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– ¿Sigues pensando así?

Ella frunció el ceño y negó con la cabeza.

– No. Ahora creo que el amor es más como un número irracional, o como un número trascendental. Como el número «pi». Es imposible llegar a conocer su valor exacto.

La percepción que Nick tenía del amor era muy similar. Después de su relación con Claire, había llegado a la misma conclusión.

– ¿Has estado enamorada alguna?

Ella negó con la cabeza.

– Al menos no ese amor «perfecto». ¿Y tú?

Nick pensó en Claire. Había creído estar enamorado de ella, pero empezaba a dudarlo. Su vida pasada con ella le resultaba extraña y ajena.

– No. Creo que no.

Se hizo un silencio y Jillian se centró en acabarse la cena.

Nick sintió unos irrefrenables deseos de besarla. ¿Cómo podía haber olvidado a Claire tan fácilmente? En lo único que podía pensar en aquel instante era en Jillian, en su dulces labios y su cuerpo tentador.

– Lo mejor será que me vaya y te deje descansar. Has tenido un día muy duro. Mañana me ocuparé del desayuno de los niños para que tú puedas dormir.

– Pero se supone que tú no tienes que ocuparte de ellos hasta las tres.

– Bueno, llámalo «favor».

Ella sonrió.

– Si fueras un número, sin duda serías un número perfecto.

Nick salió de la habitación con la bandeja en una mano y cerró la puerta. Al llegar a la soledad de la cocina, se quedó mirando por la ventana a la luna llena que se reflejaba en el lago. Salió de la casa y respiró profundamente.

Se había prometido a sí mismo que no volvería a complicarse la vida con mujeres. La ruptura con Claire lo había dejado dolorido y escarmentado. Además, una relación con Jillian, por muy corta y superficial que fuera, prometía ser complicada. Primero, era la hermana de Roxy y, segundo, no le gustaban los carpinteros. Trató de pensar en un tercero motivo, pero no lo encontró. Quizás, ¿lo mala madre que podría llegar a ser?

No, esa no era una razón. Nick sabía que, a pesar de la mala suerte de los últimos días, sería una madre amorosa.

Además, había algo en el modo en que lo necesitaba, en aquella vulnerabilidad, que la hacía irresistible.

Le resultaba curioso que una mujer tan brillante careciera, sin embargo, de sentido común. Lo extraño era cómo algo que debería haberle repelido, le parecía adorable.

Se acercó hasta el lago y, desde allí, miró a la casa y buscó su ventana. Todavía estaba iluminada. Se preguntó si estaría trabajando o se habría quedado dormida.

Nick cerró los ojos y se imaginó tumbado junto a ella, disfrutando de su suave aroma. Se la imaginó ante él, quitándose lentamente el camisón.

Abrió los ojos y captó exactamente la misma imagen en la realidad. Pero fueron sólo unos breves segundos antes de que la luz se apagara.

Maldijo entre dientes su mala suerte y luego se maldijo a sí mismo. Si ese era el modo en que apartaba a las mujeres de su vida, realmente estaba haciéndolo muy mal.

El día siguiente amaneció húmedo y tremendamente caluroso.

Nick se levantó el primero y atendió a los niños, tal y como le había prometido a ella. Luego le subió el café.

Molesta con su tobillo hinchado y demasiado descompuesta por los tórridos sueños que la habían asaltado aquella noche, siempre con Nick escaso de ropa, Jillian ansiaba la soledad de su cuarto y el refugio de su trabajo.

Pero, después de preparar a los niños con sus bañadores, cremas solares y salvavidas, sin previo aviso, Nick la tomó en brazos y se los llevó a todos al lago.

Gratamente sorprendida por que requiriera su presencia, ella no protestó y decidió que el trabajo podía esperar.

Durante la mañana se dedicó a disfrutar de las vistas. Por un lado estaban los niños, jugando divertidamente con el agua. Por otro estaba Nick, vestido con un pantalón corto y mostrando sus hombros espectacularmente anchos y su pecho musculoso. Sin duda, cargar maderas era un gran ejercicio que fortalecía y formaba cuerpos impresionantes.

