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Jillian sonrió.

– Sería estupendo-dio un bocado a su comida-. Quiero darte las gracias una vez más por ayudarme con los chicos. No sé lo que habría hecho sin ti. No puedo ir detrás de ellos con el tobillo hinchado.

Nick se recostó sobre el respaldo de su silla.

– ¿Por qué te empeñaste en asumir una responsabilidad tan grande?-le preguntó él-. Ya es bastante duro para sus propios padres, y tú no tienes experiencia alguna.

– Por eso, precisamente-dijo Jillian-. Por que quería ver cómo era eso de cuidar de los niños.

– ¿Por qué? ¿Estás pensando en adoptar a unos trillizos?

Jillian hizo una pausa.

– La verdad es que he estado pensando últimamente en lo de la maternidad. Pero después de todo lo acontecido durante esta semana, creo que ha quedado muy claro que debo olvidarme de ello.

– Yo no tomaría esta semana como ejemplo. Casi nadie tiene que cuidar a tres niños de la misma edad a la vez. Yo formé parte de una familia numerosa y no sucedían en todo un año tantos desastres como con estos diablillos en una semana. Es sólo una cuestión de…

– ¿Organización?-preguntó ella con una sonrisa burlona.

Nick se rió.

– Sí, eso es: organización.

La leve tensión generada antes de la comida ya había desaparecido por completo.

El deseo de Nick estaba de momento bien oculto bajo la superficie. Pero sólo otro leve tacto de Jillian sería suficiente para despertar de nuevo su virilidad y hacer patente que para él los límites entre la amistad y la pasión estaban cada vez más difusos.

Capítulo 5

El día siguiente, el tobillo de Jillian ya había vuelto casi a la normalidad. Las marcas de su rostro habían desaparecido y Nick estaba trabajando duro para arreglar la ventana, el marco de la puerta y el baño de abajo.

Cuando Roxy y Greg regresaran no se darían cuenta de nada de lo sucedido. Sólo los niños podrían acusar a su tía, pero esperaba que una divertida tarde en la fiesta de los bomberos voluntarios bastara para borrar de su mente los nefastos episodios. Nick había prometido llevarlos después de comer.

Jillian se secó las manos y se dirigió hacia la habitación donde estaba su adorable carpintero, pero el teléfono interceptó su paso.

Al oír la voz de su hermana, se quedó paralizada.

– ¡Roxy! No esperaba que llamaras tan pronto.

– Han pasado ya cuatro días. ¿Todo va bien? Tenía la sensación de que algo había pasado.

– Sí, muy bien-respondió Jillian con un tono animoso-. Ya te dije que si necesitaba algo te llamaría.

Se hizo un largo silencio.

– ¿Estás segura? No tienes ninguna experiencia con niños y no es fácil-dijo Roxy-. ¿Qué me dices de la alergia de Zach? ¿Y la herida que Andy tenía en la rodilla? No se le habrá infectado, ¿verdad? Y Sam no puede dormir cuando hace mucho viento.

Jillian notó cierta desesperación en la voz de su hermana. Quería sentirse irremplazable, pensar que nadie podía cuidar a sus hijos como ella.

Jillian se sintió culpable y contempló por un momento contarle la verdad a su hermana. Pero conociendo a Roxy y a Greg, sabía: que tomarían el primer vuelo de regreso, así que decidió suavizar un poco la historia.

– Lo único que ha pasado es que me caí jugando con los niños y me torcí un tobillo. Pero ellos están perfectamente. Déjame que los avise para que hablen contigo.

En cuanto los llamó, los pequeños corrieron al teléfono.

El primero en ponerse fue Zach.

Jillian se sentó en un taburete a tomarse un café, mientras escuchaba distraídamente a su sobrino.

– La tía se ha caído-dijo el pequeño.

Sobresaltada, Jillian dejó rápidamente la taza y le quitó el teléfono.

– Te paso ahora con Andy-le dijo a su hermana.

Andy agarró el teléfono y comenzó a reírse al oír la voz de su madre. Lo malo vino cuando respondió.

– La tía se ha caído-dijo-. ¡Bomberos, bomberos!

Jillian le quitó el teléfono al segundo soplón y se lo pasó a Sam. Al menos sabía que éste sería discreto.

