Jillian escuchó consternada pero educadamente el relato del hombre, hasta que Nick encontró una buena excusa para alejarse allí.
Pero durante el resto de su estancia en la feria, o bien la gente asumía que eran una familia, o recapitulaban el incidente de la casa del lago.
Parecía condenada a enfrentarse a una situación embarazosa lo quisiera o no.
Sin embargo, lejos de sentirse incómoda o molesta, se lo tomaba con envidiable e inusual humor en ella.
Quizás el motivo de aquella poco frecuente reacción fuera Nick. Le agradaba estar con él, que la tomara de la mano y le diera confianza.
Después de tres horas, emprendieron el camino de vuelta a casa, cansados pero felices.
Había sido una tarde perfecta, y Jillian había disfrutado como nunca, gracias en gran parte a la camaradería que se había ido creando entre Nick y ella.
Desde su primer encuentro, había podido ver varias caras de aquel increíble hombre: el excelente y organizado carpintero, el padre ideal, el hombre que despertaba sus instintos más básicos y el niño capaz de disfrutar sin más. Incluso, había podido llegar a imaginárselo como marido.
De pronto, aquella antigua lista de atributos para una pareja perfecta, la que tan meticulosamente había elaborado tiempo atrás, le resultaba absurda.
Siempre había pensado que podría controlar sus sentimientos, que se enamoraría del hombre que ella eligiera. Qué equivocada había estado.
El amor había llegado cuando menos lo esperaba y no había nada que pudiera hacer al respecto, sólo rendirse.
Jillian se sentó ante la gran mes de caoba de la sala de conferencias del Instituto de Nuevas Tecnologías. Iba vestida con un traje de chaqueta y una camisa de seda, su típico atuendo de trabajo. Pero se sentía extrañamente incómoda.
Al llegar a casa desde la feria, se había encontrado con un mensaje urgente. La necesitaban en Boston y su ética profesional le había impedido ignorar el aviso.
Nick se había ofrecido a quedarse con los niños, pero Jillian había preferido avisar a su madre.
Miró al reloj y se preguntó qué estarían haciendo los niños. Seguramente su madre les habría acostado la siesta. Nick, por su parte, estaría trabajando en la librería o quizás estaría dando algunos retoques a los desperfectos que ella había causado.
En cuanto acabara la reunión, llamaría para ver cómo estaban todos. La idea de que los pequeños la echaran de menos la conmovía. También pensaba que tal vez Nick se lamentara de su ausencia. ¿Pensaría en ella?
Desde luego Jillian no se lo había podido quitar de la cabeza en las últimas horas.
Durante el trayecto hacia Boston había recapitulado todo lo sucedido desde su primer encuentro hasta el instante mismo en que había abandonado la morada de los Hunter.
Las voces de los presentes resonaban en la distancia. Era incapaz de concentrarse en lo que decían. Todo el comité estaba allí presente, vestidos con sus mejores trajes, decididos a impresionar al doctor Richar Jarret. Jarret era un físico eminente que había expresado su interés en una de las vacantes del instituto.
Mientras los miembros del comité interrogaban al físico, se dio cuenta de lo silenciosa que estaba la sala. Sólo el sonido limpio de cada interlocutor alteraba el vacío sonoro.
Se había acostumbrado tanto al ruido continuo de los niños que casi lo echaba de menos.
Miró a Richar Jarrett y lo analizó. Era relativamente atractivo y tenía un currículo impresionante. Sin duda, se trataba de uno de esos candidatos perfectos al puesto de padre o marido.
Sin embargo, por algún motivo, le resultaba increíblemente aburrido y poco atrayente. También la reunión empezaba a hacérsele tediosa.
Después de su energético trabajo de los últimos días, sus compañeros de profesión le parecían carentes de interés y vida.
– ¿Doctora Marshall?
Jillian salió de su ensimismamiento.-¿Sí?
– ¿Tiene alguna pregunta para el doctor Jarret?
