Donde Eddie y Hannah no logran llegar a un acuerdo
Cuando el avión de la KLM aterrizó en Boston, el ex sargento Hoekstra deseaba alejarse un poco del océano. Había pasado toda su vida en un país que estaba por debajo del nivel del mar, y pensaba que las montañas de Vermont serían un cambio agradable
Sólo había transcurrido una semana desde que Harry y Ruth se despidieron en París. Como autora de éxito, Ruth podía permitirse las doce o más llamadas telefónicas que le había hecho a Harry. No obstante, dada la duración de sus conversaciones, la relación ya resultaba cara, incluso para Ruth. En cuanto a Harry, aunque aún no había hecho más de media docena de llamadas desde los Países Bajos a Vermont, una relación a larga distancia que requería tanto diálogo pronto le llevaría a la bancarrota. Como mínimo, temía que su jubilación durase poco. Así pues, antes incluso de que Harry llegara a Boston, ya se había declarado a Ruth, a su manera en absoluto ceremoniosa. Era su primera proposición de matrimonio
– Creo que deberíamos casarnos -le dijo-, antes de que esté completamente arruinado
– Bueno, si lo dices en serio… -replicó Ruth-. Pero no vendas tu piso, por si no sale bien
Harry consideró juiciosa esta idea. Siempre podía alquilar su piso a un compañero policía. Sobre todo desde la perspectiva de un propietario ausente, el ex sargento Hoekstra creía que los policías serían más dignos de confianza que los demás inquilinos
En Boston, Harry tenía que pasar por la aduana. No ver a Ruth en una semana, y luego aquel rito de entrada en un país extranjero, le hizo experimentar las primeras dudas. ¡Ni siquiera unos amantes jóvenes se dejan llevar por el aturdimiento y se casan tras pasarse sólo cuatro o cinco días haciendo el amor sin descanso y añorándose luego durante apenas una semana! Y si él tenía dudas, ¿qué sentiría Ruth?
Entonces le sellaron el pasaporte y se lo devolvieron. Harry vio un letrero de aviso de que la puerta automática estaba averiada, pero la puerta se abrió de todos modos, dándole acceso al Nuevo Mundo, donde Ruth le esperaba. En cuanto la vio, sus dudas se desvanecieron, y ya en el coche, ella le dijo:
– Empezaba a darle vueltas, hasta que te vi
Llevaba una camisa entallada verde oliva, que se adhería a sus formas a la manera de un polo de manga larga, pero con el cuello más abierto. Harry vio allí la cruz de Lorena que le había dado, los dos travesaños que brillaban bajo el sol de otoño.
Viajaron hacia el oeste durante cerca de tres horas, y recorrieron la mayor parte de Massachusetts, antes de virar hacia el norte y entrar en Vermont. A mediados de octubre, la vegetación otoñal de Massachusetts estaba en su apogeo, pero los colores eran más apagados, ya declinando, mientras Ruth y Harry avanzaban hacia el norte. Harry pensó que las bajas y boscosas montañas reflejaban la melancolía de la estación cambiante. Los colores desvaídos anunciaban el dominio inminente de los árboles desnudos, de color pardo. Pronto las plantas de hoja perenne serían el único color que contrastaría con el cielo gris plomizo. Y al cabo de un mes y medio o incluso menos, el otoño cambiante volvería a cambiar: pronto llegaría la nieve. Habría días en que las tonalidades grises serían los únicos colores entre una blancura predominante, abrillantada de vez en cuando por unos cielos de pizarra violácea o azules
– Estoy deseando ver cómo es el invierno aquí -le dijo Harry a Ruth
– Lo verás muy pronto -replicó ella-. Aquí el invierno da la sensación de ser eterno
– Nunca te abandonaré -le aseguró él.
– No te me mueras, Harry -le pidió Ruth
El hecho de que Hannah Grant detestara conducir la había llevado a implicarse en más de una relación comprometedora. También detestaba quedarse sola los fines de semana, por lo que a menudo se iba a pasar el fin de semana fuera de Manhattan y visitaba a Ruth en Vermont, acompañada por uno u otro novio detestable pero que conducía
En aquellos momentos, Hannah atravesaba un período de transición entre dos novios, una situación que no solía tolerar durante mucho tiempo, y preguntó a Eddie O'Hare si querría acompañarla aquel fin de semana, aun cuando él primero tuviera que ir a buscarla a Manhattan. Hannah creía que pedirle a Eddie que la llevara a Vermont estaba justificado. Siempre creía que sus actos tenían justificación. Pero Ruth los había invitado a los dos, y Hannah estaba convencida de que ningún desvío era tan largo o prolongado como para que resultara inconveniente sugerirlo
Le había sorprendido la facilidad con que persuadió a Eddie, pero éste tenía sus razones para pensar que un viaje de cuatro horas en coche con Hannah podría ser beneficioso, incluso providencial. Naturalmente, los dos amigos, si a Hannah y Eddie se les podía considerar "amigos", estaban deseosos de hablar sobre lo que le había acontecido a su mutua amiga, pues Ruth había dejado pasmados a ambos cuando les anunció que estaba enamorada de un holandés con quien se proponía casarse, ¡por no mencionar que el holandés en cuestión era un ex policía al que había conocido apenas un mes atrás!