El pequeño se limitó a escuchar a su madre hasta que su tía recuperó el auricular para despedirse.

– Jillian, ¿qué ha ocurrido?-preguntó Roxy-. Andy me estaba hablando de bomberos.

– Nada no ha pasado nada. Simplemente que nos vamos a, la fiesta de los bomberos voluntarios esta tarde-se justificó Jillian, con la voz ligeramente temblorosa-. Nick dice que habrá ponys.

– ¿Nick? ¿Nick Callahan?-preguntó Roxy con animosidad-. ¿Qué tal está Nick?

En ese preciso momento entró el hombre en cuestión. Sonrió y se dirigió a la pila para tomarse un vaso de agua.

– Se está portando fantásticamente bien con los niños-dijo Jillian distraídamente-. Es un fabuloso carpintero. Vuestra librería está quedando muy bien.

– Bueno, ¿y qué opinas de él?-preguntó Roxy-. Supongo que sabes que no es sólo un…

– Roxy, me tengo que ir-le dijo a su hermana. No iba a hablar sobre las virtudes del caballero teniéndolo presente-. Bueno, ya discutiremos de todo eso cuando regreses. Tengo que preparar a los chicos para salir. Adiós. Nos vemos pronto.

Colgó el teléfono y se dejó caer sobre el asiento, resoplando cansada.

– ¿Qué tal está Roxy?-preguntó Nick.

– Muy bien-respondió Jillian.

– ¿Les has contado todo lo sucedido?

– Por supuesto-le mintió Jillian con una gran sonrisa-. Justo antes de que tú entraras en la cocina.

Él se rió.

– ¿Y agarran el primer avión de vuelta? Jillian soltó una carcajada.

– Bueno, no les he dado una versión detallada. Sólo les he contado una parte. Ya se enterarán del resto cuando regresen. No veo la necesidad de arruinarles unas vacaciones perfectas.

Él le lanzó una de sus adorables sonrisas.

– ¿Estás preparada?

– Yo sí. Pero, ¿vas a ir así?-le preguntó ella, mirándolo de arriba abajo. Tenía el torso al descubierto y los pantalones a la altura de la cadera.

– No. Iré a darme una ducha y a ponerme algo decente-dijo él-. Pero estaré de vuelta antes de que te haya dado tiempo a ponerles a los niños los zapatos-bromeó él.

Ella le lanzó el paño de cocina contra la cabeza cuando salía por la puerta.

Dispuesta a demostrarle que estaba equivocado, colocó a los niños en fila en el sofá y les puso uno a uno los zapatos.

– ¿Lo veis? Es todo cuestión de organización. Vamos. No queremos hacer esperar a Nick.

A los pocos minutos de salir, apareció él, con el pelo aún húmedo de la ducha. Jillian pensó que era el hombre más atractivo que había visto jamás.

Él tomó a Sam y se lo puso a hombros y, todos juntos, se dirigieron andando hacia la feria.

Pronto atravesaron el arco de entrada y tuvieron que hacer un gran esfuerzo por evitar que los niños salieran corriendo.

Había entretenimientos de todos los tipos: tiro al blanco, pesca de regalos, prueba de fuerza…

Uno de los bomberos voluntarios llamó a Nick desde la distancia.

– ¡Vamos, anímate a probar tus fuerzas! Demuéstrale a tu mujer lo fuerte que estás y gana un osito de peluche para ella.

Jillian abrió la boca para corregir el malentendido, pero Nick se aproximó al hombre y aceptó el reto. Puso a Sam en el suelo, se frotó las manos, agarró el mazo y golpeó con fuerza. Inmediatamente la campana sonó. Había ganado el premio. Los niños aplaudieron complacidos. Cuatro veces repitió la hazaña, obteniendo un muñeco para cada uno.

– Tiene usted todo un marido-dijo el bombero.

– No es mi marido-dijo ella y el hombre miró a los niños-. Tampoco ellos son mis niños, sino mis sobrinos.

– No será usted la dama que está en la casa de los Hunter, ¿verdad? Cielo santo, ya oí lo de su llamada de auxilio. Siento no haber podido ir en persona, pero estaba en Nashua con mi familia, visitando a mi hermana. He oído que fue todo un espectáculo.