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– Sí. Se nota por el ruido de los frenos

Pasadas las 6.12 hicieron el amor con mucho cuidado. Habían vuelto a dormirse cuando el tren de las 10.21 con dirección este les dio los buenos días. La mañana era en verdad soleada, fresca, y el cielo estaba despejado

Aquel día era lunes. Ruth y Harry habían reservado plazas en el transbordador que zarparía el martes por la mañana desde Orient Point. La agente inmobiliaria, la mujer robusta con tendencia a lloriquear cuando fracasaba, abriría a los empleados de la empresa de mudanzas y cerraría la casa de Sagaponack cuando Ruth, Harry y Graham regresaran a Vermont

– Tiene que ser ahora o nunca -le dijo Eddie a Marion durante el desayuno-. Mañana se habrán marchado

El largo tiempo que Marion necesitaba para vestirse era una indicación de lo nerviosa que estaba

– ¿A quién se parece? -le preguntó a Eddie

Éste entendió mal la pregunta. Creía que ella se refería al aspecto que tenía Harry, pero le preguntaba por Graham. Eddie sabía que Marion temía el encuentro con Ruth, pero lo cierto era que también temía ver a Graham

Por suerte, en opinión de Eddie, Graham no había heredado el aspecto lobuno de Allan. Definitivamente, el muchacho se parecía más a Ruth

– Graham se parece a su madre -dijo Eddie, pero tampoco era eso lo que Marion había querido decir

Se refería a cuál de sus hijos se parecía Graham, o si no tenía los rasgos de ninguno de ellos. Marion no temía ver a Graham, sino a una reencarnación de Thomas o Timothy

La pesadumbre por los hijos perdidos no desaparece nunca; es una aflicción que sólo se suaviza un poco y eso sólo al cabo de mucho tiempo

– Sé más concreto, Eddie, por favor. ¿Dirías que Graham se parece más a Thomas o a Timothy? Tengo que estar preparada. A Eddie le habría gustado decirle que Graham no se parecía ni a Thomas ni a Timothy, pero recordaba mejor que Ruth las fotografías de sus hermanos muertos. En la cara redondeada de Graham, y en sus ojos oscuros y muy espaciados, había aquella expresión infantil de curiosidad y expectación que había reflejado el semblante del hijo más joven de Marion

– Graham se parece a Timothy -admitió Eddie

– Supongo que se le parece un poco -dijo Marion, pero Eddie supo que era otra pregunta

– No, mucho. Se parece mucho a Timothy

Aquella mañana Marion había elegido la misma falda gris, pero otro cuello cisne de cachemira, de color vino tinto, y en lugar de pañuelo se había puesto un sencillo collar, una delgada cadena de platino con un solo zafiro azul brillante, a juego con el color de sus ojos

Primero se recogió el cabello, pero luego lo dejó caer sobre los hombros, sujetándolo con un pasador de carey para mantenerlo apartado de la cara. (Era un día de viento, frío pero hermoso.) Finalmente, cuando consideró que estaba lista para el encuentro, se negó a ponerse el abrigo

– Estoy segura de que no estaremos mucho tiempo fuera -comentó

Eddie, para dejar de pensar en la trascendental reunión, empezó a hablar de cómo podrían remodelar la casa de Ruth.

– Puesto que no te gustan las escaleras, podríamos convertir en un dormitorio el antiguo cuarto de trabajo de Ted en la planta baja -le dijo a Marion-. Podríamos ampliar el baño en el extremo del pasillo, y si convirtiéramos la entrada de la cocina en la entrada principal de la casa, el dormitorio de la planta baja quedaría muy íntimo

Quería seguir hablando, decir cualquier cosa que impidiera a Marion imaginar hasta qué punto Graham podía parecerse a Timothy

– Entre subir las escaleras y dormir en el llamado cuarto de trabajo de Ted… En fin, tendré que pensar en ello -dijo Marion-. Es posible que, al final, se me antoje un triunfo personal eso de dormir en la misma habitación donde mi ex marido sedujo a tantas mujeres desgraciadas, por no mencionar que las dibujaba y fotografiaba. Eso podría ser muy placentero, ahora que pienso en ello. -De repente, la idea la había animado-. Que me amen en esa habitación… e incluso, más adelante, que cuiden de mí en esa habitación. Sí, ¿por qué no? Incluso me gustaría morir en esa habitación. Pero ¿qué hacemos con la maldita pista de squash?

