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– Necesito y quiero que esto suceda. Por favor…

Por primera vez en su vida, no tenía un plan, estaba actuando guiada única y exclusivamente por el instinto. No podía introducir los datos en el ordenador y predecir lo que iba a ocurrir. Pero le daba lo mismo. Lo único que le importaba era sentir.

Jillian sonrió y se quitó lentamente el sujetador.

Nick suspiró.

– ¡Eres tan hermosa!-murmuró él y le acarició los senos-. Sabía que serías así.

Jillian cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.

Nick hacía que se sintiera feliz y protegida.

– Ámame-le dijo ella-. Ahora.

– Ahora-repitió él.

A un beso frenético lo siguió un incesante juego de caricias y tactos. Finalmente desnudos, ella lo miró con los ojos llenos de deseo.

– Tócame-le rogó él.

Ella deslizó los dedos hasta su masculinidad y él comenzó a respirar aceleradamente.

Así era como Jillian siempre se había imaginado la pasión verdadera, libre de barreras e inhibiciones.

Nick gimió y la tomó de la cintura. Lentamente, buscó con la mano su húmeda feminidad y comenzó a acariciarla.

Si hasta entonces su tacto la había deleitado, aquello estaba a punto de enloquecerla de necesidad, placer y deseo.

Sin dejar de acariciarla sensualmente, Nick buscó en sus pantalones un preservativo, lo sacó y se lo puso.

Luego se tumbó sobre ella y se abrió paso en su interior con infinito cuidado. Un suave gemido se escapó de los labios femeninos, mientras enlazaba las piernas alrededor de su cintura. Comenzó a moverse de arriba abajo rítmicamente, hasta perder contacto con la realidad. Sólo había un pensamiento que permanecía claro e inalterable: amaba a Nick. Ocurriera lo que ocurriera a la mañana siguiente, aquella era una verdad inalterable. Y, en el fondo de su corazón, ella sabía que él la amaba también.

Capítulo 8

Después de hacer el amor, Nick debería haberse quedado plácidamente dormido. Pero no fue así.

Al ver la incipiente luz del amanecer supo que sólo les quedaba una hora antes de tener que enfrentarse de nuevo con la vida y de tener que regresar a Providence. Le esperaba su trabajo.

De haber sabido que iba a conocer a alguien como Jillian, habría retrasado algunos proyectos. Necesitaba estar un día más con ella.

Aunque habían dado rienda suelta a su pasión, las cosas seguían sin aclararse entre ellos.

La noche anterior ella le había dejado claro que no esperaba promesas. Con cualquier otra mujer eso podría haber sido un alivio, pero con Jillian era distinto. Porque después de haberla tocado, de haber disfrutado dentro de ella, sus temores se veían confirmados: la amaba. La pregunta era si ella lo amaba a él.

Al principio había pensado que su pequeño engaño estaba siendo un impedimento para llegar a tener una relación. Pero ya no lo creía. Si lo aceptaba tal y como creía que era, estaría aceptando a la persona, no la vida que se había construido.

Ahora sabía que le importaba lo suficiente como para hacer el amor con él sin que nada más se interpusiera. Había llegado la hora de contarle la verdad. Si realmente lo amaba, no le tendría en cuenta el engaño. Seguía siendo el mismo hombre, sólo que con mejores atributos. Puede que se enfadara, pero finalmente entendería lo que había hecho.

Una vez decidido el curso de acción, trató de dormirse.

Pero le resultaba difícil yacer desnudo junto a Jillian y conciliar el sueño.

Lentamente, deslizó la mano por la cadera de ella, disfrutando del tacto de su piel. El recuerdo de su cálida noche despertó sensaciones sentidas en su tórrido encuentro.

Hacer el amor con Jillian había sido toda una revelación. Era patente que jamás había tenido un amante que se preocupara por ella.

Nick sonrió con cierta satisfacción al pensar en lo que le había hecho sentir. Quería ser el único hombre de su vida, el que se levantara con ella cada mañana y con el que se durmiera cada noche. Amar a Jillian le resultaba tan fácil y natural.

