En un acto de desesperación, golpeó el cristal con la mano. Pero el efecto del golpe la lanzó hacia atrás con tal fuerza que no tuvo tiempo para sujetarse y cayó de mala forma entre la maleza.
Se torció el tobillo y se raspó la cara y, durante un rato, no pudo moverse. Pero, al oír la voz de Sam llamándola desde la ventana, se levantó como pudo.
– Te sacaré de ahí-le dijo.
Con gran dificultad entró de nuevo en la casa dispuesta a liberar a su sobrino. Quitó el picaporte, pero no logró nada. Luego lo intentó con una tarjeta de crédito y, finalmente, comenzó a quitar el marco de la puerta, pero pronto comprobó que sus esfuerzos eran vanos.
Angustiada y desesperada, optó por llamar a urgencias.
En cuestión de pocos minutos, la sirena de los bomberos resonó en el vecindario.
Los niños corrieron a la ventana a mirar.
Muy pronto, la casa se vio invadida por aguerridos bomberos cargados de cuerdas y hachas.
Jillian les explicó el problema y ellos actuaron con rapidez y eficacia, liberando a Sam. Mientras tanto, Zach no dejaba de saltar sobre los bomberos, ansioso por contactar con los héroes. Duke, por su parte, aprovecho la ocasión para demostrar sus dotes caninas y no hacía sino ladrar cansadamente y aullar.
– ¿Jillian? ¿Dónde estás?
Estaba sentada en una silla del salón y una enfermera le vendaba el tobillo dañado.
Al levantar la vista, vio a Nick ataviado con un imponente traje. Un pequeño quejido se escapó de su boca.
La enfermera se detuvo.
– ¿Le he hecho daño?
Jillian le sonrió avergonzada y negó con la cabeza.
En aquel instante lo que habría deseado era poder desaparecer. ¿Cómo iba a explicar aquel despliegue de personal de urgencias sólo por una puerta cerrada y un ventana rota?
Su orgullo estaba más herido que su tobillo.
Un policía le murmuró algo a Nick y luego la señaló a ella. Él se aproximó a toda prisa, se arrodilló a su lado y le tomó la mano, provocando una intensa corriente eléctrica. La miraba con verdadera preocupación.
Tendió la mano y le tocó con cuidado las heridas de la cara.
– ¿Estás bien?
– Sí-dijo Jillian-. Sólo me he torcido el tobillo.
El calor de su mano le aceleró el corazón.
– Parece que no te puedo dejar sola ni un segundo-dijo él dulcemente.
Ella le sonrió desganada.
– No lo había hecho tan mal, hasta que surgió un pequeño problema. Sam se encerró en el baño y, poco a poco, las cosas se fueron complicando, hasta que se convirtió en otro desastre.
La casa se fue vaciando y pronto se quedaron solos. Nick la tomó del brazo y la ayudó a levantarse, pero ella gimió de dolor al posar ligeramente el pie.
– Deberías tumbarte y elevar el pie. Has tenido un día muy duro.
La tomó de la cintura y acercó su cuerpo para que pudiera apoyar su peso sobre él. Aquella era la única ventaja de haberse torcido el pie: podía tenerlo cerca.
– No sirvo para esto-murmuró Jillian-. Cuanta más práctica tengo, peor lo hago.
Al pasar por el baño, Nick vio una tostada en el suelo.
– ¿Qué hace esa tostada ahí?
– Como Sam estaba llorando pensé que podría tener hambre y se la pasé por debajo de la puerta.
– Lo ves. Estás usando tu instinto.
Sin duda, Nick estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para hacer que se sintiera bien.
Ella lo miró con el corazón enternecido.
– Estás muy guapo con ese traje. Cuando te ví entrar, pensé que eras un agente del FBI.
Nick se rió mientras la ayudaba a subir las escaleras.
– Prométeme que no harás nada tan terrible como para que el FBI tenga que intervenir.
– Cuando la teoría del caos está en marcha, nada es previsible.
Dicho aquello, la tomó en brazos y la llevó hasta el dormitorio. Una vez allí, la posó suavemente sobre la cama.
