Pero, al entrar en la casa, se encontró a Jillian, sentada en el taburete de la cocina, con un café delante.
– No me imaginé que estarías despierta-le dijo él.
Ella lo miró, sobresaltada por lo inesperado de su voz.
– No podía dormir-murmuró Jillian-. Bueno, me alegro de que así tengamos ocasión de hablar mientras los niños siguen durmiendo. Agarró un sobre y se lo entregó.-¿Qué es esto?
– Tú paga por los servicios de niñera.
Nick le lanzó el sobre a la mesa.
– Yo no quiero tu dinero-le dijo furioso.
– Teníamos un trato-dijo ella.
Él maldijo entre dientes.
– ¿De qué va esto realmente?-le preguntó-. ¿Es acerca de nuestro trato o sobre lo que sucedió anoche? ¿Estás furiosa porque te quise hacer el amor o porque no lo hice?
Ella se puso a jugar con la taza que tenía delante, negándose a mirarlo.
– No quiero hablar de lo que ocurrió anoche-dijo Jillian-. Cometimos un error y los dos lo sabemos.
– Yo ya no sé nada. Estoy completamente confundida y creo que tú también. Lo único claro es que, desde el instante mismo en que nos conocimos, estaba escrito que esto iba a suceder.
– Tú no eres el tipo de hombre con el que me corresponde estar.
– ¿Por qué? ¿Por mi profesión, por ser un simple carpintero que se gana la vida con las manos? ¿Es eso lo único que te importa, Jillian? Porque si ese es el motivo, me alegro de que anoche no llegara a ocurrir nada entre nosotros. Eso significaría que tú no eres la mujer que yo creía que eras.
Ella suspiró.
– Sólo estoy siendo realista.-dijo ella, alzando la barbilla en un gesto defensivo-. Admítelo, Nick. Tú tampoco crees que sea tu tipo. Sería una esposa terrible, una madre nefasta. Estoy segura de que no es eso lo que quieres.
– Ya no sé lo que quiero. En este instante, sólo quiero acabar esa maldita librería y salir de aquí lo antes posible.
– Sería lo mejor-dijo ella.
Nick la miró durante un largo rato, tratando de encontrar tras su fría compostura a la apasionada Jillian que lo había besado con desesperada necesidad. Pero no estaba.
Él negó con la cabeza y salió de la habitación.
Al llegar al estudio, cerró la puerta y se apoyó contra ella. Todavía le faltaban un par de días al menos para acabar su trabajo. No obstante, Roxy y Greg le habían dicho que podía quedarse en la cabaña el tiempo que quisiera, así que no tenía por qué exponerse a sí mismo a la tortura de trabajar incansablemente.
Pero debía escapar. Tenía un montón de trabajos pendientes, de proyectos futuros que le servirían para mantener la mente ocupada y alejada de Jillian Marshall.
Sin embargo, había probado algo que le había dejado un sabor especial en los labios. Aquellos días en compañía de Jillian y los niños había sentido que eran realmente una familia. No le extrañaba que todo el mundo en la feria hubiera pensado que lo eran. Ya no podía imaginarse formar una familia que no incluyera Jillian Marshall.
Pero lo mismo había pensado de Claire y Jason y, sin embargo, los había olvidado rápidamente.
– No necesito a ninguna mujer en mi vida-murmuró Nick.
Jillian estaba en la cocina mientras los niños se comían sus perritos calientes.
Nick había pasado toda la mañana encerrado en el estudio, sin querer salir de allí.
Se sentó junto a Sam y le robó un trozo de queso del plato. El niño le ofreció otro que acababa de sacarse de la boca.
Jillian sonrió indicándole al pequeño que eso no se hacía. Luego miró a los tres niños.
– No han estado tan mal estos días en mi compañía, ¿verdad? Hemos conseguido sobrevivir sin demasiadas catástrofes.
Los tres pequeños asintieron a la vez.
Jillian les limpió la boca uno a uno y los bajó de sus sillas.
– Hoy podríamos salir a jugar fuera-dijo ella y los tres se dirigieron corriendo a la puerta trasera.
