tres kilos. Un día trabajaba los hombros y los brazos, y al día siguiente el pecho y la espalda
En conjunto, Ruth se ejercitaba durante hora y media, un ejercicio moderadamente intenso y juicioso para una mujer de su edad. Incluso sin saber que había practicado el squash, Harry percibía que su brazo derecho era mucho más fuerte que el izquierdo. Pero lo que impresionaba especialmente a Harry era que nada la distraía, ni siquiera la horrible música. Cuando pedaleaba en la bicicleta estática tenía los ojos cerrados la mitad del tiempo. Cuando se ejercitaba con las pesas y en la colchoneta, no parecía pensar en nada, ni siquiera en su próximo libro. Movía los labios mientras contaba en silencio
Durante el ejercicio, Ruth bebía un litro de agua mineral. Cuando la botella de plástico estaba vacía, nunca la tiraba a la basura sin enroscar el tapón, un pequeño rasgo que indicaba que se trataba de una persona compulsivamente pulcra. Harry obtuvo sin dificultad una huella nítida de su dedo índice derecho, extraída de una de las botellas de agua que había tirado. Y allí estaba: el corte vertical perfecto, tan pequeño y fino que casi había desaparecido. Debía de habérselo hecho de pequeña
A los cuarenta y un años, Ruth era por lo menos diez años mayor que cualquiera de las demás mujeres que acudían al gimnasio del Rokin, y tampoco llevaba las prendas totalmente ceñidas que preferían las mujeres más jóvenes. Vestía camiseta metida por debajo de uno de esos pantalones cortos deportivos y holgados que usan los hombres. Era consciente de que tenía más abdomen que antes de que naciera Graham y sus pechos estaban más caídos, aunque pesaba exactamente lo mismo que cuando jugaba al squash
La mayoría de los hombres que iban al gimnasio del Rokin también tenían por lo menos diez años menos que Ruth. Sólo había uno mayor, un levantador de pesas que normalmente le daba la espalda. Ella había tenido algún breve atisbo de su cara, un rostro de aspecto duro, en los espejos. Parecía estar en forma, pero necesitaba un afeitado. La tercera mañana lo reconoció cuando salía del gimnasio. Era su policía. (Desde que lo vio en la Athenaeum, Ruth empezó a considerarle como su policía particular.)
Así pues, cuando regresó del gimnasio, Ruth no estaba preparada para encontrarse a Wim Jongbloed en el vestíbulo del hotel. Después de pasar tres noches en Amsterdam, casi había dejado de pensar en Wim, pues creía que tal vez la dejaría en paz. Pero había ido a su encuentro, con una mujer que parecía su esposa y un bebé, y estaba tan gordo que no supo quién era hasta que él le habló. Cuando intentó besarla, ella se apartó y le tendió la mano
El bebé se llamaba Klaas, estaba en la fase indefinida de la infancia y su rostro hinchado parecía un objeto bajo el agua. La esposa, a quien él presentó a Ruth como "Harriet con diéresis", estaba también hinchada, pues acarreaba un exceso de grasa de su embarazo reciente. Las manchas en la blusa de la flamante madre indicaban que aún daba el pecho a la criatura y que los senos le goteaban. Pero Ruth percibió enseguida que aquel encuentro no hacía más que aumentar la desdicha de la mujer. Ruth se preguntó por qué a Wim se le había ocurrido traerla y presentársela
– Es un niño realmente precioso -mintió Ruth a la pobre mujer de Wim
Recordó lo mal que ella se sintió durante todo el año que siguió al nacimiento de Graham. Simpatizaba mucho con toda mujer que acababa de ser madre, pero su mentira sobre la supuesta belleza de Klaas Jongbloed no tuvo ningún efecto discernible en la desdichada madre de la criatura
– Harriet no comprende el inglés -le explicó Wim a Ruth-. Pero ha leído tu nuevo libro en holandés
¡De modo que de eso se trataba!, se dijo Ruth. La mujer de Wim creía que el novio granuja en la novela de Ruth había sido Wim, y éste no había hecho nada por disuadirla de esa interpretación. Puesto que, en la novela, el personaje de la escritora desea con ardor a su acompañante holandés, ¿por qué Wim tendría que haber disuadido a su mujer de que creyera tal cosa? Ahora allí estaba Harriet con diéresis y exceso de peso, con sus pechos goteantes, al lado de una Ruth Cole esbelta y en forma, una mujer mayor muy atractiva, ¡la cual, según creía la pobre esposa, era la ex amante de su marido!
– Le has dicho que fuimos amantes, ¿no es cierto? -preguntó Ruth a Wim
– Bueno… ¿no lo fuimos de alguna manera? -replicó Wim tímidamente-. Quiero decir que dormimos juntos en la misma cama. Me dejaste hacer ciertas cosas…
– No hicimos el amor, Harriét -dijo Ruth a la esposa que no la entendía
– Ya te he dicho que no entiende el inglés -insistió Wim.
– ¡Pues díselo, coño!
– Le he contado mi propia versión -replicó Wim, sonriendo a Ruth
Era evidente que la afirmación de que había hecho el amor con Ruth Cole le había dado a Wim cierta clase de poder sobre Harriet con diéresis. El aire alicaído de la mujer la dotaba de un aura suicida
– Escúchame, Harriet -volvió a intentarlo Ruth-. Nunca fuimos amantes, no hice el amor con tu marido. Te está mintiendo.
– Necesitas a tu traductor holandés -le dijo Wim, ahora riéndose abiertamente de ella
Fue entonces cuando Harry Hoekstra se dirigió a Ruth. La había seguido hasta el hotel sin que ella se diera cuenta, como hacía cada mañana
– Puedo traducírselo -le dijo Harry-. Dígame lo que quiere decir
– ¡Ah, es usted, Harry! -exclamó Ruth, como si lo conociera de toda la vida y fuesen grandes amigos
No conocía su nombre sólo por la mención que oyó en la librería, sino que también lo recordaba por haber leído en la prensa la noticia del asesinato de Rooie. Además, ella había escrito su nombre (poniendo mucho cuidado para no equivocarse) en el sobre que contuvo su testimonio
– Hola, Ruth -le dijo Harry
– Dígale que nunca he hecho el amor con el embustero de su marido -le pidió Ruth a Harry, el cual se puso a hablar en holandés con Harriet, dejándola no poco sorprendida-. Dígale que su marido se masturbó a mi lado, eso fue todo, y volvió a cascársela cuando creía que estaba dormida
Mientras Harry seguía traduciendo, Harriet pareció animarse. Le dio el bebé a Wim, diciéndole algo en holandés al tiempo que empezaba a marcharse. Cuando Wim la siguió, Harriet le dijo algo más
– Le ha dicho: "Sostén al crío, está mojado" -tradujo Harry a Ruth-. Y le ha preguntado: "¿Por qué querías que la conociera?"
Mientras la pareja con el bebé abandonaba el hotel, Wim dijo algo en tono quejumbroso a su airada esposa
– El marido ha dicho: "¡Yo salía en su libro!" -le tradujo Harry
Después de que Wim y su mujer se marcharan, Ruth quedó a solas con Harry en el vestíbulo…, con excepción de media docena de hombres de negocios japoneses que estaban ante el mostrador de recepción y se quedaron hipnotizados por el ejercicio de traducción que habían acertado a oír. No estaba claro qué era lo que habían entendido, pero miraban a Ruth y a Harry con temor reverencial, como si acabaran de presenciar un ejemplo de diferencias culturales que les resultaría difícil explicar al resto de Japón