En comparación con la casa de Ruth, Eddie poseía una perrera al lado de la vía férrea, y estaba muy dolido, no sólo porque Ruth se mudaba, sino también porque el monumento que representaba el cenit sexual de su vida estaba en venta y él no podía comprarlo. Jamás habría abusado de la amistad o la conmiseración de Ruth, y ni siquiera se le había ocurrido pedirle, como un favor personal, que rebajara el precio
Pero a Eddie O'Hare se le había ocurrido otra cosa, algo que le había mantenido absorto durante sus horas de vigilia, y era proponerle a Hannah que compraran la casa entre los dos. Esta peligrosa mezcla de fantasía y desesperación era lamentablemente propia del carácter de Eddie. Hannah no le gustaba, y ella le pagaba con la misma moneda. ¡No obstante, tanto deseaba Eddie quedarse con la casa que estaba a punto de proponerle que la compartieran!
El pobre Eddie sabía que Hannah era una persona desaliñada. Él detestaba la suciedad hasta tal punto que pagaba a una señora de la limpieza no sólo para que limpiara su modesta vivienda una vez a la semana, sino también para que sustituyera, en vez de limitarse a limpiar, el escurreplatos cuando se oxidaba. La mujer también tenía instrucciones de lavar y planchar los paños para secar los platos. Por otro lado, Eddie detestaba a los novios de Hannah mucho antes de aquellos momentos predecibles en que ella misma empezaba a odiarlos
Ya había imaginado la ropa de Hannah, por no mencionar sus prendas interiores, abandonadas en cualquier lugar de la casa. Hannah se bañaría desnuda en la piscina y usaría la ducha exterior con la puerta abierta; tiraría o se comería las sobras que guardara Eddie en el frigorífico, y dejaría que sus propias sobras se enmohecieran antes de que Eddie se decidiera a tirarlas. La parte de la factura telefónica correspondiente a Hannah sería pasmosa, y Eddie tendría que pagarla porque a ella la habrían enviado a Dubai o un sitio por el estilo. (Además, Hannah pagaría con cheques sin fondos.)
También discutirían por el uso del dormitorio principal, y ella se saldría con la suya al aducir que necesitaba la cama de matrimonio para acostarse con sus novios y el armario grande para sus vestidos. Pero Eddie había llegado a la conclusión de que él se contentaría con la mayor de las habitaciones para invitados, que estaba en el extremo del pasillo en el piso superior (al fin y al cabo, había dormido allí con Marion.)
Y dada la edad avanzada de la mayoría de las amigas de Eddie, éste daba por sentado que debería reformar la estancia que fue cuarto de trabajo de Ted Cole (y más adelante despacho de Allan), convirtiéndolo en un dormitorio, pues algunas de las más frágiles y endebles ancianas de Eddie no estaban en condiciones de subir escaleras
Eddie intuía que Hannah le permitiría usar la antigua pista de squash instalada en el granero como despacho, pues le atraía el hecho de que hubiera sido el estudio de Ruth. Puesto que Ted se había suicidado en la pista de squash, Hannah no pondría los pies en el granero, no por respeto, sino porque era supersticiosa. Además, Hannah sólo usaría la casa en verano y los fines de semana, mientras que Eddie tendría en ella su residencia permanente. La esperanza de que ella estuviera mucho tiempo ausente era el motivo principal de que se engañara a sí mismo pensando que, a fin de cuentas, podría compartir la casa con ella. Pero ¡qué enorme riesgo corría!
– He dicho que he estado pensando en algo -volvió a decir Eddie
Hannah no le escuchaba
Mientras contemplaba el paisaje que desfilaba por su lado, la expresión de Hannah se endureció, pasando de una profunda indiferencia a una abierta hostilidad. Cuando penetraron en el estado de Vermont, Hannah se entregó al recuerdo de sus años estudiantiles en Middlebury y miró iracunda el entorno, como si la universidad y Vermont le hubieran causado algún perjuicio imperdonable…, aunque Ruth hubiera dicho que la causa principal de los cuatro años de trastornos y depresión de Hannah en Middlebury se debieron a la promiscuidad de su amiga
– ¡Jodido Vermont! -exclamó Hannah
– He estado pensando en algo -repitió Eddie
– Yo también -le dijo Hannah-. ¿O creías que estaba haciendo la siesta?
