– Mi taladro.
– Eso, tu taladro.
Se cruzó de brazos, se apoyó sobre la encimera y bajó la cabeza. ¿Cómo podía haberle parecido atractivo alguna vez? Nick Callahan no era de fiar, no cumplía su palabra.
– Vete-le dijo finalmente.
Nick miró al reloj.
– Trataré de estar de vuelta lo antes posible. Jillian le dio la espalda.-No te preocupes. No te necesito ya. Cuando ya pensaba que él se había marchado, notó que le ponía la mano en el hombro.-Lo siento. Si no fuera urgente no me iría.
Además, sé que lo puedes hacer tú sola.
Dicho aquello, salió de la cocina en dirección al salón.
Jillian se restregó el hombro donde le había puesto la mano, como para quitarse cualquier traza de su tacto.
– Estúpido-murmuró ella.-¡Estúpido!-gritó Andy.-¡Estúpido; estúpido!-gritó Zach.
Jillian se ruborizó. Luego sonrió a los niños y, posándose el índice en los labios, los mandó callar.
En ese instante sonó el timbre de la entrada. Los niños se bajaron de sus sillas y corrieron hacia la puerta.
Pero, para cuando llegaron, Nick ya había abierto la puerta.
– ¡Abuela!
Jillian maldijo para sí al ver a su madre impecablemente vestida con un traje de golf. Parecía salida de las páginas de una revista.
Jillian se pasó la mano por el pelo para tratar de arreglárselo, pero Sylvia Marshall ni siquiera reparó en ella. Después de besar a sus nietos, su atención se centró en Nick. Jillian se dio cuenta de que había llegado a una conclusión errónea.
– ¿Y usted quién es?
Nick sonrió y le tendió la mano.
– Señora Marshall, ¿no se acuerda de mí? Soy Nick Callahan.
Su simpatía la tomó por sorpresa y la mujer no tuvo por menos que reaccionar con idéntica actitud.
– Nos conocimos años atrás-aclaró él-. Cuando Greg y Roxy estaban construyendo la casa.
Jillian notó que su madre no se acordaba, pero que actuaba como si lo hiciera.
– ¡Sí, claro, Nick! Me alegro de verte otra vez.
– Es una pena que no me pueda quedar ahora-dijo él, encaminándose hacia la puerta-. Tengo un asunto en Providence. Salude al señor Marshall de mi parte.
Dicho aquello, Nick se marchó.
En cuanto la puerta se cerró la mujer se volvió a mirar a su hija.
– No es lo que piensas, mamá. Nick es amigo de Greg y Roxy, y les está haciendo una librería. Se está quedando en una de las habitaciones de invitados y lo más que hemos hecho ha sido tomar café juntos-se justificó rápidamente Jillian.
– ¿Entonces no hay nada entre vosotros?
– ¡Claro que no!
– ¿Y por qué no?
Jillian se quedó atónita.
– ¿Por qué no?-repitió la hija.
– Es un hombre encantador, y muy guapo. Y si es amigo de Greg y Roxy tiene que ser bueno. ¿Cuánto tiempo hace que tuviste tu última cita?
– Mamá, ¿quieres un café?-dijo Jillian para cambiar de tema.
No podía con su madre. Para aquella mujer una carrera de éxito no significaba nada si no había un marido e hijos por medio.
Le sirvió una taza de café y se la tendió.
– ¿Para qué has venido?
– Roxy me llamó anoche y parecía preocupada. Quería ver que tal estabas.
– Estoy bien-dijo ella.
– Si quieres, puedo llevarme a los niños un rato. Así podrías ir a la peluquería, hacerte la manicura. Han abierto una nueva tienda de ropa en la calle principal. Podrías comprarte un vestido-sugirió la mujer mirando una inmensa mancha que decoraba el frente del atuendo de su hija.
– ¿Para qué necesito un nuevo vestido?
Sylvia hizo un gesto de impaciencia.
– Nick Callahan va a volver, ¿no? Pues no estaría mal que le dieras otra imagen de ti misma, que le cocinaras una deliciosa cena, que le mostraras tú verdadero yo.
– Créeme, mamá, ya le he mostrado mi verdadero yo y no resulta precisamente encantador. Si lo que esperas es que Nick y yo vivamos felices para siempre y te demos un montón de nietos, te recomiendo que vayas descartando semejante idea. Ese hombre no es mi tipo.
