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– ¡Virgen Santa, Harry! -exclamó la colombiana-. ¿Has detenido a esa mujer?

– Sólo estamos dando un paseíto -dijo Harry

– ¡Me dijiste que te habías jubilado! -gritó la prostituta cuando ya la habían dejado atrás

– ¡Estoy jubilado! -gritó Harry a su vez. Ruth le soltó el brazo

– Está usted jubilado -le dijo Ruth, en el mismo tono de voz que empleaba para leer en voz alta

– Sí, es cierto -replicó el ex policía-. Al cabo de cuarenta años…

– No me dijo que estaba jubilado

– Usted no me lo preguntó -argumentó el antiguo sargento Hoekstra

– Si no me ha estado interrogando como policía, ¿en calidad de qué lo ha hecho exactamente? -inquirió Ruth-. ¿Qué autoridad tiene usted?

– Ninguna -respondió alegremente Harry-. Y no la he estado interrogando. Tan sólo hemos dado un pequeño paseo.

– Está usted jubilado -repitió Ruth-. Parece demasiado joven para eso. Dígame, ¿qué edad tiene?

– Cincuenta y ocho

Una vez más, el vello de los brazos de Ruth volvió a erizarse, porque ésa era la misma edad que tenía Allan cuando murió. Sin embargo, Harry le parecía mucho más joven. Ni siquiera aparentaba los cincuenta, y Ruth ya sabía que estaba en muy buena forma

– Me ha engañado -le dijo

– En aquel ropero, cuando usted miraba por la abertura de la cortina, ¿estaba interesada como escritora, como mujer o como ambas cosas?

– Ambas cosas -respondió Ruth-. Todavía me está interrogando

– Lo que quiero decirle es lo siguiente -dijo Harry: Primero la seguí en calidad de policía. Más tarde me interesé por usted como policía y como hombre

– ¿Como hombre? ¿Está tratando de ligarme?

– También soy uno de sus lectores -siguió diciendo Harry, sin hacer caso de la pregunta-. He leído todo lo que usted ha escrito

– Pero ¿cómo supo que yo era la testigo?

– "Era una habitación rojiza, más roja todavía a causa de la lámpara de vidrio coloreado" -citó Harry, una frase de su nueva novela-. "Estaba tan nerviosa que no servía de gran cosa" -siguió citando-. "Ni siquiera podía ayudar a la prostituta a colocar los zapatos con las puntas hacia fuera. Cogí tan sólo uno de los zapatos, y lo dejé caer enseguida."

– De acuerdo, de acuerdo -dijo Ruth

– Sus huellas dactilares sólo estaban en uno de los zapatos de Rooie -añadió Harry

Habían regresado al hotel cuando Ruth le preguntó:

– Bueno, ¿y qué va a hacer ahora conmigo?

Harry pareció sorprendido

– No tengo ningún plan -admitió

Al entrar en el vestíbulo, Ruth localizó fácilmente al periodista que le haría su última entrevista en Amsterdam. Luego tendría la tarde libre, y se proponía llevar a Graham al zoo. Su cita para cenar con Maarten y Sylvia antes de partir hacia París por la mañana sólo era provisional

– ¿Le gusta el zoo? -preguntó Ruth a Harry-. ¿Ha estado alguna vez en París?

En París, Harry eligió el hotel Duc de Saint-Simon. Había leído demasiado sobre ese establecimiento para no alojarse en él, y cierta vez, le confesó a Ruth, había imaginado que estaba allí con Rooie. Harry descubrió que podía decírselo todo, incluso que compró por muy poco dinero la cruz de Lorena (que le daría a Ruth) y que inicialmente estaba destinada a una prostituta que se ahorcó. Ruth le dijo que la cruz le encantaba todavía más por la historia que la rodeaba. (Llevaría la cruz día y noche durante su estancia en París.)

