Después de que Scott se marchara, Ruth encontró la cabeza de la raqueta en el lavadero y la tiró a la basura junto con lo que quedaba del mango. Entonces se dispuso a lavar algo de ropa: sólo su equipo de squash, unas prendas interiores y las toallas que ella y Scott habían usado. Lo hizo más que nada para oír el zumbido de la lavadora, porque la tranquilizaba. La gran casa, sin nadie más que ella, estaba demasiado silenciosa
Se bebió casi un litro de agua y, desnuda de nuevo, se dirigió con una toalla limpia y dos compresas de hielo a la piscina. Se dio una prolongada ducha caliente, enjabonándose dos veces, y entonces se sentó en el último escalón de la piscina. No había querido mirarse en el espejo pero, a juzgar por lo que notaba, tenía hinchados el pómulo y el ojo derechos. Tan sólo podía entreabrir el ojo. Por la mañana estaría totalmente cerrado
Después de la ducha caliente, al principio notó fría el agua de la piscina, pero era suave como la seda y mucho más cálida que el aire nocturno. La noche era clara y en el cielo debía de haber un millón de estrellas. Ruth confió en que la noche siguiente, cuando volara a Europa, fuese también clara, pero estaba demasiado fatigada para pensar más en su viaje. Dejó que el hielo la insensibilizara
Estaba tan inmóvil que una ranita saltó hacia ella, y Ruth la sostuvo en el hueco de la mano. Tendió la mano y dejó la rana en la plataforma; desde allí, el animalito se escabulló dando saltos. Al final el cloro hubiera acabado con ella. Entonces Ruth se restregó la mano bajo el agua hasta que desapareció la sensación viscosa dejada por la rana. La baba le había recordado sus experiencias recientes con la gelatina lubricante
Cuando oyó que la lavadora se detenía, salió de la piscina e introdujo la ropa húmeda en la secadora. Se acostó en su habitación y permaneció entre las sábanas limpias, escuchando el agradable y familiar golpeteo de algo que giraba en la secadora
Pero más tarde, cuando tuvo que bajar de la cama para ir al lavabo, sintió dolor al orinar, y pensó en el lugar desacostumbrado, tan profundo, en el que había hurgado Scott Saunders. Allí también le dolía, pero este último dolor no era agudo, sino una molestia, como el inicio de un calambre, sólo que no era el momento de tener calambres ni aquél un lugar donde antes hubiera sentido dolor
Por la mañana llamó a Allan antes de que él partiera hacia el trabajo
– ¿Me querrías menos si abandonara el squash? -le preguntó Ruth-. No creo que tenga muchas ganas de volver a jugar…, es decir, después de que derrote a mi padre
– Pues claro que no te querría menos por eso -le dijo Allan.
– Eres demasiado bueno para mí -le advirtió ella
– Te he dicho que te quiero
"¡Dios mío, debe de amarme de veras!", pensó Ruth, pero se limitó a decirle:
– Volveré a llamarte desde el aeropuerto
Ruth se había examinado las marcas dejadas por los dedos de Scott en los senos. También tenía en las caderas y en las nalgas, pero no podía vérselas todas sólo con el ojo izquierdo. Aún no quería mirarse la cara en el espejo; no tenía necesidad de verse para saber que debía seguir poniéndose hielo en el ojo derecho, y así lo hizo. Se notaba rígido y dolorido el hombro derecho, pero estaba cansada de aplicarse hielo. Además, tenía cosas que hacer. Acababa de cerrar el equipaje cuando llegó su padre a casa.
– Dios mío, Ruthie… ¿Quién te ha pegado?
– Ha sido jugando a squash -mintió ella.
– ¿Con quién jugabas?
– Básicamente, yo sola -respondió Ruth.
– Ruthie, Ruthie… -le dijo su padre
Se le veía fatigado. No aparentaba setenta y siete años, pero su hija llegó a la conclusión de que parecía tener sesenta y tantos. Le gustaban los dorsos suaves de sus manos pequeñas y cuadradas. Ruth se concentró en las manos porque no podía mirarle a los ojos, por lo menos no podía hacerlo con el ojo derecho hinchado y cerrado
– Lo siento, Ruthie -siguió diciéndole-. Lo de Hannah…
– No quiero saber nada de eso, papá -le interrumpió Ruth-. Eres un pichabrava, no puedes tenerla quieta. En fin, la vieja historia de siempre
– Pero es que Hannah… -intentó decirle su padre.