Marion no sabía que Ruth ya había transformado el primer piso del granero, ni tampoco que Ted había muerto allí. Sólo sabía que se suicidó en el granero, envenenándose con monóxido de carbono, y por ello siempre había supuesto que cuando murió estaba dentro de su coche, no en la condenada pista de squash

Estos y otros detalles triviales tuvieron ocupados a Eddie y a Marion mientras enfilaban la Ocean Road de Bridgehampton y seguían por Sagaponack Road en dirección a Sagg Main Street. Era casi mediodía y el sol iluminaba la blanca piel de Marion, que todavía conservaba una suavidad notable. El sol la obligó a protegerse los ojos con la mano, antes de que Eddie bajara el parasol. El héxagono de incalculable luz brillaba como un faro en su ojo derecho y, bajo el sol, aquella mancha dorada hacía pasar el ojo del azul al verde. Mientras la miraba, Eddie supo que nunca volvería a separarse de ella

– Hasta que la muerte nos separe, Marion -le dijo

– Estaba pensando lo mismo -replicó ella

Puso su delgada mano izquierda sobre el muslo derecho de Eddie, y la dejó allí mientras él giraba a la derecha de Sagg Main y entraba en Parsonage Lane

– ¡Dios mío! -exclamó Marion-. ¡Mira cuántas casas nuevas!

Muchas de las casas no eran en absoluto "nuevas", pero Eddie no podía imaginar cuántas de las llamadas casas nuevas habían levantado en Parsonage Lane desde 1958. Y cuando redujo la velocidad para enfilar el sendero de acceso a la casa de Ruth, el alto seto de aligustres asombró a Marion. El seto se alzaba por detrás de la casa y rodeaba la piscina, que sin duda estaba allí, aunque ella no podía verla desde el sendero

– Aquel cabrón instaló una piscina, ¿eh? -le dijo a Eddie.

– Más bien es una especie de bonito estanque… No tiene trampolín

– Y, claro, también hay una ducha externa -conjeturó ella. La mano le temblaba sobre el muslo de Eddie

– Todo saldrá bien, ya lo verás -le aseguró él-. Te quiero, Marion

Marion permaneció sentada en el coche y esperó a que Eddie le abriera la portezuela. Como había leído todos sus libros, sabía que a él le gustaba hacer esa clase de cosas

Un hombre apuesto pero de aspecto rudo estaba partiendo leña junto a la puerta de la cocina

– ¡Vaya, desde luego parece fuerte! -dijo Marion mientras bajaba del coche y tomaba a Eddie del brazo-. ¿Es el policía de Ruth? ¿Cómo se llama?

– Harry -le recordó Eddie

– Ah, sí, Harry. No parece muy holandés, pero procuraré recordarlo. ¿Y el nombre del pequeño? ¡Es mi nieto y ni siquiera recuerdo su nombre!

– Se llama Graham-le dijo Eddie.

– Sí, Graham, claro

El rostro todavía exquisito de Marion, cincelado tan primorosamente como la cara de una estatua grecorromana, tenía una inefable expresión de pesadumbre. Eddie sabía en qué foto determinada debía de estar pensando Marion, la de Timothy a los cuatro años, sentado a la mesa el Día de Acción de Gracias, blandiendo un muslo de pavo al que miraba con una desconfianza comparable a la sospecha con que Graham había observado la presentación que hizo Harry del pavo asado sólo cuatro días atrás

En la expresión inocente de Timothy no había nada que ni remotamente hiciera prever cómo moriría el muchacho sólo once años después…, por no mencionar que, al morir, el cuerpo de Timothy quedaría separado de la pierna, algo que descubriría su madre sólo cuando intentara recuperar el zapato de su hijo muerto

– Vamos, Marion -le susurró Eddie-. Aquí fuera hace frío. Entremos y veámoslos a todos

Eddie saludó al holandés agitando la mano, y Harry le devolvió el saludo. Entonces se quedó un instante inmóvil, como si no supiera qué hacer. Por supuesto, el ex policía no reconoció a Marion, pero había oído hablar de la reputación que tenía Eddie como conquistador de ancianas… Ruth se lo había contado, y además él había leído todos los libros de Eddie. Así pues, no sin cierto titubeo, agitó la mano para saludar a la mujer que iba del brazo de Eddie