Le contó que se golpeaba la cabeza contra la cabecera de la cama y no había tenido más remedio que mover las caderas contra él. Y que, más tarde, le había pegado… y no con una raqueta de squash. ("Ruth pensó que había sido un directo de izquierda, no lo vio venir.") Se acurrucó, confiando en que él no volviera a pegarle. Entonces, cuando se le despejó la cabeza, bajó las escaleras y encontró la raqueta de squash de Scott, cuya rodilla alcanzó al primer golpe
– Fue un revés bajo -le explicó-. Con la raqueta ladeada, por supuesto
– ¿Le diste primero en la rodilla? -la interrumpió su padre.
– En la rodilla, la cara, los dos codos y las dos clavículas…, por ese orden -respondió Ruth
– ¿No podía andar? -le preguntó su padre.
– No podía andar a gatas, pero erguido sí,
– Dios mío, Ruthie…
– ¿Has visto la indicación del aeropuerto? -le preguntó ella.
– Sí, la he visto
– No parecía que la hubieras visto
Entonces le contó que aún le dolía cuando orinaba y que sentía cierta molestia en un lugar desacostumbrado, en lo más profundo de sus entrañas
– Estoy segura de que desaparecerá -añadió, prescindiendo de la tercera persona-. Sólo debo acordarme de que esa postura me perjudica
– ¡Mataré a ese cabrón! -exclamó su padre
– ¿Por qué has de molestarte? -replicó Ruth-. Puedes seguir jugando a squash con él, cuando pueda correr de nuevo. No es muy bueno, pero bastante útil para practicar… No es un mal ejercicio
– ¡Prácticamente te violó! -gritó su padre-. ¡Te ha pegado!
– Pero nada ha cambiado -insistió Ruth-. Hannah sigue siendo mi mejor amiga y tú mi padre
– Muy bien, muy bien, lo entiendo -dijo Ted
Intentó enjugarse las lágrimas que le humedecían las mejillas con el dorso de la camisa de franela. A Ruth le encantaba aquella camisa porque su padre la llevaba cuando ella era pequeña. De todos modos, sintió la tentación de decirle que no quitara las manos del volante, pero no se lo dijo y le recordó cuál era su línea aérea y la terminal que debía buscar
– Ves bien, ¿verdad? -le preguntó-. Es la Delta
– Sí, veo bien, ya sé que es la Delta -replicó él-. Y te comprendo, sí, entiendo tu postura
– No creo que la entiendas jamás. No me mires…, ¡aún no hemos parado! -tuvo que decirle
– Ruthie, Ruthie, lo siento, lo siento mucho…
– ¿Ves dónde dice "Salidas"?
– Sí, lo veo -replicó él, en el mismo tono en que le había dicho "Buen trabajo, Ruthie" cuando le derrotó en su condenado granero
Finalmente, Ted detuvo el vehículo
– Bueno, papá, conduce bien al regreso -le dijo su hija
De haber sabido que aquella era su última conversación, podría haber intentado arreglar las cosas entre ellos. Pero se daba cuenta de que, por una vez, le había vencido de veras. Su padre estaba demasiado derrotado para que le animara un simple giro en la conversación. Y, además, el dolor en aquel lugar desacostumbrado aún la molestaba
Visto en retrospectiva, habría bastado con que Ruth le hubiera dado a su padre un beso de despedida
En la sala VIP de la compañía Delta, antes de subir al avión, Ruth telefoneó a Allan. Éste parecía preocupado, o como si no fuese del todo sincero con ella. Ruth sintió una punzada de dolor al imaginar lo que él podría pensar de ella si alguna vez se enteraba de su relación con Scott Saunders. (Allan nunca lo sabría.)
Hannah había recibido el mensaje de Allan y le devolvió la llamada, pero él había sido muy parco en palabras. Le dijo a Hannah que no ocurría nada preocupante, que había hablado con Ruth y que ésta se encontraba bien. Hannah le propuso ir juntos a comer o tomar una copa, "sólo para hablar de Ruth", pero Allan respondió que, cuando Ruth regresara de Europa, se reunirían los tres. "Nunca hablo de Ruth", le había dicho
Lo que Ruth le dijo desde el aeropuerto fue lo que más se aproximaba a decirle que le quería, pero aún notaba en la voz de Allan un deje de preocupación que la turbaba. Era su editor, y éste nunca le ocultaba nada
– ¿Qué ocurre, Allan? -le preguntó Ruth.