Cuando estaba en un período de transición entre dos novios, Hannah se vestía al estilo que ella llamaba "severo", es decir, casi tan sencillamente como Ruth, quien jamás habría dicho de Hannah que vestía con severidad. Pero Eddie observó que el cabello lacio de Hannah tenía un aspecto aceitoso, de poco lavado, que no era propio de ella, y que no llevaba maquillaje. Todo esto era una señal segura de que Hannah pasaba por una época de soledad entre dos novios. Eddie sabía que Hannah no le habría llamado para pedirle que la acompañara de haber tenido novio…, uno cualquiera
A los cuarenta años, la crudeza sexual de Hannah, realzada por el aspecto fatigado de sus ojos, apenas había disminuido. El cabello rubio ambarino, ayudado por el estilo de vida de Hannah, se había vuelto rubio ceniciento, y las pálidas oquedades bajo los pómulos prominentes exageraban su aura de un apetito constante y depredador, un apetito, a juicio de Eddie, quien la miraba de soslayo en el coche, decididamente sexual. Y el hecho de que hubiera transcurrido bastante tiempo desde que se depiló por última vez la zona de epidermis entre el labio superior y la parte inferior de la nariz era sexualmente atractivo. El vello rubio encima del labio superior, que Hannah tenía el hábito de explorar con la punta de la lengua, la dotaba de un poder animal que provocó en Eddie una excitación tan imprevista como indeseada
Ni ahora ni en ninguna otra época pasada Eddie se había sentido sexualmente atraído por Hannah Grant, pero cuando ella prestaba menos atención a su aspecto, su presencia sexual se anunciaba con una fuerza más brutal. Siempre había tenido la cintura alargada y delgada, los senos erguidos, pequeños y bien formados, y cuando cedía a la dejadez, ésta realzaba un aspecto de sí misma del que, en definitiva, estaba menos orgullosa: ante todo, Hannah parecía nacida para acostarse con alguien… y con otro y otro más, una y otra vez. (En conjunto, desde el punto de vista sexual, aterraba a Eddie, sobre todo cuando ella atravesaba un período entre dos novios.)
– ¡Un puñetero poli holandés! -le dijo Hannah a Eddie-. ¿Te imaginas?
Lo único que Ruth les había dicho a los dos era que había visto por primera vez a Harry en una de sus firmas de ejemplares, y que más adelante él se presentó en el vestíbulo de su hotel. A Hannah le enfurecía que su amiga hubiera mostrado tanta indiferencia ante la condición de policía jubilado de Harry. (Ruth había evidenciado mucho más interés por el hecho de que a Harry le gustara leer.) Había sido policía en el barrio chino durante cuarenta años, pero Ruth se limitaba a decir que ahora era "su" policía
– ¿Qué clase de relación tiene exactamente un tipo así con esas furcias? -le preguntó Hannah a Eddie, quien seguía conduciendo lo mejor que podía, pues le resultaba imposible no mirar a Hannah de vez en cuando-. Detesto que Ruth me mienta o no me diga toda la verdad, porque es tan buena embustera… Su jodido oficio consiste en inventar mentiras, ¿no es cierto?
Eddie volvió a mirarla furtivamente, pero nunca la habría interrumpido cuando ella estaba enfadada. Le encantaba contemplarla cuando se exaltaba
Hannah se repantigaba en el asiento, y el cinturón de seguridad le dividía visiblemente los senos al tiempo que le aplanaba el derecho casi hasta hacerlo desaparecer. Al mirarla una vez más de soslayo, Eddie se percató de que no llevaba sujetador. Vestía un pullover provocativo, bien ceñido, con ambos puños desgastados y perdida la elasticidad que tuvo el cuello cisne. La caída del cuello cisne alrededor de la garganta exageraba la delgadez de Hannah. El contorno del pezón izquierdo era claramente visible en el lugar donde el cinturón de seguridad tensaba el pullover contra el pecho