– No quiero ni oír su nombre -replicó Ruth.
– De acuerdo, Ruthie
No soportaba ver su timidez, y ya sabía que él la amaba más que a nadie. Lo peor era que también ella le quería, más que a Allan y, desde luego, más que a Hannah. No había nadie a quien Ruth Cole amara o detestara tanto como a su padre
– Ve a buscar tu raqueta -se limitó a decirle.
– ¿Puedes ver con ese ojo? -le preguntó él.
– Puedo ver con el otro
Ruth da a su padre una lección de conducir
Aún sentía dolor cuando orinaba, pero procuró no pensar en ello. Se apresuró a ponerse el equipo de squash, ansiosa de estar en la pista, calentando la pelota, antes de que su padre estuviera preparado para jugar. También quería borrar el tiznón azul que señalaba el punto muerto en la pared frontal. No necesitaba la señal hecha con tiza para saber dónde estaba el punto muerto
La pelota ya estaba caliente, y muy viva, cuando Ruth notó un temblor en el suelo casi imperceptible: su padre trepaba por la escala del granero. Ruth corrió una vez a la pared frontal, y entonces dio media vuelta y corrió a la pared posterior, todo ello antes de oír que su padre golpeaba dos veces con la raqueta en la puerta de la pista. Ruth sólo sentía una punzada de dolor en aquel lugar tan profundo donde Scott Saunders la había embestido contra su voluntad. Si no se veía forzada a correr demasiado, estaría bien
La falta de visión del ojo derecho era un problema más considerable, pues habría momentos en los que no vería dónde estaba su padre. Ted no invadía la pista, sino que se movía lo imprescindible, pero era como si se deslizase, y si no podías verle, no sabías dónde estaba
A Ruth no se le ocultaba que era esencial ganar el primer juego. Ted era más resistente en la mitad de un partido. Ruth pensó que, si tenía suerte, su padre necesitaría un juego para localizar el punto muerto. Cuando estaban todavía en la fase de precalentamiento, ella observó que su padre miraba la pared frontal de la pista con los ojos entornados, buscando aquella tiznada azul que había desaparecido
Ganó ella el primer juego por 18 a 16, pero por entonces su padre había localizado el punto muerto y Ruth contestaba tarde el potente servicio de Ted, sobre todo cuando lo recibía en el lado izquierdo de la pista. Como no veía con el ojo derecho, prácticamente tenía que volver la cara cuando él servía. Perdió los dos juegos siguientes por 12 a 15 y 16 a 18, pero, aunque él la ganaba por 2 juegos a 1, fue Ted quien necesitó la botella de agua después del tercer juego
Ruth ganó el cuarto juego por 15 a 9. Su padre perdió el último punto al golpear la chapa. Era la primera vez que uno de los dos tocaba la chapa. En juegos, estaban empatados 2 a 2. No era la primera vez que empataba con su padre… y ella siempre había acabado por perder. Muchas veces, poco antes del quinto juego, su padre le decía: "Creo que vas a ganarme, Ruthie", y entonces él ganaba. Esta vez no dijo nada. Ruth tomó un trago de agua y le miró durante largo rato con el ojo sano
– Creo que voy a ganarte, papá -le dijo
Ganó el quinto juego por 15 a 4. Una vez más, su padre golpeó con la pelota en la chapa al perder el último punto. El sonido revelador de la chapa reverberaría en los oídos de Ruth durante los siguientes cuatro o cinco años
– Buen trabajo, Ruthie -le dijo Ted
Su padre abandonó la pista para ir en busca de la botella de agua. Ruth tenía que darse prisa. Pudo darle unos golpecitos con la raqueta en el trasero cuando él cruzaba la puerta. Lo que deseaba era abrazarle, pero él ni siquiera la miraba. " ¡Qué hombre tan raro!", se dijo Ruth. Entonces recordó la extravagancia de Eddie O'Hare cuando trató de hacer desaparecer la calderilla por la taza del water. Tal vez todos los hombres eran raros
Siempre le había parecido extraño que su padre considerase natural estar desnudo delante de ella. Desde que sus pechos empezaron a desarrollarse, y su desarrollo fue notable, no se sentía cómoda cuando estaba desnuda delante de él. Sin embargo, ducharse juntos en la ducha al aire libre y nadar juntos en la piscina…, en fin, ¿acaso esas actividades no eran meros ritos familiares? Sea como fuere, en verano parecían ser los rituales esperados, inseparables de los partidos de squash