Continuó estudiando sus atributos corporales durante largo rato. Tenía el vientre plano y apretado, la cintura estrecha y unas piernas largas y bien formadas.

Su mente no hacía sino recordar el instante en el que se había despojado de la camiseta. Una inesperada excitación la había tomado por sorpresa. Al verlo salir del agua como un magnífico dios griego, Jillian agarró su camiseta y la escondió bajó su cabeza. Si quería cubrirse tendría que utilizar la toalla.

Jillian suspiró suavemente. ¿A qué se debía aquella repentina obsesión por lo físico? ¿Eso era lo que les sucedía a las mujeres cuando se cruzaban con un hombre como Nick? Jamás antes había reparado en la anatomía de los hombres. Se sentía como una niña a la que le hubieran prohibido los dulces y estuviera ansiosa por comer caramelos.

Minutos después, su objeto de deseo ya estaba de nuevo en el agua, disfrutando con los pequeños como si fuera uno de ellos.

– ¡El agua está estupenda!-le gritó él-. Deberías bañarte.

– ¡No me he traído el bañador!-dijo ella, contenta con haber olvidado aquella pequeña vestimenta.,

La verdad era que ni siquiera poseía uno. No se había puesto un bañador desde que había asistido a clases de natación en el instituto. Nunca después se había atrevido.

Él salió del agua y se acercó a ella.

– Seguro que Roxy tiene alguno que puedes usar-dijo Nick.

Jillian se rió.

– No creo que debamos exponer a los pequeños a la espantosa visión de su tía en traje de baño.

Nick se tumbó en la toalla.

– ¿Por qué dices eso? Tienes un cuerpo precioso. Seguro que el bañador te queda estupendamente.

Ella abrió la boca para desmentir lo que él decía, pero no lo hizo. Si Nick pensaba que tenía un cuerpo bonito, ¿por qué iba a convencerlo de lo contrario?

Le gustaba la idea de que la considerara sexualmente atractiva.

Nick se sentó y se quedó, mirando fijamente el agua.

– Me gustaría que este verano no acabara nunca. No quiero regresar a Providence.

– ¿Es allí donde sueles trabajar? El asintió.

– Allí es donde está mi oficina, pero trabajo en proyectos en toda la costa Este.

– Debe de haber mucha gente necesitaba de librerías.

Él se rió.

– Sí, mucha gente.

– La verdad es que las estanterías son algo muy importante. Las bibliotecas y las universidades no podrían existir sin ellas. Y qué sería de los libros sin un mueble tan adecuado.

– Jamás se me había ocurrido pensarlo así-dijo él-. Aunque con el advenimiento de Internet y la información digitalizada, puede que acabe quedándome sin trabajo.

Ella no podía dejar de mirarlo, de observar el contorno de las curvas de su cuerpo.

– Seguro que rápidamente podrías encontrar otra cosa que hacer-dijo Jillian, pero la voz se le quebró inesperadamente, avergonzada por su insistente mirada sobre él.

Se hizo un extraño silencio entre ellos. Luego Nick llamó a los chicos, los impregnó de arriba abajo de crema solar y los mandó a construir castillos de arena.

– Tú también deberías ponerte crema-le dijo a Jillian.

– Estoy bien-respondió ella-. ¿Y tú?

Notó que la piel de Nick estaba bronceada. Era patente que aquel hombre pasaba mucho tiempo al aire libre y sin camisa.

El se miró los hombros.

– Sí, quizás debería ponerme un poco en los hombros-inesperadamente, le tendió el bote a ella-. ¿Te importaría?

Jillian tragó saliva con dificultad. ¿Acaso su propuesta había sonado como una invitación?-¡No!-dijo ella.

– ¿No?-preguntó él confuso.

– Quiero decir… que no me importa. ¿Dónde te echo?-ella rogó en silencio que no le hiciera ninguna sugerencia peligrosa.

– En los hombros.

Jillian aplicó la crema primero con desesperación, como si quisiera terminar cuanto antes. Pero, en el momento en que sus dedos tomaron conciencia de su musculatura, comenzó a deslizar las manos lentamente por las sinuosas curvaturas de su cuerpo, memorizando cada tacto.