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– Ya te diré cuándo debes girar para seguir por Park Avenue. Hay ahí un sitio concreto donde merece la pena ver los adornos navideños

– Estoy llorando demasiado, no veo por dónde voy, papá -insistió Ruth

– Pero ésa es la prueba, Ruthie. La prueba consiste en que a veces no hay sitio donde parar, a veces no puedes detenerte y has de encontrar la manera de seguir adelante. ¿Lo has comprendido?

– Sí

– Pues entonces ya lo sabes todo -dijo su padre

Más adelante Ruth comprendió también que había pasado la parte de la prueba no mencionada: no había mirado a su padre ni una sola vez, y Ted había permanecido como invisible en el asiento del pasajero. Mientras su padre le contaba el accidente, Ruth no había apartado la vista de la carretera ni del retrovisor, y eso también había formado parte de la prueba

Aquella noche de noviembre de 1969 su padre le hizo avanzar por Park Avenue mientras comentaba los adornos navideños. En algún lugar, pasada la Calle 80, le pidió que virase a la Quinta Avenida. Entonces bajaron por la Quinta Avenida hasta el hotel Stanhope, enfrente del Metropolitan. Era la primera vez que Ruth oía restallar las banderas del museo sacudidas por el viento. Su padre le había dicho que diera al portero del Stanhope las llaves del Volvo. El hombre se llamaba Manny, y a Ruth le impresionó que conociera a su padre

Pero en el Stanhope le conocía todo el mundo. Debía de haber sido un cliente habitual. Entonces Ruth lo comprendió: ¡era allí adonde llevaba a sus mujeres! "Alójate siempre aquí, Ruthie…, cuando te lo puedas permitir -le había dicho su padre-. Es un buen hotel." (Desde 1980, ella pudo permitírselo.)

Aquella noche fueron al bar y su padre cambió de idea acerca del oporto y pidió en su lugar una botella de excelente Pommard. Dio cuenta del vino y Ruth se tomó un café doble, en previsión del viaje de vuelta a Sagaponack. Mientras estuvo sentada en el bar, Ruth tuvo la sensación de que seguía aferrada al volante, y aunque había tenido la oportunidad de mirar a su padre en el bar, antes de regresar al viejo Volvo blanco, no podía hacerlo. Era como si él aún estuviera contándole el terrible accidente

Pasada la medianoche, su padre le indicó el camino para ir a la avenida Madison, y en algún lugar, más allá de la Calle 90, le dijo que girase hacia el este. Avanzaron por la avenida Franklin Delano Roosevelt hasta el Triborough, y después por la Gran Carretera Central hasta la carretera de Long Island, donde Ted se quedó dormido. Ruth recordó que Manorville era la salida que debía tomar, y no tuvo que despertar a su padre para preguntarle el camino de regreso

Conducía en sentido contrario al de los automóviles que regresaban a la ciudad al final de la jornada festiva, y las luces del denso tráfico incidían continuamente en sus ojos, pero casi nadie iba en su dirección. En un par de ocasiones pisó el acelerador a fondo, sólo para ver la velocidad máxima que podía alcanzar el viejo coche. Alcanzó los ciento treinta y cinco en un par de ocasiones y ciento cuarenta y cinco otra vez, pero a esas velocidades se producía una vibración extraña en el morro del coche que la asustaba. Durante la mayor parte del trayecto respetó el límite de velocidad y pensó en el relato de la muerte de sus hermanos, sobre todo el momento en que su madre trataba de recuperar el zapato de Timmy

Ted Cole no se despertó hasta que pasaban por Bridgehampton

– ¿Cómo es que no has tomado las carreteras secundarias? -le preguntó

– Me apetecía estar rodeada por las luces de la ciudad y por los demás coches

– Ah -dijo su padre, y pareció que iba a dormirse de nuevo.

– ¿Qué clase de zapato era? -inquirió Ruth

– Era una zapatilla de baloncesto, el calzado favorito de Timmy

– ¿Esas altas, más arriba del tobillo?