– Pues… no-dijo ella-. Todas las dudas que tenía ya han sido contestadas.
El rector la miró extrañado y luego volvió al orden del día.
Jillian se sintió ligeramente avergonzada. Quizás debería haber preguntado algo. Pero aquel hombre estaba sobradamente capacitado para el puesto y todos lo sabían. La entrevista no era más que un mero trámite.
Minutos después, el rector dio por terminada la reunión y Jillian se levantó de su asiento. Pero, en lugar de unirse al grupo, se dirigió hacia la puerta con la intención de ir a llamar a su madre.
Antes de salir, el rector le interceptó el paso.
– Y bien, doctora Marshall-le dijo Leo Fleming-. ¿Qué opina? Esperamos que el doctor decida pasar a formar parte de nuestro instituto-sin darle ocasión a responder, la llevó a un rincón de la sala-. Doctora Marshall, al comité le gustaría pedirle un favor… El doctor Jarret va a pasar la noche en Boston y no conoce la ciudad. Nos gustaría que le mostrara los lugares más importantes y que lo llevara a un restaurante.
Jillian forzó una sonrisa tratando de mostrarse agradecida por haber sido elegida.
– Me temo que no va a ser posible, doctor Fleming. Tengo responsabilidades familiares.
– ¿Familiares?-preguntó el rector-. ¿A qué se refiere? Pensé que no tenía familia.
– Bueno, me estoy ocupando de mis sobrinos por unos días y no me gusta dejarlos con nadie más.
– Seguro que no les pasará nada por quedarse unas horas en compañía de otra persona-el doctor se aclaró la garganta-. Quizás no se haya dado cuenta aún de lo importante que es todo esto para el instituto.
– ¿Por qué no envían a otro? El doctor Wentland conoce mejor la ciudad que yo y procede de la misma universidad que nuestro candidato. O la doctora Symanski. Es toda una gourmet. Seguramente lo podría llevar a un excelente restaurante.
– Pensamos que usted es la persona más apropiada-insistió el rector.
Jillian sopesó la oferta. ¿Qué daño podía hacerle salir una noche en compañía de un hombre tan prestigioso? En cualquier otra ocasión habría estado ansiosa por tener la oportunidad de hablar con un hombre tan brillante como él.
– De acuerdo-dijo-. Pero tendrá que ser una cena temprana. Al acabar tengo que conducir hasta New Hampshire.
El rector sonrió y le estrechó la mano.
– Al parecer al doctor Jarrett le gustan mucho las mujeres. Espero que la cita se limite a lo estrictamente profesional-le advirtió el hombre-. También me gustaría que tratara de averiguar la razón real por la que ha decidido dejar Oxford. No nos conformamos con las razones que esgrime la universidad.
– Haré todo lo que esté en mi mano. Y ahora, si no le importa, iré a llamar para ver si la persona a cargo de mis sobrinos puede quedarse con ellos esta noche.
– Adelante.
Jillian miró al doctor Jarret y se encontró con que él la estaba observando y le lanzaba una cálida sonrisa. En cualquier otra ocasión se habría emocionado. En aquella no. Lo que realmente ansiaba era volver al lado de Nick y de los niños.
Encontró un teléfono justo al salir de la sala y, sin esperar más, hizo la llamada.
Esperaba oír caos de fondo, pero respondió sólo la limpia voz de su madre.
– Mamá, soy Jillian. ¿Qué tal va todo?
– Muy bien. Yo estoy aquí, tomándome una taza de té.
– ¿Y los niños?
– Están con ese amigo tuyo, Nick, en el estudio.
– No deberías dejarlos con él mientras trabaja. No le permitirán hacer nada.
– No está trabajando, está leyéndoles un cuento, y se están portando como angelitos. Ese un hombre es fabuloso con los niños, y ni está casado ni tiene hijos.
– Mamá, ¿lo has estado interrogando?
– Comimos juntos, eso es todo. Le preparé un pollo en salsa y unas verduras a la plancha. Lo agradeció mucho. Es tan educado…