Él se levantó y comenzó a andar de un lado a otro de la cocina.
– Sólo soy realista. Estoy usando el sentido común.
– Durante la última semana me has demostrado que en lo que a los niños y a mí respecta careces totalmente de sentido común.
– Apenas nos conocemos-protestó ella-. Nos conocimos hace nueve días. No puedes pedirme que tome una decisión vital basada en lo que ha sucedido en ese tiempo.
– Yo no te estoy pidiendo que te cases conmigo, sólo te estoy pidiendo una cita.
Ella se quedó paralizada de pronto. Abrió la boca para contestar, pero pasaron varios segundos antes de que pusiera pronunciar palabra.
– ¿Una cita? ¿Ir a cenar o al cine o algo así?
– Por ejemplo-dijo él-. Quizás, si hiciéramos algo más que cambiar pañales podríamos descubrir quiénes somos realmente.
– De acuerdo-dijo ella. Agarró un papel y le escribió su dirección-. Mañana por la noche estaré en casa. Recógeme a las siete. Te demostraré que tengo razón. Probablemente, será la peor cita que jamás hayas tenido.
Nick sonrió satisfecho. Una cita era todo lo que necesitaba para probarle que estaba equivocada.
Se acercó a ella, la tomó de cintura y la besó con pasión y entrega suficientes para que la sensación quedara impresa en sus labios hasta la próxima cita.
Luego tomó su rostro entre las manos y la obligó a mirarlo directamente a los ojos.
– Cuanto más te empeñes en hacerme ver que somos incompatibles, más me empeñaré yo en probarte lo contrario.
Jillian abrió los ojos poco después de que hubiera amanecido. Sueños inquietos no le habían permitido descansar. Sólo había pasado una noche con Nick, pero ya le resultaba difícil dormir sola.
Aunque realmente no estaba sola. Los niños se habían despertado antes de que saliera el sol y ella había decidido llevárselos a la cama con perro incluido.
Pero, aún con la cama llena lo echaba de menos.
Se había acostumbrado a él, a levantarse por la mañana y a encontrarlo en la cocina, con la taza humeante de café en la mano, vestido con sus vaqueros y su camiseta informal. Nick era como un haz de luz en mitad de aquel mundo gris en el que solía vivir.
Pero, ¿era algo más?
Se había ido y, sin embargo, permanecía presente en su mente. De pronto, todas las razones que se había aducido a sí misma para no amarlo eran motivos para hacerlo.
No tenían nada en común y, sin embargo, le resultaba increíblemente fascinante. A través del hombre vulgar había llegado a ver al héroe con el que podía contar cuando llegaba una crisis. Además, no se podía negar que en el aspecto físico funcionaban casi a la perfección.
Entonces, ¿qué era lo que la asustaba? ¿Por qué se refugiaba en sus antiguos prejuicios? ¿Y por qué se sentía tan inquieta respecto a la cita que tendrían aquella noche? En realidad, llevaban días viéndose. Lo único que habría sería un cambio de localización.
Pero quizás esa era la clave. La casa del lago había sido como una isla apartada del mundo real. Pero allí fuera, ella ya no era una niñera inepta necesitada de ayuda, era la profesora Jillian Marshall, eminente matemática, mujer con una brillante carrera. Él ya no sería el caballero que iría a rescatarla, sino simplemente…
En realidad no sabía nada de él. Quizás la idea de una cita fuera realmente acertada. Así podría solventar sus dudas. Luego continuaría con su vida como si nunca lo hubiera conocido… ni se hubiera enamorado.
Se acurrucó entre las sábanas dispuesta a no preocuparse más.
Tenía otras muchas cosas en las que pensar.
Debía limpiar la casa y organizar a los niños antes de que su hermana regresara a mediodía. En principio había pensado en pedirle a su madre que se ocupara de sus sobrino y así poder asistir a su reunión. Pero, finalmente, había decidido acabar el trabajo que había empezado y recibir a su hermana.
Una vez organizada su cabeza, se quedó dormida.
Pero sólo transcurrieron unos minutos antes de que las voces y los gritos de contento de los niños llenaran el dormitorio.