– Así es

– Comprendo -dijo Ruth al tiempo que viraba por Sagg Main

A pesar de que en aquellos momentos no había otros vehículos a la vista, Ruth había puesto el intermitente cincuenta metros antes de efectuar el giro

– Has conducido bien, Ruthie -le dijo su padre-. Si alguna vez tienes que hacer un recorrido más difícil que éste, espero que recuerdes lo que has aprendido

Ruth estaba temblando cuando por fin salió de la piscina, y sabía que debía calentarse antes de empezar a jugar al squash con Scott Saunders, pero tanto sus recuerdos de cuando aprendió a conducir como la biografía de Graham Greene la habían deprimido. Norman Sherry no tenía la culpa, pero la biografía de Greene había tomado un giro al que ella se oponía. El señor Sherry estaba convencido de que cada personaje importante en una novela de Graham Greene tenía un homólogo en la vida real. En una entrevista concedida a The Times, el mismo Greene le había dicho a V. S. Pritchett que era incapaz de inventar. No obstante, en la misma entrevista, si bien admitía que sus personajes eran "una amalgama de fragmentos de personas reales", Greene también negaba que tomara sus personajes de la vida real. "Los personajes inventados desplazan a las personas reales, que son demasiado limitadas", decía el escritor. Pero a lo largo de demasiadas páginas de su biografía, el señor Sherry hablaba una y otra vez de las "personas reales"

A Ruth le entristecía sobre todo la vida amorosa del joven Greene. Lo que su biógrafo llamaba "su amor obsesivo" por la "católica fervorosa" que llegaría a ser la esposa de Greene era precisamente una de las cosas que Ruth no quería saber acerca de un autor cuya obra amaba. "Hay una pizca de hielo en el corazón del escritor", había escrito Greene en Una especie de vida. Pero en las cartas cotidianas que el joven Graham escribía a Vivien, su futura esposa, Ruth sólo veía el patetismo de un hombre prendado de una mujer

Ruth nunca se había sentido prendada, y era posible que su renuencia a aceptar la proposición matrimonial de Allan fuese su conocimiento de lo prendado que Allan estaba de ella

Había interrumpido la lectura de La vida de Graham Greene en la página 338, el inicio del capítulo veinticuatro, titulado "Por fin el matrimonio". Era una lástima que hubiera dejado de leer ahí, porque cerca del final de ese capítulo habría encontrado algo que la habría congraciado un poco con Graham Greene y su novia. Cuando la pareja por fin contrajo matrimonio y partieron de luna de miel, Vivien entregó a Graham una carta cerrada que le había dado la entrometida madre de ella, "una carta con instrucciones sobre el sexo", pero Vivien se la dio a su marido sin abrirla. Él la leyó y la rompió de inmediato, sin que Vivien hubiera podido echarle un vistazo. A Ruth le hubiese gustado saber que la flamante señora Greene había llegado a la conclusión de que podía arreglárselas muy bien sin los consejos de su madre

En cuanto a "Por fin el matrimonio", ¿por qué el título del capítulo, la frase en sí, la deprimía? ¿Acaso también podría decir eso cuando ella misma se casara? Parecía el título de una novela que Ruth Cole nunca escribiría y que ni siquiera querría leer

Ruth pensó que debería limitarse a releer las obras de Graham Greene, pues estaba segura de que no quería saber nada más de su vida. Allí estaba ella, reflexionando sobre lo que Hannah llamaba su "tema favorito", que era su escrutinio infatigable de la relación entre lo "real" y lo "inventado". Pero le bastó pensar en Hannah para volver al presente

No quería que Scott Saunders la viese desnuda en la piscina, todavía no

Entró en la casa y se puso unas prendas limpias y secas para jugar al squash. Introdujo polvos de talco en el bolsillo derecho de los pantalones cortos. Le mantendría seca y suave la mano que sujetaba la raqueta, y así evitaría el riesgo de que le salieran ampollas. Ya había enfriado el vino blanco, y ahora preparó el arroz, lo lavó y, con la cantidad adecuada de agua, lo depositó en el recipiente del vaporizador eléctrico. Todo lo que tendría que hacer más tarde era apretar el botón que pondría el aparato en marcha. Ya había puesto la mesa con dos servicios

Finalmente trepó por la escala hasta el piso superior del granero y, tras hacer unos ejercicios de estiramiento, empezó a practicar con la pelota

No le costó adquirir el ritmo: cuatro golpes directos a lo largo de la pared y alcanzaba la chapa reveladora; cuatro reveses y alcanzaba de nuevo la chapa. Cada vez que golpeaba la chapa, apuntando bajo ex profeso, le daba a la pelota con fuerza suficiente para que el golpe contra la chapa resonara estrepitosamente. En el juego real, Ruth casi nunca golpeaba la chapa. En un partido difícil, tal vez la tocaba dos veces, pero quería asegurarse de que, cuando llegara, Scott Saunders le oyera golpear la chapa. Así, cuando subiera por la escala para jugar con ella, pensaría: "Para ser una presunta buena jugadora, toca mucho la chapa". Después, cuando empezaran a jugar, le sorprendería ver que la pelota de Ruth casi nunca alcanzaba la chapa