– Ese hombre es el tipo de cualquier mujer. ¿No has visto sus hombros y sus ojos? Dios santo, yo…
– Mamá, para-Jillian recogió los platos y tazas del desayuno y los puso en el fregadero.
No podía negar que la oferta de su madre de llevarse a los niños era tentadora. Pero no estaba dispuesta a aceptarla. Después de lo que Nick le había hecho, se había convertido en un reto superar aquel día por sí misma.
Se secó las manos con el paño de la cocina.
– Y ahora, mamá, tengo muchas cosas que hacer. Los niños y yo tenemos que prepararnos para salir a jugar. ¿Por qué no te vas a la peluquería?
Sylvia se tocó su pelo perfectamente peinado.
– ¿Crees que necesito ir a la peluquería?-sacó un espejo-. Sí, quizás sí-dicho aquello se levantó, le dio un beso a su hija en la mejilla y se dirigió hacia la puerta-. Si necesitas algo, no dudes en llamarme. No pasa nada porque no seas el tipo de mujer que sirve para madre. Tu padre y yo te queremos igual.
Jillian acompañó a su madre a la salida y cerró la puerta en cuanto la mujer se marchó.
– Sí, pero me querríais mucho más si tuviera un marido y un montón de hijos.
¿Por qué aquella mujer hacía que siempre se sintiera como una fracasada?
– Bruja-murmuró ante la puerta cerrada.
– ¡Bruja!-gritó Andy.
– ¡Bruja, bruja, bruja!-gritó Zach.
Jillian se rió y corrió al salón donde se encontraban los niños viendo sus dibujos favoritos.
– ¿Qué has dicho, Zach? ¿Cómo has llamado a tu abuela?-le dijo al pequeño con el ceño fruncido y las manos en las caderas.
El niño señaló a Andy y éste a Sam.
De pronto, Jillian se dio cuenta de algo excepcionaclass="underline" ¡reconocía a los trillizos! Después de todo, tras el abandono de su niñera y la catastrófica visita de su madre, quizás lograra hacer que el día no resultara terrible.
Para las cuatro de la tarde Jillian ya había logrado sobrevivir con dignidad a más de la mitad de la jornada.
No había logrado el orden deseado, pero se las había arreglado para minimizar el riesgo de destrucción de los pequeños, cerrando todas las puertas, y había preparado una comida limpia y rápida que le había permitido ahorrar un poco de tiempo.
Sólo quedaban cuatro horas para que se fueran a la cama, y dos para el regreso de Nick.
Los niños llevaban ya un rato en silencio y decidió ir a ver qué hacían.
Se encontró con Zach y Andy entretenidos con sus juguetes en el pasillo, pero le faltaba uno: Sam.
Buscó impaciente al niño por toda la casa, pero no lo encontró. Finalmente decidió preguntar a sus hermanos.
– ¿Dónde está Sam?-preguntó-. Contadle a la tía Jillian dónde está vuestro hermano.
Andy señaló la puerta cerrada del baño.
– Está ahí. Sam está ahí.
– ¿En el baño?-preguntó Jillian sorprendida-. ¿Cómo ha podido entrar?
Andy señaló a su hermano.
– Ha sido Zach.
Jillian se llevó la mano al corazón que le latía muy deprisa.
– ¿Cómo has conseguido abrir la puerta?
Intentó girar el picaporte, pero estaba bloqueado. El estómago se le encogió. Estaba cerrado por dentro.
– Sam, abre la puerta-le dijo a su sobrino.
No obtuvo respuesta.
– Sam, ¿estás bien?
Silencio.
Todo tipo de imágenes macabras asaltaron la mente de Jillian. Quizás el niño se hubiera golpeado la cabeza con el lavabo o se hubiera atiborrado de aspirinas.
Decidió salir de la casa y tratar de mirar por la ventana.
Pero, una vez allí, comprobó que estaba demasiado alta. Sacó una silla, la colocó entre los matorrales y se asomó. Pudo ver que Sam estaba en el suelo jugando con unos coches. Jillian lo llamó y el pequeño se volvió con una amplia sonrisa y agitó la mano.
Jillian contempló la idea de romper el cristal y entrar a por su sobrino. Nick podría arreglar la ventana y, después de todo, tenía un par de horas aún para pensar en alguna excusa razonable sobre la rotura del cristal.