– No se te ocurra irte a ningún lado-le dijo él.
Ella se hundió en las almohadas, reprimiendo su deseo de rogarle que se quedara con ella.
Se preguntó cuánto tiempo tardaría un tobillo en curarse. Después de todo, cualquier excusa era buena si eso suponía poder retener a Nick Callahan a su lado.
Capítulo 4
AL cabo de unas horas, cuando Nick subió de nuevo a ver a Jillian, se la encontró con el ordenador portátil en el regazo y un montón de papeles a su alrededor.
En cuanto lo vio aparecer, ella se quitó rápidamente las gafas y las ocultó bajo la almohada.
– A los hombres no les gustan las chicas con gafas-bromeó Nick, y ella se ruborizó.
Nick dejó la bandeja sobre la mesilla y se sentó junto a ella.
– Los niños ya están dormidos. He estado mirando los desperfectos del baño y no creo que me cueste mucha arreglarlos.
– Te pagaré lo que sea necesario para que Greg y Roxy no se enteren de todo esto.
– Jillian, esta es una ciudad pequeña y todos los vecinos han salido a la calle cuando han visto llegar a los bomberos y a la policía-el gesto mortificado de su rostro lo instó a consolarla-. Le podría haber ocurrido a cualquiera.
– Puede ser. Pero, ¿por qué siempre me sucede a mí?-volvió el portátil hacia él y le mostró la pantalla-. Mira. He estado elaborando un modelo de mi desastre. Le he asignado un valor numérico a cada factor de cada catástrofe acaecida: la importancia del problema, la frecuencia, el coste de las reparaciones. Lejos de mejorar, la situación empeora. Si sigo así, acabaré por provocar el mayor terremoto de la historia de New Hapshire.
Lo decía todo con total solemnidad y seriedad y resultaba increíblemente sexy.
Allí, en el dormitorio, no podía evitar algunas fantasías excitantes sobre todo lo que podría hacer con ella en aquella cama.
Se preguntó qué tacto tendrían sus senos, cómo se acoplarían a su mano.
– Y, ¿qué pasa si me metes a mí como otro factor?
– Bueno, en ese caso los riesgos se reducen a la mitad. Pero se incrementa el coste.
– De acuerdo, entonces no te cobraré.
– ¡No puede ser! Tú tienes que vivir de algo. Tu tiempo tiene un precio.
Si ese era el único modo de pasar más tiempo en su compañía, tendría que aceptar.
– De acuerdo, pero te cobraré sólo un sueldo por todas las actividades: niñera, carpintero, fontanero, cocinero-dicho aquello, le acercó la bandeja para que empezara a comer.
– ¡Esto tiene un aspecto delicioso!-admitió Jillian, y se lanzó a comer una de las tostadas con queso.
Nick sonrió al ver su gesto complacido.
– ¿En qué estás trabajando?-le preguntó él, ansioso por continuar la conversación-. Aparte de en ese modelo de desastre.
– Un artículo sobre números perfectos-dijo Jillian.
– Cuéntamelo.
– ¿De verdad?
El asintió.
– Los números perfectos son aquellos cuyos factores sumados dan como total dicho número. Pongamos por ejemplo el seis. Los tres números por los que la división por seis da exacta, el uno, el dos y el tres, suman entre sí dicho número.
– ¿Es a eso a lo que te dedicas?
– Es sólo una parte de mi estudio. Mi área abarca toda la teoría numérica, números enteros, etc.
– ¿Siempre se te dieron bien las matemáticas?
Jillian asintió y dio otro bocado.
– Era un verdadero portento en el instituto. Ganaba todos los concursos del Estado, lo que no me hacía muy popular entre los chicos.
– Pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora has crecido-dijo él fascinado por su voz sugerente. Podía hacer que el tema más arduo sonara increíblemente sensual-. Seguro que tienes a un montón de hombres en tu vida.
Jillian sonrió y se apoyó en la almohada.
– Cuando empecé a trabajar en los números perfectos llegué a concluir que el amor era algo similar. Cada persona aporta una serie de factores y, cuando se suman, pues son la pareja perfecta.