– Pues… -Con aquella actitud reacia Nada, en realidad. Puede esperar.
– Dímelo
– Había algo en el correo de tus lectores -dijo Allan-. Normalmente nadie lo lee y nos limitamos a enviarlo a Vermont. Pero esa carta iba dirigida a mí, es decir, a tu editor, así que la leí. En realidad es una carta para ti
– ¿Uno de esos que me odian? -inquirió Ruth-. No me faltan, desde luego. ¿Sólo se trata de eso?
– Supongo que sí, pero es inquietante. Creo que deberías ver esa carta
– La veré cuando vuelva -dijo Ruth
– Podría enviártela por fax al hotel -le sugirió Allan.
– ¿Es amenazante? ¿Alguien que me sigue los pasos?
Esa frase, "alguien que me sigue los pasos", siempre le producía un escalofrío
– No, es una viuda…, una viuda enfadada -le informó Allan.
– Ah, bueno
Era algo que ya esperaba. Cuando escribió acerca del aborto, ella que no había abortado, recibió cartas airadas de mujeres que sí lo habían hecho. Cuando escribió acerca del parto, sin haber sido madre, o sobre el divorcio, sin estar divorciada (ni casada)… en fin, siempre le enviaban esa clase de cartas. Personas que negaban la realidad de la imaginación, o que insistían en que la imaginación no era tan real como la experiencia personal. Era una vieja cuestión que se planteaba una y otra vez
– Por el amor de Dios, Allan -le dijo Ruth-, no te preocupará que otro lector me conmine escribir de lo que conozco, ¿verdad?
– Esta carta es diferente.
– Muy bien, envíamela por fax.
– No quiero preocuparte -replicó él
– ¡Entonces no me la envíes! -repuso ella, irritada. Un pensamiento acudió de improviso a su mente y añadió-: ¿Es una viuda que me sigue los pasos o sólo una que está enfadada?
– Mira, voy a enviarte la carta por fax
– ¿Es algo que deberías mostrar al FBI? -le preguntó Ruth-. ¿Se trata de eso?
– No, no hay para tanto. En fin, no lo creo.
– Entonces envíame el fax
– Estará allí cuando llegues -le prometió Allan-. Bon voyage!
¿Por qué las mujeres eran, sin excepción, los peores lectores cuando se trataba de algo que afectaba a su vida personal?, se preguntó Ruth. ¿Qué hacía suponer a una mujer que su violación (o su aborto, su matrimonio, su divorcio, la pérdida de un hijo o del marido) era la única experiencia que existía en el mundo? ¿O se trataba tan sólo de que la mayoría de los lectores de Ruth eran mujeres, y las mujeres que escribían a los novelistas y les contaban sus desastres personales eran las más desgraciadas de todas?
Ruth se sentó en la sala VIP de las lineas aéreas Delta y se aplicó un vaso de agua helada en el ojo amoratado. Su expresión preocupada, además de su lesión evidente, debió de ser lo que impulsó a otra pasajera, que estaba claramente bebida, a hablarle. La mujer, más o menos de la edad de Ruth, con el rostro tenso y pálido, tenía una expresión dura. Era demasiado delgada, una fumadora empedernida de voz rasposa y acento sureño, incrementado por el alcohol
– Fuera quien fuese, chica, estás mejor sin él -le dijo la mujer.
– Es una lesión de squash
La mujer entendió que se refería al fruto cucurbitáceo de corteza dura conocido por el nombre de squash
– ¿Te arreó un calabazazo? -le preguntó, arrastrando las palabras-. ¡joder, debió de ser una calabaza bien dura!
– Sí, bastante dura -admitió Ruth, sonriendo
Una vez a bordo del avión, Ruth se tomó dos cervezas, una tras otra. Cuando tuvo que orinar, se sintió aliviada al comprobar que el dolor había disminuido. Sólo viajaban otros tres pasajeros en primera clase, y el asiento contiguo al suyo estaba libre. Le dijo a la azafata que no le sirvieran la cena, pero que la despertaran para desayunar