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– Me alegro mucho que estés aquí-le dijo al llegar al pie de las escaleras-. Tenía muchas ganas de que vinieras este fin de semana.

Ella asintió y subió en dirección a su cuarto.

Él tuvo que vencer a la tentación de seguirla hasta allí. Ansiaba volver a tener su cuerpo en los brazos.

Pero no quería correr riesgos. Debía ser Jillian la que fuera a él. Y, cuando lo hiciera, no la dejaría escapar.

Jillian estaba de pie junto a la ventana, observando el lago. Era casi medianoche. Greg y Roxy habían llegado hacía media hora y, aunque su hermana había llamado a su puerta, se había fingido dormida.

Miró una vez más a la cabaña del jardín. La luz estaba encendida.

Se imaginó a Nick desvistiéndose para irse a la cama. La noche era cálida. Quizás durmiera en el porche, como había hecho ya en otras ocasiones.

Recordó aquella noche en que lo había visto emerger desnudo de las aguas y habían hecho el amor poco después.

Movida por una fuerza inconsciente, se despojó del camisón y buscó un vestido de algodón en su bolsa.

No podía dormir y un buen paseo por el jardín le vendría bien.

La casa estaba en silencio y abrió cuidadosamente la puerta para no perturbar a nadie.

Bajó las escaleras y se aventuró a salir. Al sentir el césped húmedo bajo sus pies se sintió reconfortada. Había bajado a buscar la luna, pero con la tácita esperanza de encontrarse con Nick.

Se acercó al lago, pero no había nadie. Suspiró decepcionada y se sentó en la orilla, dejando que el agua empapara sus pies.

Minutos después, oyó pasos. Jillian no se volvió. Se limitó a esperar. Al notar su presencia cercana, se atrevió a hablar.

– No podía dormir-dijo.

– Yo tampoco-respondió Nick. Se quedó junto a ella, observando el lago.

Llevaba puestos unos vaqueros, sin camisa, y la luz de la luna se reflejaba sobre su piel tersa. Ella tuvo que contener el deseo de acariciarlo.

– Hace una noche preciosa. Se oye un búho en la distancia. Escucha.

Jillian cerró los ojos y dejó que los sonidos de la noche inundaran sus oídos. La naturaleza ejerció una acción milagrosa y apaciguó su alma inquieta.

– Cuando Roxy y Greg compraron este terreno pensé que se habían vuelto locos, marchándose de la ciudad y todo eso. Ahora entiendo sus motivos.

– Hace unas semanas estuve viendo un terreno en una zona preciosa de la bahía de Narrangasett-comenzó a decir Nick-. Pensaba construir una casa allí, pero no me decidí a comprarla.

La conversación volvía a fluir fácilmente entre ellos, como en aquellas horas pasadas que habían compartido con los niños. Habían desaparecido las tensiones y los miedos. Jillian se alegraba de poder escuchar una vez más su voz.

– ¿No querías hacerte una nueva casa?

– Sí, la quiero cerca de Boston-le tomó la mano-. Cerca de ti.

Jillian tragó saliva y sintió que las lágrimas inundaban sus ojos.

– ¿De verdad?

– Jillian, cuando estaba en aquel idílico lugar, sólo podía pensar en que quiero construir una casa para ti y para mí.

– Nick, yo…

– Sí, sé que nos conocemos hace poco. Pero te aseguro que nunca antes había sentido nada parecido por nadie.

– Yo… yo tampoco-dijo ella, mirando fijamente el agua-. ¿Te acuerdas cuando te hablé de los números perfectos y de cómo hubo un tiempo en que pensaba que el amor debía de ser así?-Nick asintió-. Pues creo que, tal vez, tenía razón. Tú y yo éramos dos números esperando encontrarse. Al juntarnos con cualquier otra persona nos convertíamos en seres ordinarios, pero al unirnos nos hacemos especiales-hizo una breve pausa-. La verdad es que tenía la vaga esperanza de que estuvieras aquí este fin de semana. Aquí fue donde todo comenzó.

– Quizás podríamos empezar de nuevo-dijo Nick y le tendió la mano-. Hola, soy Nick Callahan, ingeniero industrial y amigo de Greg y Roxy. No sé cuál es mi coeficiente intelectual, pero conseguí una A en cálculo en la universidad, aunque uso la calculadora para dividir dieciocho entre nueve.

Jillian se rió.

– Yo soy Jillian Marshall, eminente matemáticas. Me importa muy poco mi cociente intelectual y me parece muy tierno que no sepas dividir.

Él se acercó a ella y la besó suavemente.

– Pues bien, yo, Nick Callahan, amo profundamente a Jillian Marshall-aseguró-. Y después de unos pocos días juntos para poder llegar a conocernos mejor, voy a pedirle que se case conmigo.

Jillian le acarició el rostro.

– Pues yo, Jillian Marshall, también amo profundamente a Nick Callahan y, en cuanto me pida que me case con él, aceptaré.

– Bien, ya está todo dicho. Y ahora, ¿Que hacemos?

– Pues no tengo ni idea-dijo ella.

– Nos podríamos dar un baño.

– No tengo bañador.

– No lo necesitas-respondió él.

– No soy una buena nadadora-mintió ella.

– Bueno, sí te hundes, siempre estaré yo aquí para sacarte a flote.

Jillian sonrió y lo abrazó.

Después de besarlo suave y seductoramente, se apartó de él y con una gran carcajada comenzó a quitarse la ropa.

– Te echo una carrera-dijo ella, momentos antes de saltar al agua.

Nick gritó su nombre mientras la veía deslizarse como una sirena por el oscuro líquido.

Jillian se detuvo justo a tiempo de verlo descubrir su imponente cuerpo.

Poco después, tras un par de brazadas, ya la había alcanzado.

– Creía que no sabías nadar bien-le dijo él abrazándola en el agua.

– Hay muchas cosas que aún no sabes de mí, Nick Callaban.

– Tengo toda la vida para descubrirlas.

Ella soltó una carcajada y lo besó.

Finalmente, había encontrado al hombre con el que compartiría su vida y un amor perfecto.

Kate Hoffmann

***