– ¡Fuera, fuera!-gritó Andy.
Nada más abrir los niños salieron enloquecidos, corriendo y empujándose.
Al llegar al jardín, ella notó que alguien la observaba. Se dio la vuelta, pero sólo llegó a tiempo de ver que las cortinas del estudio volvían a su sitio. ¿Se lo habría imaginado? No, estaba segura de que no.
Si ya habían hablado y habían aclarado todo, ¿por qué él no la dejaba en paz?
Jillian pensó en todo lo que había ocurrido durante aquellos días. Tenía la sensación de que hacía semanas que se ocupaba de los pequeños. Nick había entrado en su vida como un extraño pero, en muy poco tiempo, habían estado a punto de convertirse en amantes. Pero, realmente, ¿qué sabía sobre él? ¿Podía confiar en su propio juicio, cuando se veía enturbiado por el deseo?
Ella se había embarcado en la aventura de cuidar de sus sobrinos pensando que sería un juego. Cuán errada había estado. Nada que conllevara un compromiso emocional y personal lo era. Enamorarse, tener niños, comprometerse para crear una familia eran asuntos muy complejos.
Siempre había vivido en su pequeño mundo de los números, tan perfecto y previsible. En realidad se había escondido detrás de ellos.
Pero, por primera vez en su vida, había conocido a un hombre que le alteraba todos los sentidos y que hacía que el corazón se le acelerara. Y no quería regresar a su ordenada vida, sino que sentía la incontrolable necesidad de sumirse en el caos.
– Hay otro hombre más adecuado para ti-murmuró Jillian, pensando en el doctor Jarret-. Un hombre que encaja en tu modo de vida.
Pero, ¿era eso realmente lo que quería, una relación «adecuada» con un hombre por el que no sentía atracción alguna?
– Bueno, al menos siempre tendré mi trabajo.
De pronto, vio que los niños corrían hacia ella y se preparó para un ataque.
Pero no se detuvieron. Pasaron de largo en dirección a la casa. Jillian se volvió y vio a Nick.
– ¡Nick, Nick!-gritaron los pequeños y se lanzaron a sus piernas. Su expresión feroz se fue suavizando hasta convertirse en una sonrisa. Se puso a Zach en los hombros y tomó a los otros dos de la mano.
Cuando llegó junto a Jillian puso a Zach en el suelo.
– Hola-murmuró ella.
– Hola-respondió él.
Jillian respiró profundamente y se colocó una brillante sonrisa en los labios.
– Has estado trabajando mucho. No te hemos visto en toda la mañana.
El evitó sus ojos.
– Ya casi he terminado. Roxy y Greg han contratado a alguien para que le dé los últimos toques. Esta misma noche haré las maletas y me marcharé.
Jillian se sorprendió de la noticia. El corazón se le encogió en el pecho y sintió que le faltaba el aire.
– Al menos cenarás con nosotros, ¿no? Va a ser tu última noche con los niños-dijo ella, poniendo a los pequeños como excusa. Era el tipo de invitación que no podía rechazar.
Pero lo hizo.
– Lo siento. Tengo mucho equipaje que preparar.
– ¿No te habían cedido la cabaña para todo el verano?
– Ya he tenido suficientes vacaciones-le dijo mirándola fijamente-. Necesito regresar a Providence.
– Nick, no veo la necesidad de que se cree esta hostilidad entre nosotros-murmuró ella-. Los dos somos adultos razonables.
– Creo que ese es precisamente el problema-dijo él con una carcajada amarga-. Somos «demasiado» razonables. Me iré de aquí cuanto antes.
Dicho aquello, se metió en su casa.
– ¿Nick está enfadado?-preguntó Zach. Jillian se encogió de hombros.-No. Está preocupado-respondió.-Triste-dijo Sam. Ella se arrodilló y le acarició el pelo.-No, no está triste.
Se sentó en la hierba con los pequeños, notando cómo la tristeza sí la invadía a ella.
Miró al lago y vio un pequeño velero navegando. Había llegado a gustarle mucho aquel lugar: la tranquilidad, la naturaleza. Pero, ¿cómo podría volver allí sin acordarse de él?