Jillian abrió los ojos y vio que Roxy se lanzaba sobre la cama a saludar a sus hijos. Confusa, Jillian se pasó la mano por el pelo.
– ¿Qué estáis haciendo aquí tan pronto? Pensé que no llegaríais hasta las dos.
– Decidimos tomar un avión antes-le aclaró Greg desde la puerta, agarrando a Andy en brazos-. Roxy no podía soportar estar más tiempo alejada de los niños. ¿Cómo están mis chicos?-Zach y Sam dejaron a su madre y se lanzaron en brazos de su padre-. Ya veo que la casa está aún en pie.
Jillian sonrió tímidamente.
– Siento el desorden que hay. Mamá iba a venir a ayudarme para tenerlo todo listo cuando llegarais. Querría haber bañado y vestido a los diablillos.
– Todo está estupendamente, los niños tienen muy buen aspecto y tú también. Tienes color en las mejillas.
Jillian se tocó la cara.
– Hemos… hemos pasado mucho tiempo al aire libre. Hacía un tiempo perfecto.
Roxy la miró con el ceño fruncido.
– Ha habido algo más…
Jillian se pasó la mano por el pelo, retiró las sábanas y se puso de pie. ¿Era tan obvio que había hecho el amor la noche anterior? ¿O estaba notando algo más?
– ¿Qué tal vuestro viaje?-Jillian cambió de tema.
– Interminable. Tenía muchísimas ganas de llegar a casa. El paraíso está bien durante unos días, pero ya empezaba a cansarme-suspiró-. Ahora, dime la verdad: ¿qué tal con los niños?
– Muy bien. Lo hemos pasado estupendamente.
Roxy levantó las cejas.
– ¿Hay algo más que quieras contarme?
Greg carraspeó y agarró a los tres niños.
– Les daré de desayunar mientras vosotras charláis.
Roxy la miró agradecida y, en cuanto desapareció, volvió a centrarse en su hermana. Jillian se había levantado y se cepillaba el pelo ante el espejo. Roxy la miró en el reflejo.
– No he visto el coche de Nick en la puerta.
Jillian se encogió de hombros.
– No sé. Creo que ha terminado la librería y se ha marchado.
Roxy le quitó el cepillo para que parara.
– Habla conmigo de una vez-le ordenó.
Jillian forzó una sonrisa.
– Bueno, hay una cosa que me gustaría decirte. El otro día infravaloré el trabajo que cuesta ser madre. Te pido disculpas si te dije algo que te sentara mal. Hace falta mucho más que una buena organización para llevar una casa-Jillian abrazó a su hermana-. ¡Me alegro tanto de que estés de vuelta!
Roxy se rió.
– He notado que el techo del baño de abajo está recién pintado. Déjame adivinar: se salió el agua de la bañera de arriba.
– Más bien la del retrete. Atasco de camiones en las tuberías.
– Ya. Bueno, que sepas que hace tres semanas me metieron todas las toallas que había en los armarios en la bañera llena de agua. Fue el día que más cerca estuve de darlos en adopción.
Jillian se rió.
– Eso me hace sentir mejor. También te contaré que tuve que llamar a los bomberos para que rescataran a Sam que se había quedado encerrado en el baño.
– Me suena a una semana cualquiera de mi vida-dijo Roxy.
– No sé qué habría hecho si Nick no hubiera estado aquí-murmuró Jillian.
– Empezaba a preguntarme cuándo ibas a nombrarlo.
– Hizo un gran trabajo con las estanterías. Es un estupendo carpintero-dijo Jillian.
– Sí-respondió Roxy-. Y no haber tenido que pagarle hace que nos parezca incluso mejor.
– ¿A qué te refieres? ¿No le habíais contratado?
– Si le tuviéramos que pagar lo que vale, las librerías nos habrían costado más que toda la casa. Cuando rompió con Claire, lo invitamos a quedarse el tiempo que quisiera en la cabaña del jardín. A cambio, él nos prometió hacernos las estanterías. Le gusta trabajar con las manos de vez en cuando. Supongo que le relaja.
– No entiendo-dijo Jillian-. Pensé que era carpintero. Y, ¿quién es Claire?