– ¿Estás sola?
– Sí -contestó Linda -. Mi madre conduce un camión de transporte internacional y casi nunca está en casa.
– ¿De transporte internacional? Vaya. ¿Y tú piensas dedicarte a lo mismo?
– ¿A lo mismo? Jamás -dijo sacudiendo la cabeza.
El pelo blanco de la joven le recordaba a Skarre la lana de vidrio. Estaban sentados en el salón.
– ¿De dónde venías?
– De casa de una amiga. Karen Krantz. Vive en el camino de Randskog.
– ¿Es una amiga íntima?
– Nos conocemos desde hace diez años.
– ¿Vais a la misma clase?
– Dentro de dos días yo empezaré los módulos de peluquería. Karen va a hacer el bachillerato. Pero hasta ahora siempre hemos ido a la misma clase.
– ¿Qué hacíais en casa de Karen?
– Vimos una película. Titanic.
– Ah, sí -dijo Skarre -. Con Di Caprio. Muy romántica, ¿verdad?
– Superromántica -respondió Linda con una sonrisa.
Skarre se fijó en cómo le brillaban los ojos.
– De manera que salías de casa de Karen muy animada.
Linda se encogió de hombros, coqueta.
– Pues sí, bastante romántica, diría yo.
Por eso pensabas que ellos estaban jugando, pensó Skarre. Viste lo que querías ver, lo que tu cerebro esperaba ver. Un hombre corriendo detrás de una mujer para hacer el amor.
– ¿En qué estabas pensando mientras ibas montada en la bici? ¿Podrías decírmelo?
– Bueno -contestó la joven algo avergonzada -, pensaba en las películas.
– ¿Te cruzaste con algún coche?
– Con ninguno -contestó Linda muy segura.
– Al acercarte a Hvitemoen, ¿qué fue lo primero que viste?
– El coche -contestó -. Primero vi el coche. Era rojo y estaba mal aparcado. Como si se hubiera detenido de golpe.
– Continúa -dijo Skarre -. Intenta hablar libremente, olvídate de que te estoy escuchando.
Linda lo miró asombrada. Lo que él decía era imposible.
– Miré a mi alrededor para ver si había gente. Ese coche tendría que ser de alguien. Entonces me di cuenta de que había dos personas en el prado, ya casi en el bosque. Estaban corriendo. Alejándose de donde yo estaba. Vi con más claridad al hombre, porque él le hacía sombra a ella. Llevaba algo blanco. Una camisa blanca. Agitaba mucho los brazos. Creí que la estaba espantando en broma.
Linda se calló, porque en su pensamiento ya se había vuelto y estaba acercándose al coche.
– ¿Qué pudiste ver de la otra persona?
– Era más pequeña que él. Oscura.
– Oscura. ¿Cómo oscura?
– Todo era oscuro. Su pelo y su ropa.
– ¿Estás completamente segura de que se trataba de una mujer?
– Corría como una mujer -contestó Linda con sencillez.
– ¿Viste las manos del hombre? ¿Llevaba algo?
– No creo.
– Continúa.
Skarre no tomó ninguna nota. Todo lo que la chica decía se le quedó grabado en la mente.
– De repente el coche me estorbaba. Tuve que rodearlo. Y volví a mirar una vez más al prado. El hombre ya la había alcanzado, y los dos cayeron al suelo. Sobre la hierba.
– Entonces estarían medio ocultos cuando los viste desde la carretera. ¿O podías ver algo todavía?
– El hombre estaba… eh… encima -dijo sonrojándose un poco -. Vi brazos y piernas. Pero en ese momento la bici empezó a tambalearse y tuve que concentrarme en la carretera.
– ¿Oíste algo?
– Un perro ladrando.
– ¿Nada más? ¿Gritos? ¿Risas?
– Nada más.
– El coche -preguntó Skarre -, ¿puedes describirlo?
– Sí, era rojo.
– Hay muchos tonos de rojo. ¿Cuál exactamente?
– Rojo intenso. Como un coche de bomberos.
– Bien -dijo Skarre -. ¿Te fijaste en algún detalle del coche al pasar por delante de él? ¿Había gente dentro?
– No. Estaba vacío. Miré dentro.
– ¿Y la matrícula?
– Noruega. Pero no recuerdo el número.
– ¿Y estaba mirando hacia ti, cómo si viniera del centro de Elvestad?
– Sí -contestó Linda -. Pero estaba casi cruzado.
– ¿Las puertas estaban abiertas?
– La del lado del pasajero.
– ¿Te fijaste en el coche por dentro? ¿Era oscuro o claro?
– Creo que oscuro, pero no puedo asegurarlo. La pintura estaba bien.
– ¿No tienes ni idea de la marca o del modelo?
– No.
– ¿Estás completamente segura de que no te vio nadie?
– Completamente segura -contestó la chica -. No veían nada más que a ellos mismos. Y una bici no hace mucho ruido.
Skarre reflexionó unos instantes. Luego le sonrió.