Se apoyó sobre el codo y la observó. Era preciosa. Jamás había conocido a una mujer que pudiera alterar tanto el ritmo de su corazón sólo con una sonrisa.

Un llanto rompió la paz de la mañana. Los niños se habían despertado. Besó suavemente a Jillian y se levantó de la cama. Si conseguía mantenerlos callados, quizás ella podría dormir un rato más.

Se puso los pantalones y se encaminó al dormitorio de los pequeños.

Pero la falta de energía y el exceso de la de ellos les hacían imposible que estuvieran en silencio.

Preparó el desayuno con intención de sacarlos al jardín en cuanto tuviera ocasión. Pero Jillian apareció antes.

– Buenos días-dijo Nick, notando el cansancio y la preocupación en el rostro de ella-. He preparado café y tostada. ¿Quieres?

Jillian asintió, sentándose en el taburete.

El le puso la taza y el plato delante y ella lo miró.

– Nick, respecto a lo de anoche…

– Sí, lo sé, fue increíble-respondió él, dándole un abrazo.

– No era eso…

– Jillian, no hace falta que hablemos de ello-dijo él, besándole la mejilla-. Lo que ha pasado entre nosotros estaba claro que iba a suceder. Yo me alegro de que finalmente haya ocurrido. Tengo que irme esta mañana, porque tengo una reunión mañana y necesito preparar la presentación. Pero antes de irme, quería, decirte algo.

– No hace falta decir nada-se precipitó ella.

– Sí, sí hace falta y es importante. Puede que te enfades conmigo, pero…

Ella forzó una sonrisa y se puso de pie.

– No tienes que preocuparte de mí. Soy perfectamente capaz de cuidar de los niños. Además, mi madre me dijo que vendría mañana por la mañana a ocuparse de ellos. Yo también tengo una importante reunión mañana.

Nick se sentó. ¿Eso significaba que no vería a Roxy y Greg nada más llegar? Quizás eso le daría la oportunidad de aplazar su confesión un poco más.

– Jillian, ¿estás bien?

– Por supuesto-respondió ella.

– ¿Estás enfadada conmigo?-preguntó él, tratando de hacer que lo mirara.

– ¡No seas ridículo! Tú te tienes que marchar, igual que yo. Los dos sabíamos que, tarde o temprano, esto acabaría.

– Nada está «acabando». Nos veremos otra vez.

– Sí, por supuesto, en alguna fiesta que organicen Roxy y Greg.

– Lo que quiero decir es que nos veremos en el transcurso de las próximas veinticuatro horas.

Jillian parpadeó confusa.

– ¿Cómo?

– Si lo que esperas es que desaparezca sin más, es porque no me conoces.

Ella lo miró directamente a los ojos por primera vez aquella mañana.

– Es que no te conozco. No nos conocemos y no sabemos lo que podemos esperar el uno del otro. Yo no quiero que te sientas obligado…

– ¿No quieres nada más allá de lo sucedido anoche?

– Lo que yo quiera o no es indiferente. Es todo cuestión de probabilidades matemáticas.

Él la miró atónito.

– Explícate.

– Durante los últimos días he estado trabajando en una tabla de probabilidades. He sacado unos cuantos datos de Internet sobre divorcios y el mayor número de ellos se da por incompatibilidades.

– ¿Y?

– Pues que nosotros somos claramente incompatibles-dijo Jillian-. Tú no sabes nada sobre matemáticas y yo no sé nada sobre taladros.

– ¿Qué tiene eso que ver? Desde mi punto de vista, somos perfectamente compatibles. Dime cómo te sientes conmigo.

– Si te refieres al sexo, te diré que ese no es un motivo sólido para que una pareja funciona. No afecta realmente a los resultados.

– Está claro que te escondes detrás de esos malditos números y fórmulas para no enfrentarte a las cosas de verdad. ¿Por qué simplemente no admites que no te quieres enamorar de un hombre de la clase trabajadora que utiliza sus manos para ganarse la vida? Eres una snob, Jillian.