Antes de que Eddie pudiera responder, tuvieron el primer atisbo del monumento militar de Bennington. Se alzaba como una escarpia invertida, muy por encima de los edificios de la ciudad y las colinas circundantes. El monumento a la batalla de Bennington era una aguja de lados planos, cincelada, que conmemoraba la derrota de los británicos a manos de los Green Mountain Boys. Hannah siempre lo había detestado
– ¿Quién podría vivir en esta puñetera ciudad? -le preguntó a Eddie-. ¡Cada vez que vuelves la cabeza ves ese falo gigantesco que se alza por encima de ti! Todos los tíos que viven aquí deben de tener complejo de polla grande
"¿Complejo de polla grande?", se preguntó Eddie. Tanto la estupidez como la vulgaridad de la observación de Hannah le ofendían. ¿Cómo podía habérsele pasado por la imaginación la idea de compartir la casa con ella?
La anciana con quien Eddie se relacionaba por entonces (una relación platónica, pero ¿hasta cuándo?) era la señora de Arthur Bascom. En Manhattan todo el mundo la conocía aún por ese nombre, aunque su difunto marido, el filántropo Arthur Bascom, había fallecido mucho tiempo atrás. La esposa, "Maggie" para Eddie y su círculo de amigos más íntimos, había seguido la obra filantrópica de su marido. No obstante, nunca se la veía en una función de gala (aquellos perpetuos actos para recaudar fondos) sin la compañía de un hombre mucho más joven y soltero
En los últimos meses, Eddie representaba el papel de acompañante de Maggie Bascom, y él suponía que la dama le había elegido por su inactividad sexual. Últimamente no estaba tan seguro de ello, y pensaba que, a fin de cuentas, tal vez su disponibilidad sexual era lo que había atraído a la señora de Arthur Bascom, porque, sobre todo en su última novela, Una mujer difícil, Eddie O'Hare había descrito, con amoroso detalle, las atenciones sexuales que el personaje del hombre joven tiene hacia el personaje de la mujer mayor. (Maggie Bascom contaba ochenta y un años de edad.)
Al margen del interés exacto que la señora de Arthur Bascom tuviera por Eddie, ¿cómo podía éste haber imaginado que podría invitarla a la que sería su casa y la de Hannah en Sagapqnack si Hannah estaba presente? No sólo se bañaría desnuda, sino que probablemente invitaría a comentar las diferencias de color entre su cabello rubio ceniza y el vello rubio más oscuro del pubis, al que hasta entonces Hannah había dejado en paz
"Supongo que debería teñirme también el puñetero vello púbico", imaginaba Eddie que Hannah le diría a la señora de Arthur Bascom
¿En qué había estado él pensando? Si buscaba la compañía de amigas mayores, sin duda lo hacía en parte porque eran a todas luces más refinadas que las mujeres de la edad de Eddie, por no mencionar las de la edad de Hannah. (Según el criterio de Eddie, ni siquiera Ruth era "refinada".)
– Bueno, dime, ¿en qué has estado pensando? -le preguntó Hannah
Dentro de media hora, o incluso menos, verían a Ruth y conocerían a su policía
Eddie se dijo que quizá debería considerar el asunto con más calma. Después de todo, cuando terminara el fin de semana, se enfrentaría al viaje de regreso a Manhattan con ella, y durante esas cuatro horas tendría tiempo suficiente para abordar el tema de la adquisición conjunta de la casa
– Ahora no recuerdo en qué estaba pensando -respondió-. Ya te lo diré cuando me acuerde
– Supongo que no se trataba de una de tus arrolladoras y geniales ideas -bromeó Hannah, aunque la ocurrencia de compartir una casa con Hannah le había parecido a Eddie una de las ideas más arrolladoras y geniales que había tenido jamás