– Si recuerdas algo más, puedes llamarme a la comisaría, a este número.
Le tendió una tarjeta. Ella la cogió con avidez. Jacob, ponía. De apellido Skarre. No le gustó nada que el hombre se fuera ya, no había estado más de diez minutos. El agente le estrechó la mano y le dio las gracias. Su mano era cálida y firme.
– Mañana te pediremos que nos indiques el lugar donde los viste. Y también el coche. Con la mayor precisión posible. No te importa, ¿verdad?
– ¡Claro que no! -exclamó la joven.
– Entonces enviaremos a un par de agentes a buscarte mañana por la mañana.
– De acuerdo -dijo ella, decepcionada.
Apretó la tarjeta en la mano. Sabía que no había nada más. El recuerdo de lo que había visto era parpadeante, borroso y falto de detalles. Rezó una breve oración para recordar más cosas, algo decisivo, durante el sueño. ¡Tenía que volver a ver a ese hombre! Era su hombre. Llevaba mucho tiempo esperando a alguien como él. Todo encajaba con sus deseos. La cara, el pelo, los rizos rubios, el uniforme. Linda sacudió la cabeza y bajó la mirada tímidamente, de esa manera que se le daba tan bien.
¡«Si recuerdas algo más»!
¿A qué se refería? A cualquier cosa. Linda cerró la puerta con llave y entró de puntillas en el salón. Se escondió detrás de los visillos y lo siguió con la mirada. «Enviaremos a un par de agentes.» ¡Bah! Se metió en el baño y se cepilló los dientes. Subió corriendo al piso de arriba. Se puso a cepillarse el pelo con movimientos largos y lentos frente al espejo de su habitación. El pelo se le electrizó y empezaron a saltar chispas.
– Se llama Jacob -dijo mirando al espejo -. ¿Que qué edad tiene? Veintialgo, no llega a los treinta. Claro que es guapo. Vamos a salir el sábado. Seguramente iremos al café Børsen. ¿Que no van a dejarme entrar? En compañía de un poli podré entrar donde sea. ¿Si estoy enamorada? Hasta las trancas. -Vio sus propias mejillas sonrojadas -. ¡Te diré una cosa, Karen: esta vez va en serio! Esta vez estoy dispuesta a llegar muy lejos para conseguir lo que quiero. ¡De verdad, muy lejos!
De nuevo oyó un ruido de motor en el patio. Un potente motor diésel que daba golpes, un sonido familiar y de repente no bienvenido. Era su madre. Apagó la luz y se metió a toda prisa debajo del edredón. Ahora no quería hablar. Cuando su madre se enterara, tomaría las riendas de todo, lo controlaría todo. Pero la testigo era ella. ¿Cómo lo llamaban? ¿Testigo principal? Soy la testigo principal de Jacob, pensó, cerrando los ojos. Su madre abrió la puerta de abajo. Linda oyó el ruido de la cerradura. Procuró respirar muy suavemente cuando su madre entró en su habitación y miró hacia la cama. Luego volvió a hacerse el silencio. En sus pensamientos regresó a casa de Karen. «¡Bueno, me voy! Te llamo mañana.» Y se subió a la bicicleta. Había una suave pendiente en el primer trecho hacia la carretera principal. El tiempo era agradable y templado. Cuando llegó al asfalto, la bicicleta no hacía ruido alguno. Y ahí me tienes, montada en mi bici con ese tiempo maravilloso. Mantén la cabeza despejada, recuerda cada detalle, hay bosque a tu izquierda y a tu derecha, y ni un alma en la carretera. Estoy completamente sola, y los pájaros callan porque se está acercando la noche, pero aún hay luz. Salgo de la curva y me acerco al prado de Kvitemoen. Muy a lo lejos veo el morro de un coche rojo. ¿Qué matrícula tiene? ¡No puedo verlo! ¡Joder, qué mala suerte! Me estoy acercando y tengo que rodearlo. Algo se mueve a lo lejos a la derecha. Hay gente en el prado. ¿Qué están haciendo? Corretean como niños, aunque son adultos. Ella intenta librarse, pero él la tiene cogida del brazo. Él es más rápido, parece que están jugando, es casi como un baile. Y yo rodeo el coche, está vacío, pero veo algo blanco en la ventanilla. Una pegatina. Estoy en medio de la carretera, justo antes de la curva y tengo que darme prisa y volver a la derecha, pero miro una vez más hacia el prado, donde los dos acaban de caer sobre la hierba alta. El hombre está encima de la mujer. Veo extenderse un brazo y al hombre inclinándose sobre ella, y pienso: ¡Dios mío, van a hacer el amor! ¡En medio del prado florido! ¡Están locos! Él lleva una camisa blanca y ella tiene el pelo negro. Él es más grande que ella, más ancho. ¿Es rubio? Ya los he pasado y les echo una última mirada. Han desaparecido entre la hierba. Pero el hombre era rubio y había una pegatina en la ventanilla del coche. Tengo que llamar sin falta a Jacob.