Durante su última noche en Amsterdam, Harry le mostró su piso en el oeste de la ciudad. A Ruth le sorprendió la cantidad de libros que tenía, así como que le gustara cocinar, comprar los ingredientes para hacer la comida y encender fuego en su dormitorio por la noche, incluso aunque el tiempo fuera lo bastante bueno para dormir con la ventana abierta

Yacieron juntos en la cama mientras la luz de las llamas parpadeaba en las estanterías. La brisa, suave y fresca, agitaba la cortina. Harry le preguntó por qué tenía el brazo derecho más fuerte y musculoso, y ella le contó todo lo relativo a su práctica del squash, incluida su tendencia a jugar con novios granujas, como Scott Saunders. Le contó también la clase de hombre que fue su padre y cómo había muerto

Harry le mostró la edición holandesa de El ratón que se arrastra entre las paredes. De muis achter het behang fue su libro favorito en su infancia, antes de que tuviera un conocimiento del inglés lo bastante bueno como para leer en ese idioma a casi cualquier autor que no fuese holandés. También había leído en holandés Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido. Allí, en la cama, Harry le leyó la traducción holandesa, y ella recitó el texto en inglés, de memoria. (Se sabía de memoria todo lo concerniente al hombre topo.)

Cuando le contó la historia de su madre y Eddie O'Hare, no le sorprendió que Harry hubiera leído todas las novelas policíacas de Margaret McDermid (había supuesto que ese género era el único que leían los policías), pero le asombró que Harry hubiera leído también todas las obras de Eddie O'Hare

– ¡Has leído a toda mi familia! -exclamó Ruth

– ¿Es que toda la gente que conoces se dedica a escribir? -le preguntó Harry

Aquella noche, en el oeste de Amsterdam, Ruth se quedó dormida con la cabeza sobre el pecho de Harry, después de rememorar la naturalidad con que él había jugado con Graham en el zoo. Primero habían imitado las expresiones de los animales y los cantos de los pájaros. Entonces describieron las diferencias en los olores de las distintas criaturas. Pero incluso con la cabeza sobre el pecho de Harry, Ruth se despertó cuando aún era de noche. Quería regresar a su cama antes de que Graham se despertara en la habitación de Amanda

En París sólo había un corto paseo desde el hotel de Harry, en la Rue de Saint-Simon, al lugar donde Ruth se alojaba oficialmente, el Lutetia, en el Boulevard Raspail. Cada mañana, muy temprano, alguien conectaba una manguera de jardín en el patio del Duc de Saint-Simon, y el rumor del agua despertaba a Ruth y a Harry. Se vestían en silencio y Harry la acompañaba a su hotel

Mientras Ruth se sometía a una entrevista tras otra en el vestíbulo del Lutetia, Harry llevaba a Graham al parque infantil de los jardines del Luxemburgo, lo cual le permitía a Amanda tener la mañana libre para hacer compras y explorar por su cuenta, ir al Louvre (dos veces), a las Tullerías, a Notre-Dame y a la Torre Eiffel. Al fin y al cabo, la justificación de Amanda para perder dos semanas de clase estribaba en que acompañar a Ruth Cole en una gira de promoción de un libro sería educativo. (En cuanto a lo que Amanda pensara de su ausencia todas las noches, Ruth confiaba en que también eso fuese "educativo".)

A Ruth no sólo le pareció que sus entrevistadores franceses eran muy agradables -en parte porque no había ninguno que no hubiese leído todos sus libros y, en parte, porque los periodistas franceses no consideraban extraño (o antinatural o extravagante) que el personaje principal de Ruth Cole fuese una mujer a la que habían convencido para que observase a una prostituta mientras estaba con su cliente-, sino que también le dio la sensación de que Graham estaba más seguro en compañía de Harry que de cualquier otra persona. (Graham tenía una sola queja con respecto a Harry: si era policía, ¿dónde estaba su pistola?)

Una noche cálida y húmeda, Ruth y Harry pasaron ante la marquesina roja y la fachada de piedra blanca del Hotel du Quai Voltaire. El diminuto café y bar estaba desierto. En la placa de la fachada, al lado de la lámpara de hierro forjado, había una breve lista de huéspedes famosos que se habían alojado en el hotel, entre los que no figuraba Ted Cole

– ¿Qué quieres hacer ahora que te has jubilado? -preguntó Ruth al ex sargento Hoekstra

– Me gustaría casarme con una mujer rica -respondió Harry

– ¿Soy lo bastante rica? -inquirió Ruth-. ¿No es esto mejor que estar en París con una prostituta?